Andrés Moret: «Hay gente en España, país de envidias, que no ha digerido el éxito de Garci»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Garci charla con los actores Rafael Alonso y Fernando Fernán Gómez, en una foto tomada en 1997 en un descanso del rodaje en Asturias del filme «El abuelo».
Garci charla con los actores Rafael Alonso y Fernando Fernán Gómez, en una foto tomada en 1997 en un descanso del rodaje en Asturias del filme «El abuelo».

El director de «Volver a empezar», afirma su biógrafo, representa, junto a Berlanga y Almodóvar, la gran cima del cine español

04 feb 2023 . Actualizado a las 09:28 h.

«Hay gente en España, país de envidias, que no ha digerido el éxito de Garci», reprocha Andrés Moret Urdampilleta (Bilbao, 1977), que se propuso en el 2008 escribir una biografía sobre el realizador porque, en esa época, empezó a interesarse por su cine y descubrió «con perplejidad» que no había un solo libro dedicado a su figura o su filmografía cuando ya había superado el apogeo de su carrera. Ganó el Óscar a la mejor película extranjera en 1982 con Volver a empezar y fue nominado otras tres veces: Sesión continua (1984), Asignatura aprobada (1987) y El abuelo (1998). Casi quince años después de aquel «loco y ciego» empeño —«una bilbainada, porque en mi vida había escrito nada, yo era farmacéutico»— está en la calle Una vida de repuesto (Hatari! Books), un volumen de más de ochocientas páginas en el que se ocupa de la persona y de la producción artística y que ha sido bien acogido —ya se ha vendido la mitad de la edición—, felizmente, dice, «porque la ambición de la empresa ha puesto incluso en riesgo el futuro de la editorial».

Nada más salir de la cena con el fiscal y escritor Eduardo Torres-Dulce —al que le confesó su propósito tras este aconsejarle: «No busques porque no encontrarás, nadie ha hecho un libro sobre Garci»—, Moret se puso a investigar, a leer todo lo que cayó en sus manos y enseguida decidió abordar el ensayo: «Cuando lo tenía todo escrito, me di cuenta de que aquello no tenía ni pies ni cabeza, y lo destruí». No había hilo conductor y se le ocurrió que podría hallarlo acudiendo a la fuente: se sumergió en la infinidad de entrevistas que el director ha concedido, escuchó sus programas de radio, leyó los autores que le gustaban a Garci, los filósofos que le habían influido y entonces fue cuando advirtió que comenzaba a percibir sus películas de otro modo, comprendió sus referencias, penetró su ideario. Así entendió que en ellas estaba el alma narrativa que le faltaba al proyecto. Eso, y tratarlo personalmente —porque él lo había conocido ¡como comentarista deportivo! viendo Estudio estadio.

Así, cinco años después, con este bagaje, esta labor previa, se propuso charlar con él. Logró tres tardes enteras, doce horas de grabación. Que le cundieron, claro, porque habló sin miramientos, aunque muchas cosas que salieron ya las sabía porque el cineasta —nacido madrileño en el seno de una familia asturiana— había concedido muchas entrevistas y «siempre fue muy constante y consecuente en sus declaraciones, incluso en las polémicas». Sin embargo, la conversación le sirve para «llenar lagunas», para empaparse de su espíritu y lo agasaja con un caudal de aliento porque observa que el protagonista está ilusionado con el libro y agradecido de que alguien preste atención a su trabajo. «Porque, y eso es también un tesoro, carece de todo ego y de pretensiones; de hecho, no guarda copias de sus guiones ni tiene los derechos de sus propias películas».

Moret ha invertido asimismo mucho esfuerzo en la parte gráfica, con imágenes de la productora, muchas procedentes de la foto fija, y de diarios, publicaciones y fotoperiodistas que cubrieron los distintos rodajes. La porfía, sostiene, no es baladí. El objetivo es que el lector avance por un relato sobre su cine cuyos eslabones son los filmes ordenados cronológicamente «y a la vez, en ese recorrido muy visual, vaya viendo cómo el hombre envejece haciendo películas».

Moret abre el libro explicando el modo en que, en un principio, se acercó al cine de Garci a través de una aproximación a su condición de figura mediática. Y termina haciendo una crónica de su visita como invitado al último rodaje, El crack cero (2019), en donde llegó a asumir la foto fija.

Por supuesto, hay biografía, anota el autor, y no obvia el período de la infancia, que lo marca decisivamente en su amor obsesivo por el cine y el fútbol, y hasta que se convierte en cineasta.

La narración va articulándose en capítulos como el dedicado a la trilogía de la Transición, Volver a empezar, los títulos que abordan las relaciones paternofiliales, o la ciencia ficción y la serie para TVE Historias del otro lado que le encomienda Pilar Miró. Este encargo le permite evolucionar, «hacer todo tipo de experimentos, porque él nunca tuvo posibles para ir a la escuela de cine; cuando lo concluye es un director más sesudo, reposado». A partir de ahí, y siguiendo a su maestro Ortega y Gasset, arguye Moret, «deja su mirada prospectiva para viajar con su cine al pasado con el objetivo de entender el presente».

Ahora Garci tiene ya 79 años y ya no luce la resistencia que le permitía «pelear en quinientos frentes» para sacar adelante un largometraje, señala. Pero si se lo ponen fácil, prosigue, hará otra película, porque tiene un proyecto en el tintero que escribió con Javier Muñoz, el guionista de El crack cero. «Siempre está tratar de recurrir a Netflix o a otra plataforma en busca de financiación, pero no parecen tener el interés en llevar el cine a las salas que sí conserva Garci, y que a lo mejor no quiere pasar por ahí. Mientras, se refugia en sus libros y sus programas de radio, que lo hacen muy feliz».

Y es que está en Cowboys de medianoche en Esradio, colabora en un espacio de boxeo en la Cope, en otro de fútbol también en Esradio y en un magacín de Pepa Fernández en Radio Nacional.

«Garci no hace lo que no quiere hacer, eso es independencia»

«Garci siempre ha ido muy a su bola. No va a fiestas. No hace lo que no quiere hacer, y eso es la mejor definición de independencia —elogia Andrés Moret—; pero no haberse posicionado con unos ni con otros le ha pasado factura». De hecho, dice, en aquella España de los 80 en que había muchas luchas internas en el PSOE, «con Guerra y González en la pugna, con TVE y las subvenciones sobre la mesa, que aparecieras en según qué sitio te podía perjudicar». En esa época, añade, el cineasta «sufrió además el brutal ataque de El país que en su editorial del Óscar dijo que era una pena que se lo hubiesen concedido a un cineasta menor y no a Buñuel o Armiñán. Después el ABC salió en su defensa. Uno lo condenaba al ostracismo, otro lo ensalzaba. Tal polarización tampoco le fue de ayuda». Para autores como Almodóvar, Trueba y Amenábar la estatuilla supuso una inflexión crucial en sus carreras, incide, «pero no lo fue para Garci». Ahora, acepta Moret, se le empieza a tratar como debe, incluso por las generaciones jóvenes. «Pero, ¿cómo comienzas a reconocer a alguien con 45 años de trayectoria profesional y artística?», se pregunta. Directores como el iraní Asghar Farhadi o el italiano Sorrentino son estrellas a nivel mundial, «España, en cambio, le negó a Garci cualquier promoción». El Ministerio de Cultura tuvo una gran oportunidad de cambiar las cosas cuando el año pasado se cumplió el 40.º aniversario de la concesión del Óscar, el primero que logró la cinematografía española, subraya el biógrafo, pero «el homenaje nunca llegó».