George Saunders: «Que Trump ganara muestra el fracaso del detector de basura, que es la ficción»

CULTURA

El narrador George Saunders (Amarillo, Texas, 1958), retratado por David Crosby.
El narrador George Saunders (Amarillo, Texas, 1958), retratado por David Crosby.

Publica una fábula en la que alerta de la destrucción del medio ambiente

14 feb 2023 . Actualizado a las 09:07 h.

George Saunders (Amarillo, Texas, 1958) está considerado uno de los grandes maestros del relato corto, un autor de culto, con libros de cuentos como Guerracivilandia en ruinas, Pastoralia y Diez de diciembre, y una sola novela, Lincoln en el Bardo, premio Man Booker en el 2017. Ha ganado el National Magazine Award de Ficción en cuatro ocasiones. Imparte clases de escritura creativa en una universidad neoyorquina de Siracusa. Publica ahora en España Zorro 8 (Seix Barral), fábula ecologista que vio la luz en el 2013.

—El protagonista es un zorro que dirige una carta a los humanos, con faltas de ortografía, que alerta de las agresiones al medio ambiente y a los animales.

—Antes de empezar a escribir no decido nada de esto, lo que busco primero es una voz de la que me fíe, con la que disfrute y me sorprenda. Había escrito un artículo de humor para The Guardian desde el punto de vista de unos alumnos de secundaria que criticaban a su profesor y la gracia es que escribían y usaban mal el lenguaje. Escribí otro relato sobre un perro muy inteligente que hablaba como Henry James. Me gustaba la idea de juntar esos conceptos y surgió este zorro que aprende el idioma humano. Al principio lo hice por diversión. La gracia era que esas faltas de ortografía fueran poéticas y divertidas, luego la historia se va poniendo seria. Siempre funciona así: tengo cero ideas del tema antes del inicio y eso es fantástico, y si mantengo el interés del lector todo va surgiendo solo.

—El zorro interpela a los humanos preguntándoles qué les pasa para comportarse con la crueldad que muestran matando a un zorro. ¿Qué nos pasa?

—Yo me lo pregunto constantemente. Chéjov decía que toda historia no tiene que resolver un problema, dar las respuestas, sino plantearlo. Estoy de acuerdo. La pregunta es por qué tratamos a los animales como seres inferiores y a veces con crueldad. La respuesta no la sé. Cuando trabajaba en una refinería vi un caso similar: dos trabajadores golpearon salvajemente a un buitre y lo mataron, por pura diversión.

—¿Para qué sirve la literatura?

—La literatura nos enseña que dentro de nosotros llevamos a muchas más personas: hay un yo externo que presentamos al mundo, y por debajo hay otros muchos yoes, y se contradicen, tienen sus visiones y opiniones. Y estamos cómodos, está bien.

—La literatura los hace aflorar...

—En la ficción, un autor nos muestra la historia desde múltiples perspectivas, nuestra mente acepta ese reto y entonces vemos que lo que dijo Whitman es cierto, que somos muchos yoes. También nos enseña que tenemos la capacidad de profundizar e ir más allá de los juicios de valor que emitimos todos los días. Una obra de ficción funciona así: tenemos un personaje al que ponemos una etiqueta y lo juzgamos de una manera, pero la cosa se complica hasta que, en manos de un maestro como Chéjov, llegas al final y no sabes qué pensar de ese personaje. ¡Antón Chéjov, qué has hecho con este personaje que yo pensaba que iba por aquí y de repente acaba por allá!

—Nos pone frente a nuestras contradicciones y cuestiona lo que pensamos.

—La literatura nos enseña que somos capaces de suspender esos juicios que emitimos. Me encanta, porque queremos estar siempre seguros y lees a Chéjov y te explota constantemente este sistema de creencias. Y es maravilloso. La literatura nos saca de la mentalidad en la que estamos atrapados todos los días, nuestros hábitos, costumbres. Así tenemos un atisbo de nuestro potencial, que es amor infinito, aceptación infinita, compasión infinita. No podemos llegar hasta el infinito pero por lo menos sí mirar un poco más allá y pensar cómo mi mente podría ser de otra manera.

—Su proceso para escribir...

—Normalmente no tengo nada antes de empezar, solo una voz, una pincelada que podría ser divertida. Me gusta jugar, soy juguetón, es lo que me sale de natural, y las ideas surgen, salen solas, pero las aparto e intento disfrutar de la historia línea por línea. Escribo libremente algo que puede que no sirva de nada y luego, a lápiz, corrijo, quito y añado, y otra vez y otra, reviso y reviso y en el mejor de los casos lo hago de oído, qué suena mejor, qué es más divertido, qué más ágil. Lo hago sin plan, sin idea de a dónde va a ir esa historia. Y cuando empieza a contar algo se va solidificando y aparece la gran pregunta, y la estructura viene después. Tenemos la pregunta, intentemos responderla. Suena muy new age, pero es intuición más interacción, lo que da lugar al acceso a la nebulosa del subconsciente.

—En un ensayo asegura que la ficción nos puede ayudar a identificar las «fake news», porque supone un entrenamiento y nos da herramientas para hacerlo.

—Sí. Depende de si somos buenos lectores, si nos hemos entrenado. Contar historias, vivirlas, es una actividad esencialmente humana. Cada instante en nuestra mente se transforma en una novela. En EE.UU. se ha rebajado mucho el estatus de la literatura y eso nos pasa factura, no sabemos lidiar con la ambigüedad, enfrentarnos a un matiz, entender la contradicción como forma de inteligencia. El hecho de que Trump ganara indica un fracaso del detector de mierda, de basura, del que hablaba Hemingway.

«En EE.UU. hemos visto que mucha gente está harta de circo y de personajes estrafalarios»

Su libro Felicidades, por cierto, que recoge el discurso que dio en la Universidad de Siracusa, fue compartido más de un millón de veces en Internet. George Saunders fue elegido por Time como una de las cien personas más influyentes del mundo en el 2013. El autor se posiciona políticamente a la izquierda.

—En su último libro de relatos, «Liberation Day», se imagina un Estado policial en un futuro cercano, en que un abuelo explica cómo los estadounidenses han ido perdiendo libertades haciendo pequeñas concesiones. Suena a lo que está pasando ahora.

—Todos estamos perdiendo libertades, son épocas muy difíciles y estas elecciones de medio mandato nos han dado algo de esperanza porque hemos visto en todo el espectro político que mucha gente está harta del circo, de todas esas personalidades estrafalarias y esos extremismos.

—¿Trump puede volver a ganar?

—No sé ni qué decir, no puedo predecir nada. En el 2016 aprendí que no soy capaz ni de valorar lo que hace mi país; me sorprendió tanto su victoria... El escritor que llevo en mí me dice que es culpa mía, porque si no logro entender cómo funciona mi país, pues mejor que me calle la boca. Yo creo que todo lo que despertó Trump ya estaba ahí, estaba plantada la semilla y él lo avivó todo.

—En el mismo libro, un personaje afirma que los nazis y los fascistas de hoy ya no se expresan tan brutalmente como antes, pero siguen estando ahí.

—Me refiero a los totalitarios que quieren quitarnos nuestras libertades, van a venir de otra guisa, sin sus uniformes y botas, y ni siquiera se identifican como tales.

—¿Cree que estamos preparados para luchar contra el cambio climático, que incluso hay partidos y gente que lo niegan?

—No. Hay dos tipos de estructuras cerebrales. Imagínese una tribu de diez personas que vive en un cueva, cinco son conservadores y cinco liberales y ven una undécima persona que se acerca. Los conservadores dirían: «Cuidado, igual viene a matarnos». Los liberales dirían: «Igual nos trae una idea nueva, vamos a acogerlo». En un mundo perfecto ambos grupos analizarían la situación juntos. Pero sucede que esa parte conservadora de la sociedad se defiende siempre contra cualquier cambio del statu quo. Quienes en EE.UU. niegan el cambio climático se resisten también, por ejemplo, a los derechos de los homosexuales. Resistirse a la ciencia, los avances, tiene que ver con la personalidad.

«En el acto de contar siempre subyace la pregunta “¿Hay algo más?”, y lo hay»

Saunders trabajó como redactor técnico e ingeniero geofísico y con un equipo de exploración petrolera en Sumatra. Publicó su primer libro a los 38 años. «Me metí por la puerta trasera al mundo de la literatura, y gran parte de lo que es original en mi trabajo proviene de que soy un poco rarito e improviso», afirma.

—Solo ha escrito una novela. ¿Por qué prefiere los relatos?

—En el atletismo hay el sprint y la maratón, yo soy más sprinter, como ese cochecito al que das cuerda y sale corriendo. Eso lo sé hacer, crear esa intensidad si me dan seis páginas, pero si me dicen que tengo que rellenar 600 me pierdo, ya no sé que hacer.

—¿Cómo construye el personaje?

—Al principio me divierto a costa de los personajes. Pero sé desde el principio que eso tiene que cambiar, luego cojo a ese personaje, del que ya nos hemos reído bastante, y le hago que me cuente cosas, quién es y por qué es como es, y eso complica el punto de partida. En una segunda, tercera, cuarta revisión el efecto es una mirada compasiva, hasta que llegas a ese lugar muy de Chéjov donde ya no tienes ni siquiera opinión fijada. En el acto de contar una historia siempre subyace la pregunta: ¿Hay algo más?, ¿y qué más?», y lo hay, porque siempre hay cierto grado de contradicción. Podemos tolerar altos niveles de contradicción, y eso es muy bueno.