Xuan Bello: «La literatura es una reflexión sobre el pasado invitando a vivir el presente»

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El escritor en lengua asturiana Xuan Bello, retratado en su casa de Caces, en las afueras de Oviedo.
El escritor en lengua asturiana Xuan Bello, retratado en su casa de Caces, en las afueras de Oviedo.

El escritor en lengua asturiana trae su poesía a Padrón, Santiago y Lugo en el ciclo Rosalía no Camiño

01 jun 2023 . Actualizado a las 10:22 h.

La escritura de Xuan Bello (Paniceiros, Tineo, Asturias, 1965) no hace ruido ni conoce de géneros. Es la literatura de lo pequeño, entroncada en la estirpe de lo cercano, la de Castelao —de quien llevó al asturiano Coses— y Cunqueiro —también Escuela de melecineros y fábula de varia xente—, y que conoce el secreto que convierte lo propio en común a todos como sucede en su Hestoria universal de Paniceiros. «Olvidamos con frecuencia —arguye— que la literatura siempre se hace desde un sitio. Un escritor es de un tiempo y un país, pero eso no es una declaración política, es una fatalidad. Eres del tiempo que te tocó vivir. Yo tengo 58 años, soy de Asturias y escribo sobre lo que veo desde mi ventana. Creo que esa es la fórmula de la gran literatura: escribir de lo que se ve desde tu ventana; no de lo que quisieras que se viese, que puede ser también otra salida». Bello ama la literatura con acento. Es más, entiende que la literatura que no tiene acento no es literatura. «La literatura es la palabra dicha en solución de armonía, y la palabra dicha en solución de armonía se dice en un momento y en un tiempo y desde un sitio, y tiene que llevar de alguna manera en su espíritu el acento del lugar. Por eso admiro tanto a Delibes, por ejemplo».

El acento se tiene o no se tiene. En la raíz del acento de Bello está la poesía, la mirada del poeta. «Lo intento, pero no sé si soy poeta», dice para calcular que ha publicado unos 200 poemas, y escrito muchos más. «Mis conversaciones fundamentales son con Dante, T. S. Eliot, Cardarelli, Maiakovski, Cunqueiro… y trato de trasladar a mis relatos eso que aprendí en la poesía que es fijarse en lo concreto. Avisaba Tolstói: “Si quieres cantar el mundo, canta tu aldea”. Y William Blake decía que poeta era aquel que sabía ver en un grano de arena la complejidad del universo. De algún modo escribir es ver, una forma de mirar. Y no todas las maneras de mirar me gustan, no todas me descubren un mundo que me gusta».

La literatura posee además, sostiene, una función terapéutica, de reequilibrar el mundo, que tiene que ver con el compromiso político. Y se explica: «Todo lo que escribí lo considero literatura de combate, está al servicio de la lengua asturiana, de los pobres a los que les dijeron que el asturiano era una manera fea de hablar. Pero siendo una literatura de combate lo que propone es una visión del mundo donde la gente halle cierto equilibrio. A mí no me interesa crear abismos, me parece que crear abismos es muy fácil, algo que puede hacer cualquier jubilado o adolescente. Lo difícil es tender puentes sobre el abismo, eso es lo difícil».

Ahondando en su propia poética, Bello alude a la memoria y añade que «el laberinto de la memoria es temible», y que según van avanzando los años ese laberinto se agranda. «Si uno vuelve sobre el mito del laberinto de Cnosos, va descubriendo que todos somos a la vez Ariadna, Teseo y el Minotauro. El laberinto de la memoria es clave —advierte— porque los seres humanos estamos más en el pasado que en el futuro y mucho más en el pasado que en el presente. La literatura es una reflexión sobre el pasado invitando a vivir el presente. Carpe diem. Yo creo que una página tiene que invitar a vivir el momento, pero siendo muy conscientes de lo ya vivido. Lo apuntaba en una columna del periódico un amigo mío citando a Agustín de Hipona: “No me importa viajar, pero es muy importante que yo haya viajado”, y es que Agustín de Hipona decía: “No me importa amar, pero es muy importante que yo haya amado”. Creo que la literatura es eso fundamentalmente, una invitación a vivir el presente, a vivir el momento. Coge la flor del día, nos están diciendo una y otra vez los grandes autores. Todo sabiendo quiénes somos... y olvidándonos de quiénes somos. La literatura tiene que ser una especie de comunión, de absolución del presente. Vengo de un pasado terrible, todos venimos de un pasado terrible, por uno o por otro. Pero en este momento, estoy leyendo esta página, bebo este vaso de agua, alargo una mano y cojo un melocotón del árbol y lo muerdo. En ese momento soy consciente de que estoy vivo. Eso es la vida y la intensidad y la iluminación», proclama el poeta.

«Cunqueiro pone la prosa de Castelao a bailar»

Xuan Bello llega este jueves con su poesía a Padrón en el marco de las jornadas Rosalía no Camiño —comisariadas por Chus Pato, comportan paseos literarios y recitales—, que se acercarán el viernes a Santiago y el sábado a Lugo. «Volver a Galicia tiene para mí siempre algo especial, algo de sagrado», dice quien se confiesa lector de literatura gallega desde los 15 años. «Y eso que de mi padre, que era del Bierzo, no heredé la lengua gallega porque se empeñó en no transmitírmela. Pero seguro que algo andará por la sangre que danza en mí. Por no hablar de esa corriente de simpatía que existe en Asturias por todo lo gallego, por el país y su lengua». Antes que nada entró en él Rosalía, recuerda: «Con 13 años leí En las orillas del Sar, que me pareció un libro prodigioso. Y muy pronto Follas novas y los Cantares gallegos». Bello, dice, tuvo la suerte de estudiar en un sistema donde «el común de los mortales» podía disfrutar del mundo de conocimiento que se abría en el libro de literatura de segundo de BUP de Lázaro Carreter, para quien, reseña, eran muy importantes las cantigas, la poesía medieval gallega… «Fue así como a los 15 años tenía ya entre mis manos a Castelao y la Longa noite de pedra de Celso Emilio Ferreiro. Y para mí eso fue decisivo intelectualmente, fundamental. Luego vinieron muchísimas más cosas, pero eso permanece ahí», relata.

Su literatura arraiga en lo próximo, en lo cotidiano, lo que hace pensar que Cunqueiro y Castelao siguen en su mesilla y también autores como Josep Pla y Augusto Monterroso. «Castelao inventa la prosa gallega, concibe de alguna manera cómo escribir prosa en gallego, que puede parecer muy fácil ahora pero en el momento en que él lo hace era francamente difícil. ¡Y Cunqueiro! Yo creo que es el mejor narrador español del siglo XX, sin lugar a dudas. Esa capacidad de invención, ese aggiornamento de la Edad Media que él hace, esa raíz campesina, mezclada con una modernidad entendida de la Edad Moderna... Cunqueiro pone la prosa de Castelao a bailar. Que es un poco lo que pasa con Pla, el autor que fija de algún modo la prosa catalana, que genera lo que llamaba Eliot el estilo medio, la lengua que no molesta al leer pero que todo el mundo percibe que está muy bien escrita», anota.

¿Hay un Cunqueiro en catalán o en español?, se interroga.

—Yo creo que no. En catalán, estaría Sagarra, pero, siendo un gran autor, si lo comparas con Cunqueiro, resulta un autor menor.

Cunqueiro, además, es inagotable, incide. «Miras para cualquier sitio y, como toda la vida utilizó -y en eso me parezco un poco a él- los periódicos como el borrador de sus obras, no dejan de aparecer artículos suyos, cada uno más maravilloso. Cunqueiro es un autor de absoluta referencia para mí», asegura.

Y como Monterroso, señala, Cunqueiro era divertido, tenían ambos esa mirada pícara, esa mirada un poco medieval, de campesino sabio, ahonda. «Aquello de Polo el acordeonista de Tineo, que estaba en la fiesta del Carmen de Veiga un día en que se echó de repente a llover y todo el mundo empezó a quejarse: ''Vaya, para un día que tenemos de fiesta llueve''. Y Polo apenas dijo: ''El mio maíz rise solu'', porque sabía que aquello era lo que necesitaba la tierra. Y la literatura es el arte de prestar atención alrededor de uno, prosigue, en el entorno. «Te pones a leer las Geórgicas de Virgilio y solo quien tenga una experiencia campesina determinada, que se haya manchado las manos con tierra, las puede entender. Y, claro, dejar de entender una obra de esta dimensión es perder una barbaridad», lamenta Xuan Bello, que defiende que no debe malbaratarse la sabiduría campesina, el conocimiento de los ciclos de la naturaleza, de los ritmos del campo: «Ese conocimiento encierra el saber del lugar que ocupa el hombre en el universo, es lo que nos da nuestro lugar en el mundo», concluye.