Sofia Coppola abre de par en par las puertas de la jaula de oro que habitó Priscilla Presley

josé luis losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

Priscilla Presley, en la presentación del filme sobre su vida debido a Sofia Coppola.
Priscilla Presley, en la presentación del filme sobre su vida debido a Sofia Coppola. Guglielmo Mangiapane | Reuters

El filme trata una relación tóxica con encomiable honestidad emocional

05 sep 2023 . Actualizado a las 08:55 h.

Hace ahora 13 años pasó por este festival Sofia Coppola. Y no cabe decir que su presencia fuese entonces un trámite. Aquí obtuvo en aquel 2010 nada menos que un León de Oro bastante inesperado por la más minimalista de sus películas, Somewhere. Su retorno al Lido con Priscilla la devuelve a un primer plano en el que no se veía desde su premio a la mejor dirección en Cannes por The Beguiled.

Un hilo conductor que nos surge entre aquella película —remake de El seductor de Don Siegel— y este biopic sobre la mujer de Elvis Presley: ambas tratan de la supervivencia en sendas jaulas de cristal, la de un herido en la guerra de Secesión, refugiado en una escuela femenina sudista en The Beguiled, y la de una todavía niña atrapada por la fascinación hacia Elvis Presley y convertida en rehén de lujo en Graceland.

Hay que ubicar Priscilla como una versión de aquellos hechos que tiene la aquiescencia de su agonista central, coproductora y autora del libro que sirve de sustento al guion. Pero el planteamiento dramático no es gratuito y sobrecargado descenso a los infiernos, sino honesta descripción de una relación de sufrimiento presidida por una múltiple toxicidad.

Así, Sofia Coppola perfila el desequilibrio fundacional de esa relación en la que Priscilla tenía 14 años cuando ella y Elvis se conocieron en Alemania y él era ya una estrella mundial. Sobre ese salto en el vacío que supuso el traslado de la entonces adolescente a Graceland, el filme explicita los elementos de disgregación de una relación imposible: el bautizo de barbitúricos compartidos con el cual es recibida en Memphis. La lejanía emocional del cantante por su nivel de dependencia de las drogas, por su círculo cien por cien masculino y primario y por su nivel de imposición hasta en el color de los vestidos o del pelo que ella debía lucir. Y por otro control vicario: el del Coronel Parker y su consideración de que la relación de ambos no era publicitariamente conveniente.

Sofia Coppola, en la presentación de «Priscilla» en la Mostra.
Sofia Coppola, en la presentación de «Priscilla» en la Mostra. Yara Nardi | Reuters

Todo está narrado por Sofia Coppola con limpieza de miras, sin aspavientos ahora oportunistas. En realidad, ella es la víctima. Pero el rey del rock —con su evidente responsabilidad rayana en el maltrato y sus infidelidades con actrices como Ann-Margret— no deja de ser retratado como un ser engullido por dependencias y quiebras de juguete roto.

La actriz Cailee Spaeny, que encarna a Priscilla Presley, posa para los fotógrafos.
La actriz Cailee Spaeny, que encarna a Priscilla Presley, posa para los fotógrafos. Guglielmo Mangiapane | Reuters

Posee la Priscilla de Coppola una altura ética que se compadece con la textura de la película: nunca estridente ni barroca —está lejos de las composiciones femeninas de celebridades de, por ejemplo, Pablo Larraín— ni dependiente de retruécanos de estilo. Es la medida crónica de un secuestro emocional consentido, de un síndrome de Estocolmo sentimental y de cómo este se va desmoronando ante la mirada, primero desconcertada e irresoluta y luego plena de coraje, de esta mujer que encarna con convicción la actriz Cailee Spaeny.

Jacob Elordi, que interpreta a Elvis, en la alfombra roja.
Jacob Elordi, que interpreta a Elvis, en la alfombra roja. Guglielmo Mangiapane | Reuters

Y —aquí el desequilibrio es inverso— quien es poco capaz de plantar plano ante ella es un actor tan inconsistente como el eufórico Jacob Elordi. Sobre esa casa —o palacio— en ruinas, dibuja Coppola su liberadora voladura de una cárcel de oro y cristal.

Pletórico Woody Allen, sutil Ryusuke Hamaguchi

Woody Allen y su cine fueron recibidos con prolongadas ovaciones cuando su nombre apareció en los créditos y al final de la proyección de su pletórica película Coup de chance. Lo que está sucediendo con él en los Estados Unidos es un episodio negro de la libertad de expresión y del espíritu de la caza de brujas que —con diferentes signos— es connatural a esa sociedad. Resulta para Allen implanteable rodar en Hollywood, por un caso judicial que ha sido por dos veces sobreseído. Así que viaja por Europa —como en su día lo hicieron Losey o Dassin, por causa diferente— para poder continuar desarrollando su creatividad. Y por lo que irradia en su nueva comedia criminal, este Allen errante es capaz de inhibirse de su situación y de mostrarse en absoluta plenitud.

Allen, su mujer Soon-Yi Previn y sus hijas adoptivas Manzie Tio Allen y Bechet Dumaine Allen.
Allen, su mujer Soon-Yi Previn y sus hijas adoptivas Manzie Tio Allen y Bechet Dumaine Allen. Yara Nardi | Reuters

En Coup de chance hay una historia de amor, un asesinato y un zarpazo del destino, como pasaba en el memorable desenlace de Match Point. No es el tono de su nuevo y divertidísimo filme tan oscuro como el de aquella cinta o el de Delitos y faltas e Irrational Man, pero posee un negrísimo sentido del humor con un hallazgo de guion en torno a la caza que entra en la antología de su inimitable carrera.

Es, además, muy estimable lo nuevo del soberbio director japonés Ryusuke Hamaguchi, consagrado hace dos temporadas con Drive My Car y La rueda de la fortuna y la fantasía. En Evil Does Not Exist aborda la agonía de la economía sostenible en el medio rural, y su tono es costumbrista, de menos relumbre que sus obras anteriores. Pero, solo por la forma sombría y elegante en que se cierra, esta elegía de Hamaguchi es merecedora de palmarés.