J.J. Vaquero: «Si dices buenos días se enfadan los que les gustan las noches, siempre hay alguien que se ofende»

Manuel Noval Moro
Manuel Noval Moro REDACCIÓN

CULTURA

El cómico JJ Vaquero
El cómico JJ Vaquero

El monologuista vallisoletano actúa en Gijón: «Por alguna razón, hace 15 años los monologuistas de Paramount Comedy no éramos conocidos en otras partes, pero en Asturias sí; íbamos más a menudo»

08 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El humorista vallisoletano J.J. Vaquero actúa el próximo viernes, día 13, a las ocho y media de la tarde, en la Sala Acapulco de Gijón. Llega de a Asturias —una tierra que conoce muy bien y que siempre lo ha acogido con los brazos abiertos— con un espectáculo en el que da su visión, siempre ácida y original, de las cosas que a todos nos pasan en el día a día.

—¿Qué veremos en Gijón?

—Traigo un espectáculo acerca de las pequeñas cosas que la vida te pone en contra todo el rato, esto que vas conduciendo por el centro de Gijón y ves ese reloj de calle que si quieres ver la hora siempre pone los grados, y si quieres ver los grados, te da la hora. Analizo situaciones de este tipo, y en la segunda parte del show le transmito a la gente lo que estoy viviendo con mi hija adolescente. Lo bueno, lo malo y lo regular. Comparo lo que es ser un adolescente en 2023 con lo que era  en 1990.

—¿Los adolescentes eramos quizá más brutos?

—No sé si éramos más brutos o lo eran nuestros padres. Los adolescentes de ahora, lo que tienen lo tienen desde que han nacido y se piensan que nosotros lo tuvimos. Yo digo que quiero que mi hija valore la cristalmina, y la gente se ríe. Pero ese no es el chiste. Se ríen antes de tiempo. Y yo digo que me dejen seguir. La historia es que le digo a mi hija «¿Cura», «Sí», «¿Te escuece?», «No», «Valora eso, por favor». Y la gente se ríe mucho, pero mi intención era que se rieran con lo que viene después, que a nosotros nos las curaban soplando o con alcohol, etcétera. Pues sí, era un tema de brutalidad, no sé si nuestra o hacia nosotros, pero sí.

—El hecho de que se rían cuando empieza el chiste también significa que tiene al público predispuesto.

—Eso significa dos cosas. Uno, que van a verme a mí y conocen lo que hago, y los que no les gusta lo que hago no están. Es diferente que en redes, donde todo el mundo lo puede ver y ahí puede haber mucha más gente a la que no les gusta. Y lo segundo, es que el público tiene mi edad y se está haciendo mayor a la vez que yo, y si se ríen con estas cosas es porque las vivieron.

—Dicen que en directo es algo más cafre que en internet.

—Sí, yo en redes me limito ya mucho. De hecho, cuando pienso algo o cuelgo algo le digo a mi mujer: «¿Le doy al play?» y ella a veces dice sí y otras dice no. Porque queremos tranquilidad.  Hubo una época en la que era más macarra y me daba igual si le molestaba a alguien. Pero ahora lo que queremos es tranquilidad. Lo que pasa es que en directo no se enfada la gente. En parte porque el corte está hecho en la puerta. Yo soy muy malhablado, y ya en El Hormiguero había que quitar los tacos. Entonces la gente venía a verme al teatro y decía «madre de Dios, este chico que de tacos dice». En el teatro hay un punto más de naturalidad porque todos son mayores de edad y todos han ido a verme.

—¿No tiene miedo a que le graben y lo cuelgue en las redes y haya algún escándalo?

—Sí pasa, pero no es que estemos haciendo nada incendiario. Simplemente es algo más heavy, se trata de que si alguien me ha visto con sus niños en El Hormiguero, que no los lleve. No creo que ningún mayor de edad tenga problema.

—¿Cómo vive el asunto recurrente de los límites del humor?

—Que lo que dices va a ofender a alguien es así, porque si dices «buenos días» se enfadan los que les gustan las noches. Pero sí, a veces pienso: huy, puedo ofender de verdad a alguien. Creo que todo está en la intención, y en directo se ve la intención, se te entiende. Por ejemplo, si hago un chiste de Asturias en Asturias, entra muy bien, pero en un video igual piensas que lo estoy haciendo en Madrid y que nos estamos riendo de los asturianos. La diferencia es muy grande.  Por otra parte, creo que todos hemos aprendido que, por muy gorda que sea la movida que tengas, en una semana se ha acabado, y si hay un Madrid-Barça entre medias, en cuatro días. Vivimos épocas en las que sin querer te has metido en una polémica, pero apagas el móvil diez días y cuando lo enciendes ya no está.

—Hablando de reírse de los asturianos. Su discurso metiéndose con nosotros no solo no fue ofensivo sino que nos encantó. Entre otras cosas, porque denota que ha estado aquí muchas veces.

—Sí. No sé por qué, si hace quince o veinte años teníais el cable pirateado o había algún tipo de tele asturiana, pero los monologuistas de la Paramount Comedy que no eramos conocidos en otras partes, en Asturias sí. Por alguna razón nos veían, y entonces, íbamos más a menudo y teníamos más público. Y entonces te empapabas un poco de la cultura y hablabas de cosas asturianas. Ahí se dieron dos cosas: uno, que conozco Asturias y otra, que estábamos en Asturias y el público era de allí. Si haces chistes sobre Asturias en Asturias es una cosa mucho más fácil y más bonitas, e increíblemente da menos problemas que hacerlo en otro lado. Y esto se traslada a cualquier otro sitio.

—Mi parte favorita es la que dice: ¿Cuándo llueve en Asturias? Cuando llegas tú. Dices «Está lloviendo» y siempre llega alguno «Pues ha hecho tres días de P. M»

Claro. Yo lo cuento porque llego de Valladolid y  a mí me lo dicen, pero me imagino que la gente que se ríe es la gente que lo dice. Ahí está la gracia. Hay mucha complicidad.

Hasta quiso hacer un homenaje a la fabada al proponerle a Dani Rovira comer una fabada en un minuto en la gala de los Goya

—Yo estaba de guionista y le propuse muchas cosas, y esa idea le gustó. Y se intentó hacer. Era la historia de agilizar los agradecimientos. Yo le dije: si demuestras que puedes comer una fabada en un minuto, cómo no van a poder agradecer un premio en un minuto. No se hizo porque era una idea peligrosa, era al principio de la gala y quedaban muchas horas por delante. A mi me sigue pareciendo buena idea. A mí me gusta muchísimo la fabada. Yo soy muy propenso a los gases y no puedo comer ni una manzana verde. No me merece la pena. Pero con la fabada sí me merece la pena. Soy muy fan.

 —En su caso, lo de «persigue tus sueños» no se cumplió en realidad. Los persiguieron por usted

—No me lo había planteado en la vida. Yo trabajaba de camarero y era el típico cuenta chistes, en una boda sacaba parecidos razonables y contaba una anécdota de una noche que intentaba hacer caca por Valladolid y no lo conseguía por distintas razones. Entonces, hubo un concurso de monólogos, y el jefe me apuntó. Fui, lo conté y ahí me picó un poco el gusanillo. Empecé a ver monólogos y recuerdo a Agustín Jiménez. Me gustó un tío tan de barrio, tan echado p’alante. Después me puse a ver a Piedrahita, que hila tan fino y que cuenta cosas que nos han pasado a todos e intenté hacer otro monólogo sobre el verano que no fue tan gracioso como el otro pero que se sujetaba. No sé cuándo me empecé a dedicar a ello. Yo empecé a hacer monólogos, después me empezaron a pagar un dinerillo pero yo seguía trabajando en el hotel, hasta que lo lo dejé.

—Fue una forma muy orgánica de desarrollar su carrera

—Sí. Cuando me preguntan si me gustan más los chistes o los monólogos creo sinceramente que no hay nada mejor que una buena anécdota. Las anécdotas por desgracias no tenemos muchas buenas. Uno tiene las que tiene. Lo que sí está guay es coger una anécdota pequeña y darle color. Creo que una buena anécdota es lo más gracioso, y  que tenga una base real lo potencia muchísimo.

—Dicen que el chiste y el monólogo requieren talentos distintos

—Todo depende. El Comandante Lara viste tanto un chiste que lo convierte en un monólogo. Es un poco lo que pasaba con Chiquito de la Calzada, que lo que menos te importa es el final. En sí, el chiste puro y el monólogo puro son dos géneros totalmente diferentes por una razón: el monólogo tiene línea editorial, parece que lo opinas tú, y el chiste lo has oído en el bar. Entonces, si cuentas un chiste, dices «uno que va...», y si cuentas un monólogo es mi cuñao, y lo personalizas. A veces es más difícil de defender porque la gente piensa que les estás contando su vida y se dicen si te habrá pasado de verdad. El chiste está claro que no. Se transmite de generación en generación.

—Lo suyo es el día a día, lo cotidiano. ¿Está siempre en guardia en busca de chistes o descansa?

—Descanso. Por ejemplo, cuando vamos a comer con unos amigos, me dice mi mujer: «hoy de descanso», y en esa sobremesa pueden haber pasado cosas graciosas e incluso se me ocurre una improvisación chula, y mañana seguramente no me acuerde y no me importa. Hay otras veces que no, hay que sacar el negocio adelante, y voy con mi familia a comer y digo perdonad que tengo que apuntar esto que acabo de ver. Pero hay que desconectar. Es muy bueno.

—No necesita ser siempre el gracioso del grupo, ¿verdad?

—No. Yo tengo un amigo, Quique Camisas, que en una sobremesa con unos chupitos no tengo nada que hacer. Todo el tiempo que hable yo le estoy quitando diversión al resto de la gente. Y luego, como haya gente mayor, me quedo callado para ver si hablan ellos, primero porque tienen más vida y más experiencia, y por otra parte porque son de otra generación y tienen ese humor tan seco y esa retranca que a mí me flipa.

—¿Se está quizá perdiendo esa retranca?

—Creo que sí. Pero hay que tener en cuenta que ahora está todo más seccionado. A mi padre le gustaba El Puma. Yo no era público del Puma pero sabía quién era, sabía cuatro o cinco canciones y podía cantar una. Ahora, no es que mi hija y yo tengamos los referentes totalmente diferentes, es que entre mis dos hijas de dieciséis y doce no conocen sus referencias. Ahora está todo muy delimitado, muy seccionado y muy poco compartido. De hecho, el otro día a mi hija pequeña que la seguía en tik tok y ella a mí no. Y me dijo: «es que si te sigo, apareces en para ti tú y gente como tú». No le apetecía que salieran monologuistas en las sugerencias. Ella no quiere ver videos de eso.

—¿Le pasa que la gente quiere que sea siempre gracioso en cualquier contexto? Tiene que ser agotador

—Yo llegó un momento en que me di cuenta que tardaba más tiempo en decir que no que en contar un chiste. Cuando dices no tienes que dar explicaciones y después si creas un clima negativo, entonces es peor, ya no lo hagas. Pero si de primeras te acercas y cuentas uno cortito, te vas y dices «han sido 15 minutos de tu vida» y está. Lo que sí me pasa es una cosa recurrente. Muchas veces me bajo de actuar hora y media y alguien que ha estado en el show me pide que le cuente un chiste. Eso me trastoca. Me digo: «no he cumplido». Me quedo cuando el camarero te quita el plato y hay comida y te dice «¿no te ha gustado?». Me quedo en plan: «Vaya, he dado poco de comer a la gente».