El Museo Nacional de Antropología es más que un edificio con piezas antiguas: es un organismo vivo, en permanente diálogo con el presente
22 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Sin miedo a las hipérboles, el Museo Nacional de Antropología de México es una institución única en el mundo. Su historia, colecciones, investigaciones y proyección internacional lo sitúan como uno de los museos más importantes del planeta en su género.
Además, el MNA ha sido reconocido internacionalmente en múltiples ocasiones; la más reciente este año con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia, lo cual subraya su rol en la preservación del patrimonio, el diálogo intercultural y la difusión de valores culturales.
El origen del MNA se remonta al siglo XIX, como parte del proceso de construir una identidad nacional tras la independencia de México. La política, que siempre ha influido decisivamente de una u otra forma en la cultura, dio a luz en este caso, afortunadamente, a una criatura fantástica. Sólo cuatro años después de la independencia de México, se funda, en 1925 el primer Museo Mexicano con colecciones de historia natural, antigüedades y documentos, lo que se considera un precursor del museo nacional que más tarde se convertiría en el Museo Nacional de Antropología.
Función educativa y simbólica
Desde muy temprano existió interés por coleccionar testimonios del pasado: ésta fue también la época en que se instituyen gabinetes de historia natural y archivos, tanto para preservar documentos como piezas arqueológicas. Es el siglo de los exploradores. Hay una efervescencia en el mundo por la investigación (con coetáneos tan ilustres como Charles Darwin) al que México, con su enorme acervo cultural, no es ajeno.
Con el tiempo, esas colecciones crecieron en tamaño e importancia, al mismo tiempo que cambió su organización institucional. En 1909, el museo dejó de albergar las colecciones de historia natural y tres décadas más tarde se integró en el recién creado Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). A partir de entonces comenzó a definirse claramente como un museo especializado en antropología, etnografía, arqueología e historia antigua del territorio mexicano, con lo que el concepto se separó claramente de museos de historia general.
El edificio actual del Museo Nacional de Antropología fue inaugurado el 17 de septiembre de 1964, bajo el mandato del presidente Adolfo López Mateos. El edificio fue diseñado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, con la colaboración de Rafael Mijares y Jorge Campuzano, entre otros.
Un lugar histórico y sagrado
El lugar elegido no fue, en absoluto, casual: el Bosque de Chapultepec, Ciudad de México, el parque urbano más grande de Latinoamérica, unas cien veces más extenso que el Campo San Francisco de Oviedo, para hacerse una idea. Los mexicas tuvieron allí «un sitio histórico y sagrado, además de estratégico, dados los manantiales presentes en este cerro», según una entrada del Museo Nacional de Historia Castillo de Chapultepec.
La intención, por tanto, no sólo era albergar piezas, sino que el museo por sí mismo fuera un espacio de reflexión, un símbolo literario y arquitectónico de la riqueza prehispánica mexicana y de su diversidad cultural.
Desde su diseño museográfico se planteó que las salas arqueológicas presentaran tanto un orden cronológico como un enfoque regionalizado, de modo que se muestre el desarrollo histórico de las culturas indígenas de México, sus periodos preclásicos, clásicos y posteriores, y la diversidad geográfica de Mesoamérica y más allá. Las salas etnográficas, por su parte, recogen formas de vivir, tradiciones, creencias, expresiones cotidianas de los pueblos indígenas contemporáneos, integrando lo tangible y lo intangible.
Su importancia en el mundo de la cultura y la antropología es muy relevante. Primero, por ser un repositorio único de la riqueza precolombina de México: en él se guardan algunos de los objetos arqueológicos más emblemáticos de América prehispánica, piezas de gran valor artístico, histórico y simbólico, como la Piedra del Sol (o Calendario Azteca), la Coatlicue, la Piedra de Tízoc, las Cabezas Colosales olmecas y atlantes toltecas, entre otras.
Además, su función no se limita a la exposición pasiva: es un centro de investigación, de conservación y restauración, de difusión del patrimonio arqueológico y etnográfico, tanto para el público local como para los visitantes internacionales. Posee, como se comentó antes, una autoridad institucional (el INAH) que le da peso oficial en la protección del patrimonio cultural de México.
En su función educativa y simbólica, el MNA ayuda a construir la memoria nacional —una memoria con tensiones, con conflictos, con recuperación de pasados muchas veces silenciados— y lo hace exhibiendo no sólo objetos sino historias, culturas, cosmovisiones, religiones antiguas, modos de vida tradicionales que aún persisten.
Por su arquitectura y museografía también ha sido un referente mundial. Fue diseñado con amplios espacios, patios, jardines interiores, integrando luz natural. Su planteamiento museográfico —no sólo mostrar, sino poner en diálogo piezas con espacios, con contexto geográfico y cultural— se considera innovador.
El museo también es un punto de encuentro entre pasado y presente, pues además de lo arqueológico exhibe lo etnográfico: prácticas vivas, costumbres, rituales, textiles, música, objetos usados cotidianamente por pueblos indígenas actuales. Esto lo convierte en un espacio vivo de cultura, no en un mausoleo.
En cuanto a las colecciones que alberga, son inmensas en variedad, profundidad y antigüedad. En total el edificio tiene más de 45.000 metros cuadrados, con unas 22 salas (entre arqueología y etnografía) repartidas en múltiples secciones.
Las salas arqueológicas recorren la historia antigua de México: los primeros pobladores, el Preclásico, las grandes ciudades mesoamericanas como Teotihuacán, Monte Albán, los pueblos del Golfo, las culturas maya en el sureste, las culturas del Altiplano Central, y finalmente la cultura mexica (azteca) que operaba en lo que hoy es la Ciudad de México. Ahí se encuentran piezas monumentales: esculturas en piedra, relieves, objetos de cerámica, material arquitectónico antiguo, objetos rituales, minerales, metales, artefactos funerarios, mobiliario simbólico…
Las salas etnográficas muestran objetos y prácticas de los pueblos indígenas contemporáneos: vestimenta tradicional, textiles, bordados, cerámica, objetos de uso cotidiano, instrumentos musicales, material ritual, elementos de adorno personal, creencias religiosas, cosmología, música o instrumentos. No sólo artefactos, antiguos sino elementos vivientes de cultura.
Además, cuenta con un archivo histórico documental, el Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología (AHMNA), que guarda manuscritos, expedientes, folletos, publicaciones antiguas, grabaciones y todos los documentos relacionados con la historia del museo, de las colecciones, su museografía, restauraciones, adquisición de piezas, investigaciones. Este archivo apoya investigaciones históricas sobre el propio museo, así como consultas académicas externas.
Algunas piezas, como se señalaba antes, son particularmente célebres por su monumentalidad o por su valor simbólico: la Piedra del Sol, la Coatlicue, la Piedra de Tízoc, los Atlantes de Tula, cabezas olmecas gigantes, obras funerarias mayas... Todas estas piezas no sólo son valiosas estéticamente, sino fundamentales para entender cosmovisiones, religión, astronomía, estructuras sociales antiguas, rituales, economía, redes de comercio, interacción entre culturas.
Respecto a los investigadores principales ligados al museo, tanto pasados como presentes, hay varias figuras destacadas que han contribuido enormemente al conocimiento antropológico de México y colaboran con el museo.
Una figura contemporánea importante es Leopoldo Trejo Barrientos, investigador titulado del INAH, quien trabaja como curador-investigador encargado de las colecciones de las culturas del Golfo de México para el Museo Nacional de Antropología. Sus líneas de investigación incluyen mitología, ritual, territorio y espacio; ha liderado proyectos como «Conservación emergente en la sala Costa del Golfo. Colección etnográfica del Museo Nacional de Antropología», «Etnografía y curaduría de los pueblos del Golfo de México (teenek, totonaco y tepehua)», entre otros.
Otro investigador con gran renombre ligado al INAH (aunque no estrictamente siempre solo al museo) es Leonardo López Luján, arqueólogo especializado en las sociedades prehispánicas del centro de México, principalmente en el Templo Mayor; hijo de Alfredo López Austin. Ha hecho aportes importantes sobre religión, ritual, iconografía, arquitectura antigua.
También se puede mencionar a Constantino Reyes-Valerio, cuya obra fue fundamental en el entendimiento del pigmento azul maya, del arte indígena colonial, de la iconografía; aunque ya fallecido, su legado tiene impacto en los estudios del museo.
En las curadurías del museo mismo hay equipos activos, listados en la sección Academia/investigación y educación del museo: por ejemplo, curadores-investigadores para diferentes salas arqueológicas como Edgar Ariel Rosales de la Rosa (sala Teotihuacán), Eliseo Francisco Padilla Gutiérrez (culturas de Occidente), Juan Martín Rojas (Introducción a la antropología y Poblamiento de América), Bertina Olmedo Vera (Mexica), Patricia Ochoa Castillo (Preclásico Altiplano Central), Daniel Juárez Cossío (Maya), Enrique García García (Culturas del Norte), Martha Carmona Macías (Culturas de Oaxaca), Stephen Castillo Bernal (Los Toltecas y el Epiclásico). En el ramo etnográfico hay también curadores-investigadores como Arturo Gómez Martínez, Catalina Rodríguez Lazcano o María Eugenia Sánchez Santa Ana.
Respecto a los proyectos de futuro, aunque no siempre divulgados completamente, algunas líneas y ejemplos recientes permiten vislumbrar hacia dónde se dirige el museo y el INAH en relación con él.
Uno de los proyectos recientes fue la exposición Teotihuacan. Proyecto 1962-2022. Sesenta años, que conmemora seis décadas de investigación arqueológica en el sitio de Teotihuacán; muestra parte de los resultados de restauraciones y exploraciones en fachadas de edificios, recuperación de espacios, fotografías históricas, piezas cerámicas, etc. Este tipo de exposiciones sirven no solo para exhibir, sino también para reflexionar sobre la metodología, restauración, conservación y participación institucional.
Otro ejemplo más reciente es la exposición «Chac mool, diálogo entre el arte prehispánico y contemporáneo», para la que el investigador emérito Eduardo Matos Moctezuma (entrevistado por LA VOZ DE ASTURIAS con motivo también de su galardón Princesa de Asturias) colaboró activamente. Esta exposición reinterpreta la figura del Chac Mool no sólo como un objeto arqueológico, sino como punto de diálogo con el arte contemporáneo.
En cuanto a proyectos continuos, los curadores-investigadores mantienen tareas de conservación, digitalización, catalogación del patrimonio, rescate del patrimonio cultural indígena, conservación emergente, etnografía de las regiones indígenas. Por ejemplo, Leopoldo Trejo ha liderado proyectos recientes (2024) de etnografía y curaduría de los pueblos del Golfo de México; también se trabajan proyectos de conservación, digitalización, catalogación de materiales etnográficos.
Además, hay una tendencia clara hacia una mayor apertura de accesibilidad, al uso de tecnologías para la conservación, al reforzamiento del archivo histórico, a las exposiciones temporales que permitan reflexionar tanto desde la arqueología como desde la antropología social contemporánea, y fortalecer la visibilidad de los pueblos indígenas actuales. También se apunta al fortalecimiento internacional, a colaboraciones, repatriaciones, intercambios académicos, recuperación de piezas, mejor seguridad y mejores condiciones de conservación. Por ejemplo, el premio reciente y los reconocimientos internacionales ponen al museo en una posición de responsabilidad creciente.
El Museo Nacional de Antropología es, en definitiva, más que un edificio con piezas antiguas: es un organismo vivo, en permanente diálogo con el presente, que preserva identidad, historia, diversidad y conocimiento. Es una instancia clave para la antropología y la cultura mexicana, pero también global: lo que allí se conserva y estudia ayuda a entender cómo vivieron los seres humanos, cómo se organizan, cómo piensan, qué creen, cómo se adaptan, qué expresan, cómo continúan vivos sus saberes tradicionales.
Todo rico pasado guarda el embrión de un futuro brillante. Y todo indica que seguirá creciendo en su rol educativo, investigador, tecnológico, de salvaguardia del patrimonio tangible e intangible, de diálogo intercultural, de reflexión sobre colonialismo, poscolonialismo y recuperación identitaria, con más digitalización y más presencia de las comunidades indígenas en las narrativas de exhibición.