El misterio del abejorro que voló

Daniel Roig

CULTURA

 El economista y político italiano Mario Draghi, Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2025, mantiene un encuentro con profesores y estudiantes universitarios para compartir su experiencia en economía, finanzas y liderazgo global, este miércoles en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Oviedo
El economista y político italiano Mario Draghi, Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2025, mantiene un encuentro con profesores y estudiantes universitarios para compartir su experiencia en economía, finanzas y liderazgo global, este miércoles en la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Oviedo Paco Paredes | EFE

Mario Draghi recibirá el galardón, sobre todo, en reconocimiento a una política europeísta que salvó el euro en un momento crítico

23 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay, al menos, dos frases míticas de Mario Draghi: ambas las pronunció en un famoso discurso del año 2012, cuando el euro, y por tanto la Unión Europea, se encontraban en una encrucijada terrible. A raíz del crack de 2008, los mercados financieros empezaban a dudar de la supervivencia del euro como moneda única. Había temores de que alguno de los países más afectados (España, Grecia, Italia, Portugal) tuviera que abandonar la eurozona. La prima de riesgo alcanzaba niveles insostenibles y ‘Supermario’ acudió al rescate.

Y eso que sabía que era una cuestión complicada. La primera, la que quedará en los libros fue: «Haré lo que sea necesario para salvar al euro, y créanme, será suficiente». También ese mismo día también pronunció otra frase que se haría famosa: «El euro es como un abejorro. Es una cosa que no debería volar…, pero lo hace. Y ahora que es así, mejor que sigamos haciéndolo volar».

Pocos días después, el BCE anunció un programa de compra de deuda soberana llamado OMT (Outright Monetary Transactions), condicionado a ciertas reformas estructurales por parte de los países beneficiados. Aunque el programa nunca se llegó a activar, fue suficiente para calmar a los mercados. Con ello restauró la confianza en el euro y en la capacidad del BCE para actuar. 

Draghi es, dicen los que saben de esto, una de las figuras más relevantes de la política económica europea de las últimas décadas, y su trayectoria sirve para entender tanto la evolución del euro como los retos institucionales del proyecto europeo. 

Nacido en Roma el 3 de septiembre de 1947, quedó huérfano bastante joven, lo que según sus biógrafos marcó una temprana responsabilidad en su carácter. Pronto demostró que era brillante. Licenciado en la Universidad de la Sapienza, más tarde se doctoró en Economía en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde obtuvo su doctorado en Economía. 

Durante sus primeros pasos profesionales trabajó en la universidad, en el Banco Mundial, y luego entró al servicio público italiano. Entre 1991 y 2001 fue director general del Tesoro italiano, donde jugó un papel central en el programa de privatizaciones de importantes empresas nacionales, como Autostrade, ENI, Enel, Telecom Italia, BNL, entre otras. 

Más tarde trabajó en el sector privado como vicepresidente para Europa de Goldman Sachs (2002-2006), y luego fue nombrado gobernador del Banco de Italia (2006-2011). En 2011 asumió la presidencia del Banco Central Europeo (BCE), un cargo desde el que alcanzó gran notoriedad, como se contaba al principio de este reportaje. 

Además, en 2015 impulsó lo que se suele llamar el «Plan Draghi» o las compras de activos («quantitative easing», expansión cuantitativa) del BCE, destinadas a sostener la liquidez, combatir una inflación muy baja (incluso riesgo de deflación), estimular el crédito y favorecer el crecimiento económico general. Gracias a esas medidas expansivas, la economía de la zona euro pudo superar periodos críticos sin una ruptura del bloque monetario, aunque el camino fue lento y con costes sociales. 

Con sus políticas, restauró la confianza de los mercados en la capacidad del BCE para actuar

Draghi no se limitó al BCE: también desempeñó el cargo de primer ministro de Italia entre 2021 y 2022, con un gobierno considerado «de unidad nacional» o «técnico» en un país acostumbrado a la crisis política permanente. 

Cuando recibió la llamada del presidente de la República, Sergio Mattarella, acudió, aunque es más que probable que supiera de antemano que no sería un camino de rosas. Su mandato fue breve y complicado, pues tuvo que coordinar reformas y gestionarlas en un contexto político fragmentado, con tensiones dentro de la coalición, crisis de suministro, inflación, pandemia y una guerra en el entorno europeo (Ucrania) que complicaba las relaciones internacionales y económicas. 

El primer ministro italiano, Mario Draghi, en una imagen de archivo
El primer ministro italiano, Mario Draghi, en una imagen de archivo Remo Casilli | REUTERS

También ha estado activo en años recientes en otros roles de asesoría institucional, como la elaboración de un informe para la Comisión Europea presentado en septiembre de 2024 sobre el futuro de la competitividad europea, donde fija tres grandes retos: innovación tecnológica, descarbonización, y autonomía estratégica y seguridad económica frente a desafíos globales como Estados Unidos o China. 

Aquí lo que dijo no les gustó tanto a los gobiernos europeos. En su opinión, la UE ha quedado relegada a un papel secundario; es un peso pesado de la economía, pero un peso pluma en política internacional. Draghi reflexionó en voz alta lo que todo el mundo sabe: que el bloque de los 27 no puede seguir creyendo que su tamaño económico le garantiza automáticamente una posición de igualdad en el comercio mundial y la geopolítica.

Draghi dijo en voz alta lo que todo el mundo sabe: que el tamaño económico de los 27 no significa peso político

China no ve al bloque europeo como un socio en igual de condiciones, dijo, sino que la UE sólo desempeña un papel «marginal» en las negociaciones de paz de Ucrania y en otros conflictos internacionales. «Este año será recordado como el año en que esta ilusión se evaporó», dijo en un discurso reciente. 

El economista recibirá este viernes el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional 2025 «por ser figura clave en la defensa de la integración europea y la cooperación internacional, reconocido ampliamente por su liderazgo y firme compromiso con los valores fundamentales y el progreso de la Unión Europea», según el jurado.

En el acta se alude a que, a lo largo de más de cuatro décadas, ha promovido el multilateralismo, la cooperación entre los Estados miembros y el fortalecimiento institucional y económico de la Unión. Que él simboliza una Europa «unida, libre, fuerte y solidaria».

En particular, sus propuestas recientes en materia de salud pública, transición energética, transición digital, y la hoja de ruta para mejorar competitividad han sido valoradas como ejemplos concretos del europeísmo que va más allá de retórica. También se subraya su integridad, su independencia profesional, su visión de largo plazo, su capacidad para mediar en crisis, y su «coherencia» al aplicar políticas técnicas, aunque con alto impacto político.

Sin embargo, la trayectoria de Draghi no está exenta de críticas y de sombras, y algunas vienen de economistas, de responsables políticos, de movimientos sociales, e incluso de ciudadanos que consideran que ciertas de sus decisiones, aunque necesarias en su momento, produjeron también efectos adversos. 

Una de las principales de esas críticas apunta a los efectos sociales y de desigualdad de sus políticas monetarias expansivas. Medidas como tipos de interés muy bajos, compras masivas de deuda, inyección de liquidez han sido interpretadas como favorecedoras de quienes tienen acceso a activos financieros, vivienda, inversiones; mientras que los hogares con menores recursos, con menor capacidad de endeudamiento o dependencia de salarios, han visto los beneficios más limitados. 

Sus críticos le han achacado efectos sociales negativos y de desigualdad de sus políticas monetarias expansivas

Por ejemplo, algunos estudios del Fondo Monetario Internacional y otros académicos señalan que las bajadas de tipos reducen el costo de endeudar-se pero que sus subidas posteriores afectan más a los de menor renta, y que la inflación —cuando baja demasiado— perjudica también a quienes viven con rentas fijas. 

Otra sombra podría ser que algunas de las políticas del BCE durante su mandato pudieron generar burbujas de activos, especialmente inmobiliarios, porque el crédito fue muy barato durante largos periodos, lo que favoreció la apreciación de precios de la vivienda en países donde ya había desequilibrios estructurales. España es un claro ejemplo de ello.

También se ha señalado que mantener tipos bajos o incluso negativos por largo tiempo afecta la rentabilidad bancaria, lo que puede generar riesgos financieros, reducir los incentivos para el ahorro, y en algunos casos producir tensiones en los balances de los bancos. Pero ya sabemos que los bancos nunca están satisfechos con sus balances, ¿no?

Otra duda tiene que ver con la gobernanza de la eurozona: algunos opinan que las medidas monetarias, por muy poderosas que sean, tienen límites si no van acompañadas de una mayor integración fiscal, de mecanismos comunes más fuertes, de responsabilidad compartida (por ejemplo, seguro de desempleo europeo, fondos fiscales de estabilización) y de reformas estructurales en los países miembros. 

De otra forma, se corre el riesgo de que los desequilibrios entre Norte y Sur, entre economías más pujantes y otras menos competitivas, se agranden, o que la fragmentación política y económica reaparezca. Draghi en algunas ocasiones ha advertido de estos riesgos, pero también ha sido criticado por no presionar lo suficiente para que dichos mecanismos institucionales se refuercen. 

También, algunos opinan que las soluciones que propuso y aplicó respondían demasiado a los intereses de los mercados financieros, privilegios de los acreedores, y sin considerar suficientemente los costes sociales inmediatos, especialmente en países con alto desempleo, salarios bajos, deuda pública elevada, tensiones demográficas o emigración.

Por otra parte, en el plano político nacional, su etapa como primer ministro de Italia fue complicada. Si bien fue llamado como figura de consenso técnico, no logró mantener una coalición estable para aplicar reformas estructurales profundas. Su gobierno enfrentó resistencias políticas, crisis de confianza, protestas sociales, inflación y problemas energéticos, y terminó renunciando al cabo de poco más de un año, incapaz de sostener la estabilidad parlamentaria necesaria para los cambios que algunos consideraban urgentes, aunque esto no es, en modo alguno, ajeno a la política italiana. Draghi, en este sentido, pasaba por allí. 

Hay quien dice que Draghi adoptar un perfil muy tecnocrático, alejado de la política de base, lo que en algunos entornos le resta legitimidad democrática frente a movimientos populistas o nacionalistas que critican que las decisiones se tomen más en despachos supranacionales que por votaciones cercanas a los ciudadanos. Sin embargo, tal vez no haya otra forma, o una forma mejor, de hacer macroeconomía.

En algunos momentos fue atacado por demorar la retirada de estímulos monetarios, aunque eso venía de algunos de los socios europeos. Es la idiosincrasia de la Unión. Por ejemplo, economistas de países como Alemania temían que al mantener tipos bajos demasiado tiempo, se generaran distorsiones, inflación futura, exceso de liquidez, riesgos para los bancos, y dependencias económicas de estímulos. Hasta que necesitan de ellos.

Finalmente, como donde hay dos economistas existen tres opiniones, se ha dicho que el legado de Draghi, si bien muy importante para evitar la ruptura del euro, ha hecho que Europa post-crisis se haya habituado a ciertas medidas de emergencia como norma, lo que crea riesgos morfológicos de que se confundan los instrumentos extraordinarios con la política económica «normal», y eso dificulta planes de transición hacia políticas más convencionales sostenibles.

Lo que es indudable es que Mario Draghi representó un liderazgo clave en momentos de crisis, especialmente alrededor del euro y la estabilidad financiera de la eurozona, con una clara contribución técnica e institucional que ha permitido mantener cohesionada la moneda única. 

El Premio Princesa de Asturias reconoce todo eso: su europeísmo concreto, su capacidad de intervenir técnicamente con impacto sobre la vida real de millones de ciudadanos europeos, y su compromiso con desafíos futuros como la competitividad, la transición energética y la seguridad.

Al mismo tiempo, su figura no es un héroe sin matices: muchas de sus medidas convirtieron costes sociales en desigualdad, algunos países sufrieron más que otros, y el debate sigue siendo si la eurozona aprendió las lecciones institucionales necesarias para no repetir fragilidades.