Un título y dos estados de ánimo

Manuel García Reigosa
M. G. Reigosa EL PERISCOPIO

DEPORTES

22 may 2016 . Actualizado a las 18:40 h.

La final de la Copa del Rey promete, entre dos contendientes que la encaran con distintos estados de ánimo. No hay más que repasar las comparecencias de prensa de los dos entrenadores: Luis Enrique, argumentando que, pase lo que pase, su equipo habrá firmado un buen año; Unai Emery, apelando a la oportunidad de lograr un nuevo título, a los sentimientos, a disfrutar de la cita.

En marzo el Barça soñaba con repetir triunfo en la Champions, tenía la Liga en el bolsillo y su vuelo parecía imparable. Pero las turbulencias de abril le llevaron a perder altura y ahora tiene la oportunidad de sellar una buena temporada que a los culés no les parece tanto porque las expectativas eran muy elevadas. Con el Sevilla sucede lo contrario. El triunfo en la Europa League le da lustre a su campaña, a pesar de que la andadura en la Liga ha sido discreta. Y una eventual conquista de la Copa del Rey rebosaría los depósitos de satisfacción en el Sánchez Pizjuán.

Así se presenta el duelo entre dos colectivos adiestrados en el arte de competir. El Barça, con la extraordinaria tripleta que completan Mesi, Neymar y Luis Suárez en la proa, está obligado a buscar la iniciativa. Y el Sevilla de Emery lleva tiempo demostrando que sabe leer los partidos, sufrir cuando vienen mal dadas y golpear en cuanto tiene oportunidad. Un equipo está más cómodo cuando puede hacer su juego de saque y volea, siempre cerca de la red, en campo contrario, y el otro maneja bien el resto desde el fondo, presto a buscar los espacios con tiros cruzados, paralelos e incluso con globos. Cada uno explota sus virtudes.

En el Barça parece claro el once de gala. En el Sevilla, Emery es más proclive a jugar con los matices. Esta vez, además, por obligación, ya que las sanciones y los problemas físicos le limitan el margen de maniobra, si bien el repertorio es amplio y ya ha demostrado en más de una ocasión su habilidad para exprimir los recursos. El partido también promete una interesante batalla táctica y estratégica, porque todos los protagonistas se conocen bien y se respetan. Y porque los dos grupos están bien trabajados, saben dónde y cómo quieren llegar.

Lo único que le sobra a esta Copa del Rey, a priori, es la innecesaria polémica de los símbolos entre quienes, de uno y otro lado (esteladas sí, esteladas no), aprovechan el deporte para hacer política. Consiguen el propósito amplificador para sus mensajes, aunque nunca entenderán que el balón no entiende de ideologías. El partido es un duelo de escudos, no de banderas. Confundirlos o mezclarlos va contra la esencia misma del deporte. Pero les da igual.