Del Bosque, laurel y espinas del seleccionador

Manuel García Reigosa
M. G. REIGosa REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Christian Hartmann | Reuters

Supo administrar la herencia de Luis Aragonés y no ha dado con la tecla de la segunda transición

28 jun 2016 . Actualizado a las 16:11 h.

Vicente del Bosque ya deslizó antes de la Eurocopa que su periplo en la selección tenía fecha de caducidad. No quiere aferrarse a un cargo en el que lleva ocho años. La salud, en especial su cadera, le aconseja pensar en el descanso. Y hay otro frente en el que siempre aplicó mucha cintura, el de las críticas, que lo ha ido desgastando. No tanto por las discrepancias, que siempre las ha admitido de buen grado, cuanto por la acidez y el tono agrió del que se quejó en alguna ocasión. Sumadas todas las circunstancias, considera que con 65 años en el DNI es buen momento para dejar paso. Pero aún está pendiente de una conversación con Villar para anunciar su futuro.

Del Bosque supo administrar la herencia de Luis Aragonés. No tuvo ni la ocurrencia ni la tentación de romper con un formato que le había dado a la selección una identidad, una Eurocopa y el reconocimiento de sus rivales. Por ese camino añadió el Mundial de Sudáfrica y otro título continental. Que no es poco. Pero Del Bosque siempre incluyó en su discurso y su tarea menciones a la renovación y el rejuvenecimiento, porque no hay generación que se perpetúe. Y ese es el flanco que le ha faltado para completar una etapa impecable, aunque cualquiera firmaría que, quienquiera que coja el testigo, conquiste un Mundial y una Eurocopa de aquí al año 2024.

El salmantino nunca ha sido técnico de movimientos bruscos ni de bandazos, siempre ha apostado por el cambio tranquilo. Hace dos años, en Brasil, confió en el grueso de los jugadores que escribieron el tramo más brillante de la historia de la selección. En los partidos clasificatorios para la Eurocopa hizo más probaturas y más cambios de lo que pudiera parecer. Perseveró en el modelo de la posesión, introdujo savia nueva con Nolito y Morata en punta, y parecía que había encontrado la manera de revitalizar la selección. Pero se cruzó Croacia y se apagó el duende. Llegó Italia y abundó en las debilidades de una formación que se va de Francia con el debate abierto. Con balón le faltó chispa y sin balón, fiabilidad. A Del Bosque le ha faltado la tecla de la transición.