Una final para la eternidad

Antonio Rivas

DEPORTES

Así fue la carrera de Phelps en los 200 mariposa

Su discurso hacia el oro tuvo momentos extraordinarios como su última brazada

11 ago 2016 . Actualizado a las 07:39 h.

Analizar el último 200 mariposa del mejor nadador de todos los tiempos puede parecer una tarea relativamente fácil para quien lleva haciendo esta labor desde que en Sídney 2000, Michael ya dejaba claro que no iba a pasar desapercibido en el mundo de la natación. Sin embargo, cualquiera se puede dar cuenta de que la cita de ayer iba más allá de los números, los parciales, las brazadas y la ejecución técnica.

La última oportunidad

Presión añadida para todos. Era la última oportunidad para algunos nadadores de derrotar al rey de los 200 mariposa en la cita mas importante: los Juegos. Hasta cuatro nadadores parecían estar en disposición de aguar el reto de Michael quien decidía venir a Río a defender un reinado del que había sido desposeído por Le Clos en Londres. Presión para el de Baltimore pues su apuesta tenía algunas dudas: su capacidad para afrontar la sesión de ayer, la recuperación de su imagen social, su edad,? Pero presión también para sus rivales que luchaban contra el mejor y además luchaban entre sí.

Las eliminatorias no dejaban claro absolutamente nada. Probablemente la medalla de oro estuviera al alcance de al menos cuatro nadadores de esta final pero eso había que demostrarlo en su momento.

El ácidoLáctico

Carga extra para la prueba. La pruebas de 200 son lactácidas por excelencia, esto es, el organismo está sometido a una necesidad de producción de energía tal que se generan concentraciones de ácido láctico suficientes para molestar a partir de los primeros 50 segundos. Y, aunque estamos ante nadadores bien entrenados que incluso miden al milímetro sus energías durante las eliminatorias (Phelps ha tenido que ser extraordinariamente prudente), todos ellos llegan a la final con cierta carga que se suma a la presión psicológica de la importancia de la cita.

Así pues los ingredientes hacían de esta final algo especial: historia, emoción, rivalidad, fisiología y ambición la convirtieron probablemente en la final de los juegos de Río.

Un inicio habitual

Eficiencia y velocidad. Durante sus innumerables exhibiciones a lo largo de estos últimos 15 años Michael Phelps nos ha regalado clases magistrales de ejecución técnica en situaciones metabólicamente complicadas así como de control de ritmo. Probablemente ayer no fue su mejor discurso, pero fue suficiente. Atacó la prueba como siempre: 16 brazadas le bastaron para recorrer los primeros 50 metros titulados con una salida perfecta en ejecución, nado subacuático y velocidad, combinación esencial para conseguir la eficiencia necesaria para estar delante de la forma más económica posible.

Los segundos 50 metros sirvieron para que una vez más otras 20 brazadas le llevaran a los 100 metros con casi medio segundo de ventaja. Hasta aquí una reproducción exacta de otras citas como Atenas o Pekín.

El segundo 100

A ritmo de 21 brazadas. El segundo 100 es el que marca la diferencia. Siempre que Phelps ha batido el récord mundial ha sido capaz de recorrerlos utilizando 20 brazadas por cada 50. Ayer fueron 21. Y donde había exactitud matemática a la hora de hacer coincidir la ultima brazada de cada largo con el toque en la pared ayer no fue exactamente así. En el segundo viraje tuvo que aprovechar al máximo su vigésima brazada mientras que en el tercero ocurrió todo lo contrario. Pequeños matices a esas alturas de la prueba donde todavía se mantenían esas décimas de ventaja sobre sus rivales, probablemente gracias a su frecuencia de brazada constante y a la perfección de su nado subacuático.

Los últimos 15 metros

Un mal día para el Tiburón. Otra cosa muy diferente es estudiar la eficiencia, el numero de brazadas y la frecuencia de movimientos a falta de 15 metros para terminar. Ayer no fue un buen día para Michael quien perdió velocidad y frecuencia en las últimas cinco brazadas. Alguno de sus rivales en cambio realizaban un extraordinario final.

El gesto decisivo

La brazada de oro. Cualquier resultado podría haber ocurrido pero el rey fue capaz de resolverlo magistralmente a su favor en la última brazada, ejecutada más con el corazón que con los brazos. Tal y como le ocurrió en el 100 mariposa de Atenas, fue su brazada de oro.

El Tiburón de Baltimore arranca con calma en los 200 metros estilos

Con sólo cinco horas de sueño, Michael Phelps volvió a zambullirse en la piscina para avanzar sin problemas a las semifinales de los 200 estilos en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. «Con un buen descanso esta tarde estaré bien», dijo el nadador de 31 años tras clasificarse con el tercer mejor tiempo a las semifinales, que se disputaron ayer por la noche en el Estadio Acuático Olímpico.

«Mi cuerpo ha podido aguantar estas cosas durante años, así que podré hacerlo una vez más», añadió el máximo campeón de la historia de los Juegos Olímpicos. Pese al cansancio, Phelps demostró su espíritu competitivo y apretó hasta el final para quedarse con el primer lugar de su serie por delante del brasileño Thiago Pereira y apaciguar así a un estadio que rugió durante toda la carrera.

Su marca de 1.58,41, sin embargo, fue más de un segundo más lenta que el de su compatriota Ryan Lochte (1.57,38), uno de sus históricos rivales y el vigente campeón mundial, quien corrió en una serie previa y avanzó con el mejor tiempo general a semifinales.

Solaeche, a su lado

El español Eduardo Solaeche calificó ayer como «un orgullo y un placer» poder nadar a un lado de Michael Phelps en la jornada siguiente a la gran gesta del estadounidense en Río.

«He nadado un par de veces con él, ¿pero qué te voy a contar? Es el mejor nadador de la historia y el mejor deportista olímpico de la historia. Es un orgullo y un placer poder competir contra él y que mi nombre esté al lado del suyo. Es una fuera de serie», señaló Eduardo Solaeche tras lograr, al igual que Phelps, su pase a las semifinales de los 200 metros combinados.