El golf quiere un ritmo más ágil

DEPORTES

El circuito europeo desea acabar con el juego lento e incluirá un torneo en mayo con un cronómetro visible para controlar el tiempo de preparación de cada golpe

27 nov 2017 . Actualizado a las 08:15 h.

El golf declara la guerra a los partidos de cinco horas. Las rondas interminables devalúan el producto y solo los jugadores más maniáticos se resisten al cambio. «El juego lento es inaceptable y nuestro único objetivo es hacer el espectáculo más entretenido para los aficionados». Con la llegada de Keith Pelley a la dirección ejecutiva, el circuito europeo trata de agilizar el ritmo. Pero como no termina de ganar la guerra contra el tiempo, la frialdad del cronómetro será una realidad en el 2018. Al menos en el Shot Clock Masters de junio, el primer torneo profesional que contabilizará los segundos que se toma cada jugador antes de ejecutar un golpe. Según los cálculos del circuito europeo, cada partido se rebajará en 45 minutos. Los de tres jugadores quedarán reducidos a cuatro horas, y los de dos, a tres y cuarto. «Nos ayudará a seguir innovando», dice Pelley. No es el golf el único deporte volcado en dar más dinamismo a su deporte. Su objetivo guarda cierta similitud con el del tenis. Después de diferentes ensayos en torneos menores, el Open de Australia fijará un cronómetro electrónico para controlar y acortar las pausas entre puntos.

¿Qué margen tendrá cada golfista al llegar a su bola en el ensayo de Suiza? El primero de cada grupo, 50 segundos, y el resto, 40. Los árbitros vigilarán cada partido. Y los excesos tendrán efecto en la tarjeta, a razón de un golpe de penalización por cada incumplimiento después de una primera advertencia simbólica.

Cada jugador podrá elegir en el experimento de Austria dos excepciones por ronda, dos tiempos de espera en los que se doblará su margen antes de ejecutar el golpe.

El cronómetro ya se había probado en el circuito europeo, pero solo en un hoyo del GolfSixes, un torneo por equipos que ganó Dinamarca en mayo. Entonces, un reloj electrónico instalado en un buggie contabilizaba el tiempo para cada jugador. Solo tuvo un golpe de penalización el estadounidense Paul Peterson.

Por norma, los árbitros controlan de forma flexible las demoras de los jugadores, pero los resultados de su vigilancia, y la consiguiente amenaza de multa, son anecdóticos. Entre otras cosas por el número insuficiente de árbitros. Cuando Álvaro Quirós estalló en el 2015 en Madeira contra el juego lento solo había cinco moviéndose al mismo tiempo por el campo. A todas luces insuficiente.

Deporte de precisión, concentración, estrategia... De un día para otro, apenas hay golpes iguales incluso en un mismo campo. Y el jugador debe leer distancias, elegir palo, ensayar el swing, interpretar caídas. Pero algunos elevan sus rutinas previas a los golpes a lo ridículo. Gerente de mercadotecnia en Nike Europa, el coruñés Álvaro Martínez-Rumbo tiene claro el diagnóstico: «Los hábitos se ejercitan y para pegar un driver habitual o un hierro 7 no se requiere ni 25 segundos. Esto favorecería a las televisiones una retransmisión más dinámica con mayor cobertura de hoyos, jugadores y golpes».

El juego lento ralentiza los partidos, desespera a los espectadores, devalúa el golf como producto televisivo y provoca también fricciones entre los jugadores. De hecho, la prueba de Austria se sometió a consulta de los profesionales durante el último Alfred Dunhill Links, y estos apoyaron la idea de forma unánime. Porque no estuvieron en las deliberaciones cuatro de los jugadores más cansinos: Jim Furyk por sus rutinas en el green, Keegan Bradley por sus constantes repeticiones en los golpes largos, y Ben Crane y Jason Day por su ritmo en general.

Martínez-Rumbo recuerda que los jugadores, al ver sus emparejamientos, lo primero que valoran es en el ritmo de sus compañeros. Y aporta una vivencia personal sobre los tics del juego lento: «Recuerdo cuando le hice de cadi a Sergio García en el BMW de Múnich del 2001. Él tenía el tic del waggle -agarrar y soltar el grip- y al final de la vuelta el gesto se le hacía interminable. Pero lo solventó en entrenamientos con esparadrapo en las manos para no poderlas soltar del palo».