Las lágrimas sellan el regreso de Tiger

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Christopher Hanewinckel | REUTERS

A sus 42 años gana el Tour Championship y rompe a llorar al zanjar la peor crisis de su carrera, más de cinco temporadas sin títulos, víctima del dolor y un cuerpo destrozado por las lesiones

24 sep 2018 . Actualizado a las 09:27 h.

Tendido en una camilla del Texas Back Institute de Texas, en manos del cirujano Richard Guyer, Tiger Woods comenzó en abril del 2017 el camino de vuelta que completó ayer en el East Lake Golf Club de Atlanta, con una muchedumbre desatada siguiendo sus pasos hacia el hoyo 18. Ganó ayer el Tour Championship, el torneo que cierra la FedEx Cup, la traca final del circuito americano. El título redondea un círculo, el de la resurrección de un atleta hecho añicos, destrozado por las lesiones. Uno de los regresos más emotivos de lo que va de siglo en el deporte mundial. Porque uno de sus grandes iconos no ganaba desde agosto del 2013, cuando se impuso en el Bridgestone Invitational. Así que en la ceremonia de entrega de premios llegó lo nunca visto: sus lágrimas de emoción.

Cinco años, un mes y 19 días después, ayer enterró todos sus fantasmas. Manejó un domingo plácido por las ventajas de entre tres y cinco golpes con las que gobernó casi toda la jornada, hasta agarrar la victoria con dos de margen sobre Billy Horschel. Un triunfo que añade fuegos artificiales a la semana en que la Ryder Cup llega a París, con Woods, a sus 42 años, convertido en uno de sus mayores reclamos.

Su título número 80 en el PGA Tour no será uno más en su lista interminable de récords y hazañas. Ni siquiera Woods es ya el mismo de antes. Las lesiones, la impotencia, la permanente sensación de derrota le cambiaron. La estrella cerebral y hermética de su primera época se volvió un deportista más cercano para el público. Su swing, analizado al detalle como quien restaura una obra de arte, también sufrió retoques para reducir el desgaste al que sometía a sus maltrechas articulaciones y retrasar la fecha de su retirada.

El penúltimo paso

El título supone un paso más en la progresión que describió Woods desde su última reaparición a finales del 2017. Ya solo le falta ganar un grand slam, algo que no hace desde que consiguió el US Open del 2008 con una rodilla que ya estaba para pasar por el quirófano. Un año y medio después de aquel triunfo en Torrey Pines, en San Diego, abrió su primera gran crisis, la desatada por sus problemas personales: el divorcio de su mujer, los cotilleos sobre su vida privada, su adiccón al sexo...

De aquella crisis personal Tiger ya volvió diferente. La imagen que las marcas habían creado a su alrededor, la de un elegido, un deportista inmaculado y ejemplar, ya no era creíble. Pero permanecía lo esencial, su golf de dibujos animados. No le alcanzó el juego para ganar un grande en el inicio de esta década, pero solo por pequeños detalles. Mantenía su regularidad, y por eso en marzo del 2013 recuperó el número uno mundial que había perdido en octubre del 2010.

Poco más tarde, después de ganar aquel Bridgestone Invitational del 2013, comenzó su verdadero declive. Empezó a fallar corte tras corte en los grand slams, desapareció de la Ryder Cup, se hundió en el ránking mundial, dejó de tener acceso a algunos torneos... El motivo era tan sencillo de explicar como complejo de solucionar. Su cuerpo estaba destrozado por las lesiones y ya ni se acordaba de lo que era salir al campo sin dolor. Una espiral de frustraciones de la que terminó escapando a finales del 2017. Ya con cuatro operaciones de espalda y otras cuatro de rodilla en su historial clínico, regresó de su peor paréntesis, apenas dos torneos jugados desde el verano del 2015. Contaba una y otra vez que había recupeado su mejor juego, pero a sus anuncios les faltaba credibilidad. Sexto en el último Open Británico, lleva meses muy cerca de cerrar su etapa más negra. Hasta ayer.

Todavía en el puesto número 21 del ránking, vestido con su uniforme de victoria de los domingos, polo rojo y pantalón negro, ayer no se le podía escapar el triunfo. Partía con tres golpes de ventaja sobre Justin Rose y Rory McIlroy. Nunca antes había desperdiciado más de dos como líder en una última ronda. Y ganó.

En abril, cuando las azaleas vuelvan a aflorar en Augusta, retomará el reto homérico que acompaña su carrera. Alcanzar los 18 grand slams que ganó Jack Nicklaus, el último con 46 años. Woods lleva 14 a sus 42. Pero hasta el próximo Masters el golf se prepara para disfrutar en cada torneo de un genio inigualable.

Ahora sí, ha vuelto Tiger Woods.