Un Real Madrid sin rumbo, sin inteligencia y sin vergüenza

DEPORTES

Amaia Gorostiza y Florentino Perez, en el palco de Ipuruá
Amaia Gorostiza y Florentino Perez, en el palco de Ipuruá VINCENT WEST

24 nov 2018 . Actualizado a las 17:45 h.

Solari llegó al banquillo del Madrid reclamando cojones para el bolo de Melilla y Sergio Ramos abandonó Ipurúa achacando a la falta de ganas la derrota ante el poderoso Eibar. Esa es ahora la altura del discurso en el vestuario blanco. ¡Abajo la inteligencia, arriba los huevos! En realidad, el equipo hilvanado por Florentino -al que no se le conoce director deportivo- debería de ganar por talento, táctica y planificación, dada la enorme distancia de recursos que le separa de 17 de los otros 19 equipos de Primera. Pero ha terminado muriendo de éxito después de la salida de Zidane y Cristiano Ronaldo. Se fueron un líder discreto y un (insoportable) goleador insaciable y se quedó un grupo que pedía a gritos un relevo por el que todavía se espera. Los mejores arrastran tres meses a la baja, como el propio Modric, Kroos, Marcelo, Varane y Bale. Otros, los que llevan tiempo enredando con que se les niega su papel de líderes pese a su talento y jerarquía, se han estrellado, con Isco y Asensio como ejemplos más claros, pero también con el rutilante regreso de Mariano. Caso aparte merece Sergio Ramos, empeñado en subrayar su papel de cacique del vestuario con una constante sobreactuación en el campo y en los mensajes que lanza en su diaria exposición pública. Así se tambalea este Madrid, que añora cada ausencia de Casemiro como si faltase la reencarnación de Fernando Redondo.

Solo una temporada extraña, con el Barça y el Atlético empeñados en abaratar la pelea por el título y la zona de Champions, maquilla tímidamente en la clasificación las vergüenzas del Madrid, aún así en la frontera de los puestos que llevan a la Liga Europa. El efecto Solari se desinfló en Ipurúa ante un modesto ordenado e intenso. El pararrayos de Florentino cumplió sin más en Melilla. Luego ganó a un rival del montón en Pilsen. Después venció a un Valladolid que le perdonaba la vida. Y por último venció con holgura al irreconocible Celta de Mohamed. Cuatro jornadas para inflar un globo que estalló en Ipurua.