Rafa Nadal, o cómo ser Borg y ser McEnroe al mismo tiempo

DEPORTES

ProsportPanoramiC

21 ene 2019 . Actualizado a las 08:17 h.

Llega estos días a las plataformas digitales Borg vs McEnroe. Una película que regala una deliciosa aproximación a la soledad del deporte, a la rivalidad que convirtió a los dominadores de los primeros años ochenta en estrellas pop y al doloroso proceso de autocontrol que requiere triunfar en una modalidad invidivual como el tenis. BigMac e Iceborg no nacieron ni crecieron tan diferentes. Fueron chavales airados e irreverentes con sus buenas dosis de rebeldía, que el filme relata con las necesarias licencias para convertir su historia en un producto de consumo, con un paralelismo entre dos vidas casi siempre presentadas antagónicas. Borg encontró en Lennart Bergelin al mentor, el entrenador exigente y el padre que pulió sus aristas para convertirlo no ya en un ganador, sino en un jugador de mente impenetrable, el canon de la frialdad y el autocontrol en una pista de tenis, bajo el que palpitaba el viejo volcán. En cambio, McEnroe terminó transformando su irascibilidad, hasta su mala educación, en garra, una especie de marca que le acompaña hasta hoy, convertido en ácido comentarista.

Nadal nació para el tenis ya como un chico disciplinado y obediente («dócil», en palabras de su tío Toni). Pero un chaval, al fin y al cabo, capaz de haber canalizado la presión que soportó desde crío en arrebatos de rabia en la pista. En cambio, creció como una especie de Borg y McEnroe a la vez, por difícil que parezca. Hizo del autocontrol, de la frialdad para encajar las circunstancias adversas del juego (un mal día, las continuas lesiones, el acierto del rival...), su seña de diferenciación, como Borg. Y mantuvo al mismo tiempo la energía del juego y la alegría contagiosa con la que aprovecha cada uno de sus puntos más brillantes para motivarse, como McEnroe.

En una entrevista con La Voz en el 2009, Toni Nadal añadió a ese cóctel en apariencia antagónico «el empuje de Connors», el ganador insaciable. Con esa cabeza, esa energía y esa motivación juega Rafa a sus 32 años el mejor tenis de su vida en Australia. A tres pasos del título.