La maldición de Higuaín

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DAVID KLEIN | REUTERS

04 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay personas a las que entregan la llave de cielo y, cuando llegan al umbral del paraíso, llega San Pedro y les da un portazo ante sus narices. Las que sí que están en el lugar adecuado y en el momento justo, pero resulta que el destino no cuenta con ellas. Como el Pipa Higuaín. Quizás no exista un jugador que atesore un palmarés igual de penaltis clave fallados o goles cantados tirados por el desagüe de las ocasiones perdidas. Es especialista en quedarse corto en ese último salto con el que, o bien llegas a la orilla prometida, o te lleva la corriente. Es como si a Higuaín le rondara una maldición: la fortuna le tiende la gloria y, cuando él está a un paso de agarrarla, la mano se cierra de repente. Le ha ocurrido en competiciones domésticas de distintos países, en la Liga de Campeones, en la Copa América y hasta en Maracaná, en la final del Mundial del Brasil, aquel duelo en el que dispuso de una oportunidad clamorosa para cortarle a Leo Messi las náuseas de golpe. Y de ahí brota la burla. Fue el receptor del insulto más famoso del fútbol. Un improperio versionado hasta el infinito. Cementerio de canelones.

Ahora Higuaín, cedido por la Juve al Chelsea, juega en la Premier. Acaba de marcar un doblete con su nuevo equipo para despejar momentáneamente los fantasmas. Porque en su reciente debut volvieron a enseñar la patita por debajo de la puerta. Los blues jugaban frente al Sheffield Wednesday en los dieciseisavos de final de la FA Cup. Empate a cero. Surgió la oportunidad de un penalti para el Chelsea. William le ofreció al Pipa ejecutar el lanzamiento y poder estrenarse así como goleador con su nuevo equipo. Pero el recién llegado se negó a tirarlo, contraviniendo todas las leyes no escritas que rigen el comportamiento de los delanteros (baste con recordar las pataletas en el PSG por hacerse con este honor). Quizás logre escapar de la sombra que lo persigue. Esa que pone a prueba el pensamiento racional de los entrenadores. Porque hay técnicos para los que los números son más que las estadísticas; y los colores más que la camiseta. Esos estrategas que huyen del 13 y del amarillo. Los que creen más en las maldiciones que en las bendiciones. Los que entienden como nadie que el Pipa rechazara ese penalti.