Keylor, colega, yo sí te valoro

DEPORTES

Biel Aliño

26 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando era pequeño -me refiero a ese nivel de pequeño en el que eres tan pequeño que ni siquiera tienes recuerdos dignos- no me interesaba mucho el fútbol. Fue mi tío Ángel. Una navidad me regaló una camiseta de portero. Tenía el escudo de mis futuros amores enganchado con un imperdible -esos regalos inacabados llevan su firma en mayúsculas- y me aseguraba que era la camiseta del portero estrella de mi equipo. Tenía el cromo delante de mis ojos y era verde y la mía amarilla, pero daba igual. Así que empecé a interesarme por el deporte del balompié en el que el destino había marcado que yo jugase con las manos. Tengo muchos defectos y uno de ellos es el de querer agradar a los demás siempre y cuando no me genere esfuerzos extra. Así que no me importó.

El debut fue regular. Por supuesto me pusieron en el equipo «B» -el de los malos, pero mi compromiso con el escudo era total y no tuve problema- y en mi debut bajo palos en aquella pista de cemento a la que jamás regresé me metieron 32 goles. Cuando lo cuento, veo que la gente siente lástima por mí. Yo solo pienso en aquel entrenador al que aquella tarde le rompimos sus sueños.

Un curso más tarde, gambeteando en el recreo, un amigo me dijo que tenía la elasticidad de Roberto Carlos. Era malísimo, pero a mí me convenció y dejé la portería. Fue la primera piedra de una carrera de insulso lateral a pierna cambiada que acabaría por forjar hasta mi retirada.

Pero aún a día de hoy, cuando me veo atrapando un tenedor o un táper al vuelo que se cae de la caótica alacena, juro que por un segundo creo con toda mi alma que podría haber llegado a Primera.

La vida del portero es dura. Lo digo yo que jugué tres o cuatro partidos antes de dedicarme a atajar cubiertos. Y me da pena no haber llegado a Primera, pero me alegro de que este Real Madrid no me haya querido fichar viendo la injusticia que están cometiendo con Keylor Navas. Tres Champions y ahora le buscan salida pese a ser el mejor en pretemporada. Ya me hubiese gustado tenerlo en aquella pista de cemento. No por mí, sino por mi entrenador y mi tío, que fue el que me regaló la camiseta aunque el que me llevase cada domingo al campo fuese mi padre.