Nadal gana a Medvedev una final heroica y ya roza el récord de Federer

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Robert Deutsch | REUTERS

A sus 33 años el español derrotó al ruso en un desenlace épico y ganó así su cuarto US Open. Con este triunfo suma 19 «grand slams», a solo uno del récord histórico del suizo, estancado desde el 2017

04 oct 2019 . Actualizado a las 10:53 h.

Entre todas las proezas con las que Rafa Nadal alumbra su carrera de éxitos, lesiones, reinvenciones e imposibles, sobre todo imposibles; en estos tres lustros de tenis hercúleo, hay una frontera en la que, probablemente, nunca creyó o no quiso creer del todo. La de alcanzar el récord de grand slams de Roger Federer. Porque igualar al suizo, que en los primeros tiempos de su carrera profesional era al mismo tiempo una inspiración, un rival y un ídolo, sería algo así como desactivar a un mito. A sus 33 años y después de una trayectoria asombrosa, su garra de los primeros días, su juego revolucionario de efectos increíbles con el que incomodó a todos, su cabeza privilegiada para jugar con frialdad y animarse como si hiciese surf por la lava de un volcán, su capacidad para caer y levantarse, le sitúan hoy, en plena carrera contra el tiempo, a un solo major de igualar los 20 del suizo. El epílogo del pulso más apasionante del tenis moderno presenta todos los alicientes. Sobre todo después del triunfo de ayer de Nadal en la final del US Open. Derrotó al ruso Daniil Medvedev, el jugador con más partidos ganados del 2019, por 7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4 en una final portentosa, con los dos tenistas al límite de las fuerzas, ofreciendo un espectáculo maravilloso. Suma así Nadal su cuarta victoria en Nueva York.

Nadal tenía un plan, como siempre. A veces falla por el acierto del rival, y a veces lo varía por el camino gracias a su inteligencia sobre la pista. Esta vez se enfrentaba a una roca, un sacador poderoso, un rival sólido desde el fondo de la pista, un chico capaz de desafiar hace unos días al público de la Arthur Ashe espetándole con el micro en la mano y la megafonía a todo trapo que le habían ayudado sus abucheos previos. A ese tenista osado y talentoso, Nadal le fue tendiendo trampas. Si podía, le atacaba con la derecha; si no le alcanzaba para tanto su dominio, le mareaba con un cambio de alturas constante: ahora un revés cortado, ahora una derecha alta, ahora un revés angulado... El objetivo, que el ruso no pegase nunca a la altura de su cintura, el punto en el que se encuentra más cómodo.

La partitura estaba clara, y Nadal la interpretó con finura y temple. No importaba que el rival se apuntase algunos puntos de mérito, no importaba que cayese algún break en contra. Una final a cinco sets contra Nadal es muy larga.

Por eso, cuando Medvedev rompió el servicio del español en el tercer juego, para adelantarse por 2-1, en el rostro de Nadal no se movió ni una ceja. Tardó apenas unos minutos en devolver el golpe. Desde entonces, no sufrió ni un sobresalto más hasta los útimos instantes del tercer set. De hecho, después del break en contra, el español sumó más de diez puntos seguidos con su servicio desde entonces. Confianza plena. Enfrente, Medvedev intentaba salir de ese laberitno en el que le había envuelto el más pesado de todos los rivales. Lo intentó a través de dejadas que poco le funcionaron.

Al libreto le añadió Nadal otra idea. A un buen plan siempre le sienta bien un elemento inesperado: las subidas a la red con su servicio. La cuota justa de improvisación y sorpresa. Así se cobró un puñado de puntos más.

El primer set lo cerró Nadal cuando ya casi asomaba el desempate del tie break. Con 6-5 a su favor, rompió el servicio de su rival. Todo en orden. En el segundo, la oportunidad llegó antes, con 3-2 voló hasta el 5-2 antes de cerrar el 6-3.

En esa situación, la reacción de Medvedev resultó heroica. Porque en más de medio siglo nadie había remontado dos sets en contra en una final del US Open. La última vez lo había logrado Pancho González al derrotar a Ted Schroeder en 1949 por 16-18, 2-6, 6-1, 6-2 y 6-4. Y el ruso se quedó muy cerca, tirando golpe tras golpe a las líneas, jugando con valentía, llevando a Nadal al límite, engradeciendo, en fin, la final.

Levantó Medvedev un break en contra en el tercer set, corrió, esperó, contraatacó... Lo hizo casi todo perfecto y sacrificado. Y constató que a día de hoy, a sus 23 años, ya es el número uno de la nueva generación, esa por la que el tenis lleva años esperando. Pero el amo del tenis, con permiso de Roger Federer, es Nadal. El pulso continúa.