Valverde, Iniesta o Abrines, campeones que entraron en las garras de la depresión

La Voz

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Son deportistas que han alcanzado la gloria del éxito, pero que a pesar de triunfar en sus disciplinas han caído en le lado débil de la mente hasta llegar a la depresión

18 sep 2019 . Actualizado a las 08:48 h.

Alejandro Valverde, campeón del Mundo de ciclismo, Andrés Iniesta, héroe del mundial de fútbol en 2010 y leyenda del Barca, y Álex Abrines, exjugador de la NBA, son algunos deportistas ilustres que a pesar de triunfar en sus disciplinas han caído en el lado débil de la mente hasta llegar a la depresión.

Cuando el cuerpo se aleja de la mente, se pierde la motivación y no se encuentra explicación. El deportista de élite, por muy famoso y triunfador que sea, entra en las garras de la depresión. De ahí a una locura a veces solo hay un paso, pero el paso que hay que dar es lanzar la señal de S.O.S y pedir ayuda. No se reconoce fácil, muchos deportistas esperan a su biografía o a un programa especial sobre su persona para contar su experiencia.

Alejandro Valverde lloró viendo la presentación del reportaje Un año de arcoiris. Se emocionó el «Bala», de 39 años y 127 victorias en su palmarés. En las imágenes contó el peso de plomo del maillot arcoiris, y sobre todo impactó su depresión en el 2012 cuando terminó de cumplir 2 años de sanción por dopaje. «Desde fuera todo parece muy bonito, pero soportar la presión es muy duro. Perdí hasta el deseo de ganar, el hambre de ganar. Hasta se me olvidó lo que era disfrutar de la bici», dijo un ciclista habituado a ganar desde los 9 años.

La experiencia fue peor en marzo del 2012. Mareos, miedo insuperable. Un buen día le invadió el miedo, le resultaba imposible conducir por autovía por pánico a un mareo. La consulta al psicólogo fue el primer paso, pero «estaba de psiquiatra».

Esas sensaciones las tuvo Iniesta, «Iniesta de mi vida», que gritó Camacho tras el gol del Mundial. A sus 35 años, además ha ganado dos Eurocopas, y 4 Champions con el Barça. Otro mito que lo tiene todo y un día temió perder algo más que los títulos deportivos. «De repente, uno empieza a encontrarse mal, y el problema es que no sabes lo que realmente te está pasando. Me hacen un montón de pruebas. Todas salen perfectas. Pero mi cuerpo y mi mente se desencuentran», explicó el jugador del Vissel Kobe.

Según cuenta en su biografía, todo ocurrió en el año 2009, siendo Pep Guardiola entrenador del Barcelona y con triplete esa temporada. Una serie de lesiones y la muerte de su íntimo amigo, el españolista Dani Jarque el 8 de agosto de ese año, precipitó su estado de ansiedad y llegó la ayuda de profesionales. «No puedo más», le dijo al doctor. «Cuando la mente y el cuerpo están en una situación tan vulnerable, eres capaz de hacer cualquier cosa. ‘Entiendo’, entre comillas, a las personas que en un momento dado hacen una locura», llegó a decir Iniesta.

El abismo también lo visitó el jugador de baloncesto Álex Abrines (Palma de Mallorca, 26 años). En julio del 2016 conoció el máximo escalón del baloncesto en los Oklahoma Thunder de la NBA y actualmente viste la camiseta del Barça. El jugador tuvo una depresión que le obligó a dejar temporalmente el baloncesto. «Da igual si eres Bill Gates o estás en paro, estos problemas le pueden pasar a cualquiera. La gente debe saber que con la ayuda de profesionales, de amigos y de la familia se puede sale adelante».

«Somos jugadores dos o tres horas al día, pero después puedes pasar momentos difíciles. Hay que tomar medidas preventivas para que no vuelvan a suceder. Además del fisioterapeuta, debe haber una persona dedicada a la salud mental porque también es importante», señaló el escolta, también «aliviado y liberado» tras contar su experiencia.

En el mundo del deporte han sido muchos los casos de cuadros depresivos. La exposición al público, la presión del deporte de élite favorece estas situaciones mucho más frecuentes de lo que refleja en los medios. Un caso muy frecuente fue el del exseleccionador nacional Luis Aragonés, campeón de Europa en el 2008. El «Sabio de Hortaleza» renunció en 1981 a entrenar al Betis por un cuadro depresivo, situación que se repitió con el Atlético de Madrid 5 años después. Muchos otros deportistas son y han sido presa de ese «mazazo que llega sin saber porqué y del que resulta difícil salir». Todos los afectados coinciden: «Hay que recurrir a un profesional».

La nadadora gallega María Vilas también vivió en sus propias carnes el infierno de la depresión. Fue en el 2017 cuando, harta de la presión de las marcas de vivir 24 horas dentro de una burbuja de renuncias y sacrificios. Era una de las mejores nadadoras gallegas de todos los tiempos. En la primavera del 2016, a punto de cumplir los 20, Vilas era un portento. Las marcas no paraban de bajar. Aunque en el fondo iba inmersa en una carrera hacia ninguna parte, por culpa de una presión que no había elegido de forma consciente. Se había ido dejando llevar por lo que se esperaba de una chica tan talentosa y disciplinada. Capaz de machacarse en sesiones de kilómetros y kilómetros.  Vilas formaba parte entonces del equipo de élite que dirigía en Barcelona el francés Fred Vergnoux, con Mireia Belmonte como bandera. Camino de los Juegos de Río, explotó, hastiada de parte de los peajes de la élite entendida de forma salvaje. Se hartó varias veces. No hubo un día exacto en que se quebrase su ilusión. Aunque una vez hizo las maletas y se marchó a Ribeira.  Sucedió en Sierra Nevada unas semanas antes de la cita olímpica.

Desde niña volcada en la natación, primero en Ribeira, luego en Pontevedra y después en Barcelona, Vilas transitaba sobre la fina línea que separa el alto rendimiento del esfuerzo sobrehumano. «Mi cabeza estaba mal. Empecé a ver a la psicóloga de la Blume. Ya entonces estaba cansada de entrenar o de que la gente me hablase de eso. Pero aún no sabía que terminaría dejando de nadar. Hasta que más tarde vimos que era lo mejor». Paró y cambió de vida. Pero la de María Vilas es una historia dura con final feliz. Una llamada a su entrenadora con la que todo volvió a empezar. Hoy lucha por clasificarse por una plaza para los Juegos Olímpicos de Tokio.