El gigantismo deportivo y el peligro de morir de éxito

DEPORTES

JEAN-CHRISTOPHE BOTT

24 mar 2020 . Actualizado a las 08:59 h.

El movimiento olímpico había enviado algunas señales preocupantes en los últimos años. No de agotamiento, pero sí asustaba como otra gigantesca burbuja a punto de estallar. Hace décadas que el deporte se convirtió también en un negocio y un espectáculo. Pero, paradójicamente, ningún evento forzó tanto sus costuras como los Juegos, que nacieron con otro espíritu y valores. En solo 16 días se citan en una ciudad más de 11.000 atletas de 200 países, a cambio de inversiones por 35.000 millones de euros y contratos que, solo por los derechos televisivos, alcanzan los 2.700, tomando Tokio 2020 como referencia. La alocada carrera de las grandes capitales por convertirse en la sede olímpica se había detenido. Más deportes, más atletas, más gasto... Y más negocio. Pero llegó un momento en que, para asombrar al mundo, las inversiones en estadios e infraestructuras para apenas dos semanas de espectáculo disuadían a posibles organizadores. Por eso el Comité Olímpico Internacional se saltó sus propias normas para, en una pirueta reveladora, otorgar al mismo tiempo los Juegos del 2024 a París y los del 2028 a Los Ángeles. Los proyectos más solventes escaseaban.

Todo estaba dispuesto, en todo caso, para que el aura de la reconstrucción del Japón golpeado por la tragedia de Fukushima, y la hospitalidad del país y su capacidad para asombrar con avances tecnológicos y de robótica, convirtiesen los Juegos del 2020 en otro éxito. Y enterrasen los debates sobre la sostenibilidad del tinglado olímpico para otro momento.

Hasta que llegó la crisis del coronavirus y, también para el olimpismo, lo cambió todo.

El COI ha jugado un papel bochornoso en los últimos días. En los que la contumacia en mantener sus planes, sin abrirse a la posibilidad de un aplazamiento hasta que se vio en peligro de un monumental boicot, lanzó un mensaje miserable. Los deportistas habían pasado a ocupar el último escalón de sus prioridades.

Los Juegos implican hoy a tal cantidad de actores y suponen un negocio tan salvaje, que el COI y el comité organizador de Tokio están ante un complejísimo escenario en el que parece irresoluble el obligatorio cambio de fechas si no ceden en la negociación demasiadas partes. Tanto, que el modelo actual parece en peligro, si no de morir de éxito, sí de quedar seriamente dañado. En ese contexto, resulta bochornoso el cinismo del presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Después años saturando el calendario del fútbol con más y más partidos, ayer apostó por reducir los calendarios y aligerar torneos. Qué peligro los conversos...