Maradona, el héroe trágico del viejo fútbol

DEPORTES

26 nov 2020 . Actualizado a las 19:21 h.

Morir joven y dejar un bonito cadáver. Eso hizo Maradona hace 20 años, el día que se despidió de La Bombonera, ya con un discurso caótico (¿alguna vez no lo fue?) y sentido, engullido por su clásica espiral de excesos, tribunero, populista y algo odioso, pero todavía capaz de crear tuits con bombas de ingenio («la pelota no se mancha») antes de que naciesen las redes sociales. Al viejo fútbol le faltaba un héroe trágico entre sus grandes símbolos. Necesitaba un ángel caído como una estrella de rock. Y ya lo tiene, porque a los 60 había vivido demasiado deprisa, pero también cayó demasiado pronto. El Diego llevaba años empeñado en refozar el mito. Ni el Pelé enamorado del establishment, ni el Di Stéfano que no llegó a jugar un Mundial, ni el Cruyff setentero de encanto pop regalaron tantas lecturas diferentes al teatrillo del fútbol más allá del balón.

Messi, huérfano de patria, perdido entre dos orillas, entre Barcelona y Rosario, nunca será Maradona, claro. El actual 10 es mejor futbolista, si se le priva del pecado original de jugar rodeado de los mejores en la mejor época del Barça, si se entiende que no es culpable de haber sido un producto tan genial como insípido del fútbol moderno. Igual que Diego es hijo de los desmadrados 80, Leo sufre el desapego que produce la burbuja que envuelve a los deportistas millennials. No hay manera de quererle ni de creeerle más allá de los 90 minutos en los que se transforma durante un partido.

Murió Maradona, canchero entre los cancheros, escapista ante entradas salvajes de las de antes. El barrilete, el gordito, el cafre de vida desordenada, el tramposo, el penúltimo pícaro que habrá marcado con la mano un gol de semejante calado histórico antes del VAR. Un truco que no ganó un partido, sino que resarció de una guerra. El más grande de su época, creyéndose líder de causas perdidas, nacido para campeonar rodeado de futbolistas descamisados de talento, lució en su gambeteo por carreteras secundarias: Argentinos Júniors, el convulso Barça del postfranquismo, el suburbial Nápoles... Vivió tan deprisa, que descarriló siempre. Por eso le quieren tanto, por eso se le echará de menos. Por la nostalgia de un tiempo y un fútbol que ya no volverán.