Honoré encuentra a su Tadzio en «Le lycéen», pero él no es Visconti

José LuiS Losa SAN SEBASTIÁN / E. LA VOZ

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El director Christophe Honoré, los actores Paul Kircher, Vincent Lacoste y Juliette Binoche, y el productor Philippe Martin, este lunes en San Sebastián.
El director Christophe Honoré, los actores Paul Kircher, Vincent Lacoste y Juliette Binoche, y el productor Philippe Martin, este lunes en San Sebastián. Javier Etxezarreta | Efe

La catalana «Suro» quiere ser drama rural y de tesis en el Alto Ampurdán

20 sep 2022 . Actualizado a las 08:17 h.

Christophe Honoré poseyó hace tiempo una estimable capacidad de agitación propositiva. No sé en qué punto de este siglo la perdió. Lo que resta es un director que la mayor parte de las veces alcanza la corrección. Pero casi siempre esta llega con el lastre de quien ha perdido el tren, el pulso, la fiereza. Y sus películas, entre el alcanfor y la cursilería, se han quedado con lo peor del término camp. En Le lycéen hay un error de partida: Honoré parece haber encontrado a su Tadzio aggiornato, el efebo de Thomas Mann y de Luchino Visconti hallado y perdido en Venecia. Y se vuelca en entregarle al completo las dos horas de una película que quiere hablar del luto y se queda en los ingrávidos días de desnortamiento de un adolescente que acaba de perder a su padre. El problema es que ni Honoré es Visconti ni el joven actor Paul Kircher posee el aura de Björn Andrésen. Ni el poblachón francés donde se produce la cita con la belleza y con la muerte posee la espectral evocación de la Serenísima. Por cierto, Andrésen denunció hace un año, en un documental sobre su figura, que Visconti lo había manipulado. En el carrusel de las políticas de la cancelación no hay inocencias supuestas ni plazos de prescripción. Es como si la controversia de Ulrich Seidl y sus jóvenes actores rumanos, a los que no se sabe si informó bien o si pagó lo acordado, se concatenase con estos ecos del pasado en la playa del Lido, mientras sonaba la Quinta de Mahler a mayor gloria de una pedofilia de culto.

Le lycéen —volvamos al presente— comete el delito de abandonarlo todo a la suerte del bello actor. A prodigarlo en secuencias donde su anatomía es expuesta de cama en cama —loca juventud— casi a ritmo de vodevil. Y —esto es imperdonable— el guion que también ha escrito Honoré desaprovecha a Juliette Binoche, cuyo papel de madre del muchacho es ninguneado, limitado a algo casi anecdótico, cuando esta actriz mayestática posee tal contrastada capacidad para la veracidad en el cine del dolor que es una grosería desplazarla de este modo. Pero para Honoré no es de interés nada que desvíe la mirada de su centro obsesivo de atención. No se puede decir que no sea consecuente.

De Mikel Gurrea, autor de la segunda obra española a concurso, Suro, desconocíamos cuál es la medida de su talento porque esta producción catalana es su opera prima en el largo. A mí no me convence el drama rural que me quieren contar, con una pareja urbanita condenada a llegar a la guerra de oficios o de roles con la partida de leñadores que han contratado para que descorchen los alcornoques en su huida de la Barcelona gentrificada a un pueblo remoto. En el Alto Ampurdán. Nunca me creo en Suro ni a los personajes ni mucho menos sus motivaciones cambiantes, de concienciados o egoístas. Los protagonistas —la pareja formada por Vicky Luengo y Pol López: ambos están mal, pero lo de él es tan tremendo que ella merece indulto— se alternan caprichosamente en sus visiones de los inmigrantes magrebíes como despreciables extranjeros o como víctimas por las que vale la pena arriesgar la vida. El desarrollo es como un esqueleto de guion mal escrito en el cual las cosas tienen que suceder así porque así está escrito. Y se van sucediendo las situaciones que sabes de antemano que llegarán porque están en el libreto. Hay moralina fina. Y un baile de no exorcizada de Vicky Luengo que me produce alergia. Al personal le ha gustado mucho. No puedo dejar de pronunciar «albricias» ante este éxito.

Il Boemo es una coproducción checo-italiana que dirige Petr Vaclav. Hago memoria y encuentro que tuvo un breve prestigio autoral en el siglo pasado, cuando ganó el Leopardo de Plata en el Locarno de 1996. No caeré en el error de decir que no teníamos de él noticias. Aunque suenen como tambores lejanos. En Il Boemo, Vaclav nos introduce en el ambiente de la corte italiana del siglo XVIII. Allí la ópera aún no vivía su edad de oro pero ya era cosa que merecía el favor real. Y que te convertía en un mattatore en la Venecia pecaminosa o en el volcánico reino de Nápoles. Me interesan de la película las recreaciones de algunas excentricidades de la época —eróticas o escatológicas— pero siento que la historia está muy mal desarrollada.

O yo me pierdo entre la profusión de damas que cortejan al protagonista, un aspirante a compositor de ópera que no encuentra tiempo para escribir música o libretos con lo cargado de su agenda de amoríos. Se llama el actor principal Vojtech Dyk y es un doble alemán de José Coronado, pero bastante peor actor que él.

Y no siento que se profundice en los matices de esa coralidad de personajes que lo rodean, con lo que todo me va dando un poco igual. No es ningún spoiler -porque así comienzan los 140 minutos de metraje- decir que el galán operístico terminará carcomido por la lepra. Desnarizado por un contagio sexual que se produce en la única ocasión en la que yace con una criada y no con las damas de la corte.

A Il Boemo -apodo con el que se conoció al protagonista del filme, un músico que existió y al que nada menos que Mozart reutilizó para una de sus óperas- también habría que amputarle algo así como una hora. No sé si así mejoraría pero desde luego más de uno saldríamos de la sala más enteros.