Los otros mundiales que compró Catar

DEPORTES

El árbitro internacional viveirense presenció el Mundial de atletismo al aire libre de Doha 2019
El árbitro internacional viveirense presenció el Mundial de atletismo al aire libre de Doha 2019

El dinero suple una pobre cultura deportiva, confirman quienes ya vivieron allí grandes campeonatos como los recientes de atletismo y balonmano

21 nov 2022 . Actualizado a las 08:24 h.

Construcciones faraónicas e hinchas impostados. Son algunos de los argumentos que compra Catar para dar brillo a sus grandes citas deportivas y paliar una pobre tradición y cultura. El inminente Mundial será el acontecimiento más global que se celebre frente al golfo Pérsico, pero volver la vista a un pasado reciente permite intuir qué encontrarán quienes vivan desde dentro el campeonato entre las 32 mejores selecciones de fútbol. Esta monarquía árabe ya adquirió antes espectáculos con caché planetario en fórmula 1, moto GP, golf, ciclismo, pádel, tenis, balonmano y atletismo, entre otros.

Doha vio en el 2019 cómo un jovencísimo Adrián Ben conquistaba un sexto puesto en 800 metros en el Mundial de atletismo al aire libre. Desde la grada lo contempló Guillermo Sandino, un árbitro internacional viveirense que asistió a aquel certamen invitado por la federación. «Allí todo es espectacular. Hay mucho dinero puesto, todo es moderno: los hoteles, el transporte, los recintos... Para los atletas todo estaba organizado a la perfección y nosotros estábamos en una burbuja. Te tratan muy bien, nada tiene que ver con lo que haya en la calle», relata antes de profundizar en los matices. 

«Construían noche y día»

«No hay ninguna cultura deportiva. El estadio se veía desangelado y los días que lo llenaban era con grupos escolares o gente que llegaba en bus. No eran aficionados al uso», explica Sandino, que también reparó en el trabajo sin descanso de los obreros que levantaban los estadios para este Mundial de fútbol. «Construían noche y día, solo paraban cuando se alcanzaban los 50 grados», explica sobre una competición que se celebró entre septiembre y octubre, en unas condiciones aún más calurosas que las actuales.

Una realidad que pudo confirmar cuatro años antes Enrique Villares durante el Mundial de balonmano. «Las obras no paran nunca. Probablemente ahora Doha ya sea una ciudad completamente distinta a la que vimos nosotros en el 2015. Es un desierto y un espacio infinito para edificar, tienen mucho dinero y mano de obra barata. Había muchísimos pakistaníes trabajando las 24 horas», recuerda el mariñano.

El expresidente del Balonmán Viveiro, que ha acompañado a la selección en más de una decena de grandes torneos, describe un país lleno de construcciones modernas y cómodo para sus visitantes: «Nada de alcohol y las mujeres locales totalmente tapadas, por lo demás hacíamos una vida muy normal. El aeropuerto es inmenso y modernísimo, fue la primera vez que me hicieron el control de iris para entrar, los pabellones eran espectaculares y los hoteles casi todos de cinco estrellas, de súper lujo. En ellos se hacía vida como en cualquier ciudad europea, aunque con el alcohol carísimo».

El gobierno catarí invitó a ese certamen a muchos ciudadanos extranjeros, entre ellos a cuatro vigueses, para apoyar a la selección local. «Se notaba que en el pabellón había gente que no estaría habitualmente en un partido de balonmano, que metían a muchos para dar imagen. Sin embargo, en cuanto a organización y seguridad todo estaba muy cuidado», añade.

Aquel Mundial de balonmano, en el que ganó Francia y España fue cuarta, se celebró a finales de enero y Villares describe un «calor infernal». «Siempre por encima de los 30 grados», en un condicionante que ha obligado también a desplazar la Copa del mundo de fútbol de su típico encuadre veraniego.