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La charla sostenible de esta semana llega de la mano de Gaspar Fernández. Arquitecto y defensor de lo local, nos cuenta cómo en su coworking «El Camaleón de Rubik» apuestan por acciones que pasan por reducir y vivir con los recursos meramente necesarios

  • «El teletrabajo ha supuesto un hartazgo de los medios digitales y mucha soledad. Vemos mucha gente que tiene necesidad de socializar»

  • «Lo que viene de Europa es la necesidad de reducir la dependencia de fuera. No puede ser que tú importes leche de los Alpes cuando la tienes en Asturias»

Gaspar Fernández Domínguez (Oviedo, 1982), licenciado en Arquitectura, abrió hace un año en su ciudad «El Camaleón de Rubik» un espacio de coworking que quiere contribuir a mejorar la economía local con un modelo basado en la sostenibilidad y la defensa de lo local. Lo puso en marcha junto a su amigo de la infancia y economista, Ángel Domínguez-Gil.

Parece que no tuvieron mucha suerte en los comienzos. Justo cuando iban a poner en marcha el espacio, llegó la pandemia.

—Sí, pero al final hubo una parte positiva, que fue la implementación del modelo híbrido. Con la pandemia la gente teletrabajaba y cuando pasó todo ha ido volviendo a la oficina pero ya no como antes. Se ha impuesto un modelo en el que parte de los días la gente trabaja desde casa o desde un espacio comunitario y otros días trabaja desde la oficina.

Hay quien dice que, en cierto modo, con la aparición de estos modelos mixtos en la pandemia salimos ganando. ¿Está de acuerdo?

—Yo creo que como todo tiene su parte positiva pero no hay que dejarse caer en un nuevo paradigma que rompe con todo lo anterior. Al final también hemos visto cómo ese teletrabajo ha supuesto un hartazgo de los medios digitales y mucha soledad. Vemos mucha gente que tiene una clara necesidad de socializar. A veces se nos olvida esa vocación social del ser humano y así nos luce el pelo.

¿Son espacios como el suyo una forma de remediar esas carencias?

—Sí. Esa es justo la idea. Tenemos a gente que trabaja para empresas australianas, canadienses o belgas y está en Oviedo, cosa que sonaba a ciencia ficción hace unos años y ahora es una realidad que vemos todos los días. Pero esa gente nos contaba que en casa llegas a experimentar una cierta sensación de irrealidad, porque estás en tu burbuja y te falta el contacto con otra gente: salir a la calle, tener que cambiarte de ropa, que te dé el aire... y eso este tipo de espacios lo fomenta. De hecho, enlazando con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la salud y el bienestar, una cosa que siempre defendemos es la salud mental. Ahora que ha pasado la pandemia empezamos a hablar de ello, de gente cada vez más necesitada de hablar con otra gente, que necesita tratamientos, etcétera. Si nos convertimos en máquinas que solo están ahí para trabajar, lo que pasa es esto. Aquí hay gente que viene a socializar, aparte de a trabajar, y eso implica un bienestar emocional que también es importante.

Usted es arquitecto de formación. Supongo que su ocupación actual está lejos de lo que se imaginaba que iba a ser su vida laboral. ¿Cómo evolucionó su manera de ver la arquitectura?

—Hoy el hecho de estudiar una carrera no te garantiza tener un trabajo que puedas visualizar con 18 años. Quizá queden los médicos y pocos más. Un ingeniero o un arquitecto, que parecían carreras que todo el mundo se podía imaginar por dónde iban, ahora tienen trayectorias que son muy cambiantes. Yo empecé la carrera con los primeros efectos del Guggenheim, que se construyó en 1997. En aquel momento, todos los pueblos construyeron su edificio para colocarse en el mapa de la cultura y del turismo a nivel nacional. Cuando yo terminé llegó la crisis de Lehman Brothers y se habían construido en los diez años anteriores todos los edificios que había que construir para una generación. Entonces, aunque he hecho mis pinitos, lo de construir edificios no es algo que ahora tenga mucho recorrido. Como buenos camaleones, Ángel y yo llegamos hasta aquí. Al final, la vida te lleva por donde te lleva y si juntas experiencias, contactos y ganas de hacer de mucha gente diversa, al final la interacción genera innovación y las ideas fluyen.

Esa debe ser la tendencia.

—Parte de lo que viene desde Europa en cuanto a economía circular y sostenibilidad es la necesidad de disminuir la dependencia de fuera. No puede ser que tú importes leche de los Alpes cuando tienes leche en Asturias. Entonces, apostemos por lo cercano. Nosotros trabajamos con una ganadería de Piloña que nos trae leche fresca. Trabajamos con un artesano de Avilés que nos ha hecho los muebles con madera reciclada. Trabajamos con un proveedor de comida ecológica y casera que nos trae menús para la gente que trabaja en el coworking. Trabajamos con unas chicas de Pola de Siero que utilizan el musgo como elemento decorativo, la planta preservada, que es un elemento ideal para combinar naturaleza y espacios de trabajo sin mantenimiento. En la medida de lo posible intentamos apostar por ese modelo.

¿Cree que modelos como el suyo contribuyen no solo a la sostenibilidad económica sino a la ambiental?

—Sí. Absolutamente, y es parte fundamental de nuestro discurso: la sostenibilidad como obligación. Ya no debe ser una pose ni una opción. No nos queda otra que ser eficientes y utilizar los recursos de manera responsable. La economía compartida, por ejemplo. La pantalla que usamos es un medio que como pequeño autónomo no te puedes permitir, pero el hecho de compartirlo con otras treinta personas hace que sea posible. Y está alquilada, si se deja de utilizar se devuelve y no se generan residuos. Y está el recurso espacial. El hecho de estar en el centro de Oviedo hace que casi toda la gente que está aquí venga caminando, lo cual implica menos emisiones y un uso compartido y responsable del suelo como recurso limitado. Si todo el mundo se coge una oficina de cincuenta metros en el centro de Oviedo no hay para todos. De esta manera, tienes acceso a una sala de reuniones buena y a un puesto de trabajo a un coste muy reducido y, además, de manera compartida. Va totalmente en esa línea de la sostenibilidad.

No es una cuestión de ser verdes, es una cuestión de vivir con los recursos que tenemos de una manera responsable.

¿Como aplica usted la sostenibilidad en su día a día?

—Yo estuve de Erasmus en Alemania cuando tenía 22 años y vivía con un chico al que llamaba «reciclaman» porque teníamos un apartamentito de 50 metros y teníamos una auténtica planta de reciclaje en casa, y de aquella me sonaba todo un poco exagerado. Ahora intento separar todos los residuos porque te das cuenta de que se puede hacer mucho desde casa. La basura orgánica, que parece una tontería, supone una parte importante de lo que haces y tiene una salida inmediata para otros usos. Por supuesto, todos los vidrios, metales, cartones o componentes electrónicos. Intentamos también consumir menos electricidad y consumir el agua de manera más responsable. Y el tema de la salud y los materiales; aquí tenemos corcho en el suelo, que es uno de los materiales más sostenibles porque no implica talar ningún árbol sino que se regenera continuamente. Es un material muy bueno y muy saludable. También las paredes que tenemos en este espacio o en casa están pintadas con pinturas ecológicas. Las pinturas son cada vez más nocivas. Están compuestas de disolventes que transmiten partículas al aire y eso lo respiramos, y luego pasa lo que pasa. Empezar a adquirir una cierta sensibilidad con ese tipo de temas es importante para el medio ambiente y para nuestra salud.

¿Ve a su generación concienciada?

—Queda mucho por andar, pero el que no se haya dado cuenta este verano de que no hay mucho margen para esperar o para adoptar medidas, ya no hay nada que hacer. No es una cuestión de ser verdes, es una cuestión de vivir con los recursos que tenemos de una manera responsable. Y sí, la gente que está aquí creo que ya lo tiene interiorizado.

¿Con cuál de las tres «erres» se queda, Reducir, Reutilizar o Reciclar?

—Yo creo que la más importante es reducir. Cuanto antes atajes el problema, mayor es tu capacidad de generar un efecto positivo. Igual que en arquitectura, hay que aplicar medidas activas -por supuesto-, pero consumir menos desde mi punto de vista es más importante que generar energía desde una fuente más o menos renovable, que todas tienen sus dificultades.

con la colaboración de