Año 1110, cuando la Luna desapareció del cielo

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MIKE BLAKE | REUTERS

El fenómeno astronómico coincidió con una época de muy malas cosechas y grandes hambrunas en Europa

15 may 2020 . Actualizado a las 18:23 h.

Los anillos de los árboles y el hielo de los polos ayudan a los científicos a conocer las causas y los efectos de los cambios climáticos del pasado. Además, las crónicas históricas describen el impacto que los eventos naturales ocasionaron en las sociedades humanas, sobre todo los más violentos. Por ello, la comunidad científica acude cada vez con más frecuencia a los manuscritos y documentos de cada época para recopilar una información muy valiosa que aporta valor añadido a los datos.

Entre el año 1109 y 1111 existen numerosas referencias escritas a las terribles condiciones ambientales y a sus efectos sobre la población. El famoso cronista y monje bizantino Orderico Vital mencionó en su obra Historia Eclesiástica que durante el verano y el otoño de 1109 en Francia «la lluvia excesiva ahogó los cultivos y la vendimia fue un fracaso casi total». Las malas cosechas generaron escasez, acaparamiento de granos y la especulación de los propietarios de cultivos. En muchos países de Europa, como España y Francia, hubo grandes hambrunas. «Toda la Galia sufría de forma muy severa la hambruna y durante siete años continuos la falta de todo lo necesario para mantener la vida persistió y, por lo tanto, acabó mucha gente y redujo a innumerables personas ricas a la pobreza», sostiene un documento escrito por los monjes de la abadía benedictina de Morigny. 

Los testimonios sobre un suceso astronómico ocurrido en el mes de mayo de 1110 refuerzan la tesis de que aquellos fueron unos años muy convulsos en lo referente a la meteorología. El día cinco estaba previsto un eclipse de Luna, uno de los siete que se registraron entre el año 1100 y 1120. Pero aquella noche el satélite desapareció por completo de un cielo que estaba muy despejado. «Su luz disminuyó y se extinguió por completo además, no se vio ni luz, ni orbe, ni nada de nada. Y así continuó casi hasta el día», recoge la crónica anglosajona de Peterborough. 

En los eclipses lunares, al contrario de los solares, no se produce una ocultación. En lugar de ello, ocurre un fenómeno que colorea el satélite de rojo debido a la interacción entre la luz solar, la atmósfera y nuestra vecina cósmica. Aunque la Luna pasa durante su órbita por la sombra que proyecta la Tierra, nuestro planeta en realidad no es un cuerpo opaco porque tiene una capa que deja pasar luz, la atmósfera. La luz del Sol pasa a través de ella, se refracta o curva debido a las presencia de partículas o aerosoles, llega a la Luna y rebota, permitiendo que podamos ver el satélite de ese color. Sin embargo, aquella noche de 1110 esto no ocurrió. 

La comunidad científica también fue testigo de aquel eclipse lunar tan atípico. «Es evidente que este fue una instancia de un eclipse negro, cuando la Luna se vuelve bastante invisible en lugar de brillando con el familiar tono cobrizo», documentó el astrónomo inglés Georges Frederick Chambers. La escala de Danjon se emplea en la actualidad en el estudio de los eclipses lunares y mide precisamente la luminosidad y la apariencia del satélite en función de la presencia de nubes o el polvo en suspensión. Pero las nubes no pudieron hacer desaparecer la Luna, porque el cielo estaba estrellado. 

Una investigación ha descubierto recientemente gracias s los testigos de hielo de Groenlandia que ese año se registró una concentración muy elevada de azufre en la alta atmósfera, lo que sugiere una erupción volcánica. Aunque como ocurre con otros episodios de esta naturaleza, los científicos dudan sobre qué volcán pudo ser. 

 

La hipótesis más respaldada apunta al Monte Asama, en Japón, que en 1108 experimentó una violenta explosión de la que dio buena cuenta el estadista Fujiwara no Munetada. «Hubo una gruesa capa de ceniza y en todas partes los campos y los arrozales se volvieron no aptos para el cultivo. Nunca vimos eso en el país. Es una cosa muy extraña y rara». La erupción del volcán japonés fue la más potente que se registró en todo el período Holoceno y su proximidad al año 1110 lo señala como principal responsable del eclipse oscuro que asombró al mundo en aquel período de calamidades, hambre y enfermedades por la influencia del clima.