Trump dispara la tensión en Siria con una amenaza directa contra Rusia

Adriana Rey NUEVA YORK | CORRESPONSAL

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NICHOLAS KAMM

Un destructor con 75 misiles Tomahawk a bordo parte de Chipre hacia la zona

12 abr 2018 . Actualizado a las 01:11 h.

«¡Prepárate, Rusia, porque [los misiles] vendrán bonitos, nuevos e inteligentes!». Donald Trump anunció ayer en Twitter la represalia por el ataque químico del sábado contra civiles en Duma, del que responsabiliza al régimen de Bachar al Asad. Su amenaza directa a Rusia elevó la tensión e hizo saltar por los aires el elemento sorpresa de cualquier acción militar. Sobre todo cuando él mismo ridiculizó a Barack Obama por presuntamente telegrafiar su estrategia militar al buscar sin éxito el respaldo del Congreso en el 2013 a una operación en respuesta a otro ataque con armas químicas contra la población siria.

La amenaza del republicano era su reacción a las declaraciones del embajador ruso en el Líbano, Alexánder Zasipkin, sobre que «cualquier misil que lance Estados Unidos contra Siria será derribado y su plataforma de lanzamiento será atacada». «La situación en el mundo se está volviendo cada vez más caótica. Con todo, esperemos que impere el sentido común y las relaciones internacionales entren en un cauce constructivo», dijo Vladimir Putin ante los nuevos embajadores en Moscú. Mientras, Turquía exhortaba a Rusia y EE.UU. a cesar su «pelea callejera».

Horas después de su tuit mañanero, Trump convocaba a su secretario de Defensa, James Mattis, para que le explicase personalmente la lista de objetivos que presumiblemente serán atacados en las próximas 48 horas. De ellos ha estado hablando ya con el presidente francés, Emmanuel Macron, su mejor socio en esta empresa bélica, que no necesita autorización del Parlamento. La primera ministra británica, Theresa May, con la que Trump habló por teléfono, todavía se lo piensa. Por su parte, la canciller alemana, Angela Merkel, no piensa involucrarse y solo apuntó, por primera vez, a Al Asad como responsable del ataque químico.

El destructor Donald Cook levó anclas el lunes en el puerto de Larnaca (Chipre) y se encuentra en una zona donde fácilmente podría atacar Siria. A bordo lleva 75 misiles Tomahawk y 20 tierra-aire para repeler los ataques aéreos enemigos. Pero muchos expertos no descartan una operación militar más amplia que un simple ataque limitado, como el que tuvo lugar hace un año. Las compañías aéreas ya fueron alertadas ayer por la Agencia Europea de Seguridad Aérea de «posibles ataques aéreos en Siria» dentro de las siguientes 72 horas.

En Siria, tanto el ejército de Al Asad como el ruso pusieron sus fuerzas en estado de alerta y vaciaron aeropuertos y bases, ante un ataque telegrafiado por el propio presidente estadounidense por las redes sociales. Los barcos rusos han abandonado ya el puerto sirio de Tartus para salir a mar abierto. Irán cerró también filas en torno a su aliado y «estará junto a Siria en contra de cualquier agresión extranjera». «La república islámica apoya a Siria en su lucha contra Estados Unidos y el régimen sionista», declaró Alí Akbar Velayati, asesor del Líder Supremo, Alí Jamenéi.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) exigió ayer acceso inmediato a la zona e informó de que unas 500 personas fueron atendidas en centros médicos en Duma con síntomas de exposición a agentes químicos y que unos 70 ciudadanos que estaban en sótanos murieron. Al menos 43 de los fallecidos presentaban «síntomas relacionados con una exposición a químicos altamente tóxicos».

El adiós de Paul Ryan abre una crisis entre los republicanos

El presidente de la Cámara de Representantes y tercera autoridad de EE.UU., Paul Ryan, no se presentará a la reelección. La noticia cayó como una bomba en el Partido Republicano al dejar en evidencia las dificultades que afronta a poco más de seis meses de las elecciones de mitad de mandato, las midterms. Ante la prensa, Ryan achacó a cuestiones personales su decisión de abandonar su cargo a final de mandado en enero del 2019: «Me he dado cuenta de que, si sigo otra legislatura más aquí, mis hijos solo habrán tenido un padre los fines de semana».

Ryan es el republicano número 40 que no se postula a la reelección. Casi el doble que en el Partido Demócrata, que ve estas bajas (sumadas a la impopularidad de Trump) como una oportunidad única para recuperar el control del Capitolio. La marcha de Ryan acrecienta el temor de los conservadores de perder su mayoría en la Cámara Baja, donde cuentan con 237 escaños frente a los 192 demócratas. «Esto es algo titánico, es un cambio profundo. Esto hace que cada donante republicano crea que no podemos mantener el control del Congreso», dijo un republicano citado por el portal de noticias Axios.

Ryan, de 48 años, llegó al Congreso en 1999 y aceptó a regañadientes el cargo de presidente en octubre del 2015 tras la renuncia de John Boehner. Fue compañero de fórmula de Mitt Romney cuando se presentó a las presidenciales contra Barack Obama en el 2012. Su relación con Trump ha estado marcada por sus diferencias ya antes de que fuera presidente cuando se negó a darle su apoyo tras ganar la nominación republicana. Su última disputa tuvo lugar hace escasas semanas, cuando criticó su decisión de imponer aranceles al acero.

Los rumores sobre su partida corren desde hacía meses en Washington. Nada ha desvelado sobre su futuro político, pero la marcha del republicano más poderoso ha desatado ya la batalla por el liderazgo, de un partido fracturado, entre conservadores y moderados. Kevin McCarthy y Steve Scalisse competirán por el cargo si los conservadores ganan los comicios de noviembre.

El presidente culpa al fiscal especial del Rusiagate de las tensiones con el Kremlin

La artillería que habitualmente Donald Trump lanza contra el fiscal especial del Rusiagate, Robert Mueller, subió ayer varios grados más, al culparlo de la pésima relación con el Kremlin, la «peor desde la Guerra Fría». «Mucha de la animosidad con Rusia es causada por la falsa y corrupta investigación sobre Rusia», tuiteó. Ya no esconde su animosidad. Varios medios apuntan a que el presidente tiene incluso un plan B: despedir al vice fiscal general de EE.UU., Rod Rosenstein. Con su salida, Trump considera que sería más fácil imponer límites al molesto fiscal.

Rosenstein es el encargado de supervisar a Mueller después de que el fiscal general, Jeff Sessions, tuviera que inhibirse tras descubrirse que ocultó al Congreso sus reuniones con el embajador ruso, Serguéi Kislyak. Trump cree que Rosenstein no ha hecho suficiente para protegerlo de la investigación sobre los vínculos entre Moscú y la campaña electoral.

La última vez que el presidente estudió ambos ceses fue en diciembre del 2017, cuando Mueller estaba a punto de hacer requerimientos legales sobre sus negocios con el Deutsche Bank. Según The New York Times, Trump dijo a sus asesores «en términos que no dejaron dudas» que era necesario acabar la investigación del fiscal especial.

Ley para blindar al fiscal

En Capitol Hill el despido del fiscal especial se considera una línea roja, pero para la Casa Blanca ya no es un tema tabú. Ante ese escenario, un grupo de senadores republicanos y demócratas buscan blindar a Mueller. Thom Tillis, Lindsey Graham, Cory Booker y Chris Coons presentaron ayer un proyecto de ley que daría a cualquier fiscal especial un plazo de diez días para solicitar una revisión judicial exprés de su cese. La norma evidencia la creciente preocupación en el Congreso, especialmente en las filas conservadoras.

Despedir a Mueller «sería un suicidio», reconoció el líder republicano en el Comité Judicial del Senado, Chuck Grassley. «No lo aconsejaría», dijo Rand Paul. Incluso el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, invitó a Trump a descartar esta posibilidad asegurando: «Siempre he dicho que a Mueller debería permitírsele hacer su trabajo». Despedir a Mueller o a Rosenstein supondría cruzar una línea roja. Durante el Watergate, una decisión similar le acabó costando el cargo al presidente Richard Nixon.