Salvini enseña la puerta a los «ilegales»

Mario Beramendi Álvarez
mario beramendi SANTIAGO / LA VOZ

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ORIETTA SCARDINO | efe

El líder de la Liga, nuevo ministro de Interior, llega a decir en Catania que no hay casa ni trabajo para los italianos

04 jun 2018 . Actualizado a las 07:16 h.

Las crisis, los tiempos de tribulación, suelen crear casi siempre las condiciones óptimas para el arraigo social del pensamiento xenófobo. Lo sabe muy bien la vieja Europa, tal y como acredita su turbulenta historia. Uno de los más recientes ejemplos es Matteo Salvini, líder de la ultraderechista Liga y flamante ministro del Interior italiano. Ayer, a las puertas de un hotel en Catania, en Sicilia, la zona de cero, el lugar al que llegan los desesperados en masa, el vicepresidente se subió a un pedestal para acaparar el foco y ser aclamado.

Con la escenografía propia de los predicadores, desde la altura del que anuncia la llegada de un tiempo salvador, Salvini desplegó el mismo argumentario que hizo subir como un cohete al Frente Nacional de Marie Le Pen. Si no hay trabajo para los italianos, ni casa, malamente puede darse acogida al goteo incesante de refugiados, «a media África», a todos esos que huyen empujados por el horror, aún a costa de arriesgar sus propias vidas.

Mientras Salvini decía en Sicilia lo que muchos italianos y sicilianos quieren oír, cansados del incesante ir y venir de simpapeles, partidarios y detractores del vicepresidente vociferaban enfrentados más allá de la verja, fuera del cordón de seguridad. «A los ilegales se les ha acabado la buena vida, tendrán que hacer las maletas», llegó a decir ayer en el transcurso del viaje anunciado a Sicilia, el puerto en el que atracan la mayoría de los barcos que vienen con refugiados de alta mar.

El sur de Italia se ha convertido en el campo de juego donde se disputa la campaña del voto de las elecciones municipales que tendrán lugar el próximo día 10. El también vicepresidente del nuevo Gobierno italiano, ministro de Desarrollo Económico y Empleo, y líder del Movimiento Cinco Estrellas (M5S), Luigi di Maio, dirigió ayer sus amenazas a las oenegés que trabajan en el rescate de refugiados, a las que calificó como «taxis del mar». Aunque su discurso sobre la inmigración es más moderado que el de la Liga, coinciden en un punto: poner fin al constante atraque de los barcos. A quienes a diario despliegan desinteresadamente su ayuda humanitaria en alta mar, Salvini los considera «vicetraficantes», un calificativo que volvió a emplear ayer.

Dentro de la estrategia del nuevo Gobierno italiano para poner freno a la llegada de refugiados ya se ha adoptado la primera decisión: un recorte de 5.000 millones, que era la cantidad que destinaba Italia a la acogida. El acuerdo entre la Liga y el Movimiento Cinco Estrellas pone incluso cifra al número de simpapeles que serán deportados: nada más y nada menos que 500.000.

La llegada de la ultraderecha xenófoba al mando del Gobierno italiano, con una participación minoritaria de la izquierda, aviva las contradicciones en el seno de la propia UE: países que inciden en la legislación y deciden a distancia, y países que sufren más directamente el problema por una cuestión de proximidad geográfica. Lo sabe Italia, pero también Grecia y España.

Para no alarmar, para transmitir confianza, incluso para alejar cualquier temor a que el caos esté a la vuelta de la esquina, Salvini ha prometido que la salida de los migrantes se hará con sentido común, de forma escalonada. Sin embargo, Italia se enfrenta a un grave problema con la inmensa bolsa de potenciales deportados. Solo tiene acuerdos de repatriación con Nigeria, Túnez y Marruecos. Y los ilegales de esos países son un porcentaje pequeño de aquellos a los que Salvini les ha enseñado la puerta.