Previa del desempate

Cristian García Fernández

OPINIÓN

07 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Haber sido jugador de rugby te da una sensibilidad y un respeto especial hacia el deporte, especialmente hacia el deporte de contacto y la nobleza que se vive tanto dentro como fuera. Probablemente mucha gente que no conozca el rugby en profundidad habrá escuchado hablar del tercer tiempo, donde los jugadores de ambos equipos se dan una tregua una vez fuera del terreno de juego y se toman algo juntos. En España tenemos una inminente cita con las urnas, y no quería empezar esta previa analizando el desempate y la campaña que está por venir tanto en nuestra tierra como en nuestro país sin acordarme de Muhammad Ali: «sólo un hombre que sabe lo que se siente al ser derrotado puede llegar hasta el fondo de su alma y sacar lo que le queda de energía para ganar un combate que está igualado». Esta frase debería de ser el leitmotiv para que todos los españoles y españolas que estamos convocados a las urnas ese día fuéramos a votar el Gobierno que queremos. De eso va el desempate y esa va a ser la máxima de campaña que adopten los principales partidos políticos.

A pesar del fango y el ruido mediático, con tintes de eso que vulgar y erróneamente tildamos en España de «populismo», en España el 20 de diciembre se produjo un empate, un impasse entre los dos bloques que comúnmente dibujan y definen el voto de las personas: entre la izquierda y la derecha. Con matices, por supuesto, pero de forma clara se dibujaban, y hoy se acrecenta, dos posibilidades: un Gobierno continuista del Partido Popular con diversos apoyos por activa o por pasiva versus un Gobierno de cambio que enmendase las políticas de Mariano Rajoy por injustas e ineficaces. La primera opción de Gobierno suponía seguir con el turnismo político que ha caracterizado nuestra joven democracia y a esa lógica llamaba el Partido Popular, a la de respetar la lista más votada. Pero en nuestra democracia parlamentaria, y no presidencialista, a pesar de que las campañas sí lo sean, el parlamento dibujaba un escenario en el que necesariamente habría que contar con apoyos a un lado y a otro. Una vez el Partido Popular definió su estrategia, consistente en no hacer absolutamente nada y cargar toda la responsabilidad en el Partido Socialista obligándole a pactar «con el populismo y los independentistas», empezaron los paseos triunfales de un Pedro Sánchez que si bien sabía que no sería presidente como él quería, se gustaba imaginándose serlo. La propuesta de Gobierno que Pedro Sánchez haría sería la siguiente: la segunda fuerza política, con apenas un puñado de votos por encima de la tercera, le pediría a la cuarta fuerza política, con cerca de dos millones de votos menos, su programa de Gobierno, al tiempo que le pedía a la tercera, quien debería ser su socio de Gobierno por coherencia programática y aritmética parlamentaria, que le firmase no ya un cheque en blanco, sino una servilleta de la cafetería del Congreso donde dijese «si no me apoyáis a mí, trataré de haceros la pinza con el PP». Como este proceder en la política española se quebró allá por marzo del 2011, donde la gente salió a las calles a decir que democracia no es votar cada 4 años», «lo llaman democracia y no lo es» o «no nos representan», al Partido Socialista se le torció el rumbo. Y así llegó la nueva convocatoria electoral, donde parecía que todo iba a ser igual, pero que cambió por completo tras el acuerdo entre Podemos, las confluencias e Izquierda Unida para concurrir juntos a las elecciones «del desempate» y unir fuerzas en favor del cambio político. La pinza que quiso hacer el Partido Socialista se convirtió en la perfecta polarización de dos alternativas o bloques de Gobierno: un Gobierno de Mariano Rajoy o un Gobierno de Pablo Iglesias.

Con la campaña a la vuelta de la esquina, la práctica totalidad de las encuestas, que si bien no sirven para aseverar certezas, pero sí para medir tendencias, arrojan algo de claridad sobre el desempate: Unidos Podemos es, hoy por hoy, la alternativa más sólida y fehaciente al Partido Popular, y está convencida de sumar para la causa, para su Gobierno de cambio y de progreso, al Partido Socialista, para lo cual deberán sumar más que la suma de Partido Popular y Ciudadanos. El voto útil, esta vez, tiene tintes algo más complejos. Si el Partido Socialista apeló tradicionalmente al «voto útil de la izquierda para frenar a la derecha», hoy esa baza que salvó algunas de sus campañas no está de su lado y puede traerles un susto en forma de pérdida importante de escaños en junio. Pero que nadie se equivoque: Mariano Rajoy, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera son conscientes de que no habrá Gobierno monocolor al uso tras las elecciones de junio y tratan de hacerse fuerte en sus hipotéticas condiciones como socios, tanto mayoritarios como minoritarios, de Gobierno. Si el 26 de junio hay números como para que haya un Gobierno del Partido Popular maquillado con la regeneración de Albert Rivera, lo habrá. Ahora bien, si la aritmética es caprichosa, pensará el Partido Socialista, y la sonrisa del destino así lo depará, Pedro Sánchez tendrá que arbitrar la final de la investidura debatiéndose entre un Gobierno constitucionalista del Partido Popular con su abstención o un apoyo a un Gobierno populista de Unidos Podemos. Sea como fuere, todo se decidirá en cuestión de muy, muy pocos escaños. No habrá K.O., iremos a los puntos.

En Asturias se da una particularidad que incide, aún más, en la polarización de la campaña: la derecha tradicional, el Partido Popular y Foro Asturias, concurren juntos frente a la coalición Unidos Podemos. Todo parece dibujar un escenario en el que, con toda probabilidad, muy pocos votos separen a estas coaliciones de la victoria en Asturias. El 20 de diciembre fue la coalición de derechas quien se llevó la victoria, con 3 escaños al Congreso y otros 3 al Senado. El Partido Socialista se alzó con la segunda posición, que otorga 2 escaños al Congreso y 1 al Senado y Podemos, a poca diferencia, fue tercero con 2 escaños al Congreso. Cerraba el círculo Ciudadanos con Prendes como único diputado para la formación. Izquierda Unida-Unidad Popular no conseguiría así su histórico escaño por Asturias, pero sus votos del 20 de diciembre sumados a los de Podemos les colocan en una posición que les permite plantar cara a la coalición de derechas y aspirar a la primera posición en Asturias, dejando en una incómoda situación al Partido Socialista, que actualmente gobierna Asturias en minoría y cuya posición quedaría más que cuestionada de ser la tercera opción preferida por los asturianos y asturianas en junio. Su campaña para mantener ese espacio de poder se prevé tensa e intensa, con duras acusaciones hacia Podemos, no hacia Unidos Podemos, ya que el apoyo de Izquierda Unida es su único sustento parlamentario.

En España sucede algo similar, si bien hay que diferenciar las diferentes capas o naciones que constituyen España. En la España central, principalmente las Castillas, el Partido Popular es fuerte y ostenta la hegemonía, especialmente por la población más envejecida y las zonas rurales. Probablemente el Partido Socialista sea capaz de aguantar, de forma más clara que en otras partes del Estado, el avance de Unidos Podemos. Y Ciudadanos, si no mantiene un porcentaje en torno al 15%, sufrirá para mantener los 40 escaños conseguidos en diciembre e incluso podrá tener una debacle electoral. En los principales núcleos poblacionales del Estado, el Partido Popular aún es una fuerza competitiva y competirá por el primer puesto con Unidos Podemos, pudiendo acentuar imágenes como la de Madrid el 20 de diciembre, donde el Partido Socialista fue la cuarta fuerza. Ahora bien, en la costa Mediterránea, que es donde Unidos Podemos va a centrar sus esfuerzos durante la campaña, la hegemonía que ostentaba el Partido Socialista puede verse en entredicho y puede hacer que el temido sorpasso también sea en escaños.

Siendo así las cosas, la campaña volverá a suponer un factor fundamental y la polarización entre Partido Popular y Unidos Podemos, con airados ataques del Partido Socialista y Ciudadanos «al populismo», a falta de comprobar si el desborde del que habla Unidos Podemos se da, lo que podría alterar sensiblemente cualquier análisis racional imponiéndose una campaña visceral y sentimental, de piel, será la principal protagonista. Habrá debates, puede que más y más importantes que en diciembre, dado que, esta vez sí, Mariano Rajoy bajará al fango, pero si no se cometen errores graves y los aciertos son muy sonados pueden quedarse enterrados en el olvido con el devenir de la campaña al producirse al inicio de ésta. Se habla de un descenso en la participación, que podría bajar del 70%, pero habrá que comprobar la capacidad de movilización de los principales partidos para con la abstención al tratarse del futuro Gobierno y sobrevolar el imaginario el temor a un nuevo bloqueo institucional.

De nuevo, parafraseando a Muhammad Ali, sabemos a dónde vamos y sabemos la verdad. Y no tiene porque ser la que otros quieran que sea. Somos libres de ser lo que queremos.