«Que no soy yo, Pedro, que yo no soy»

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

15 jun 2016 . Actualizado a las 09:17 h.

Eso es: aquí lo que se necesita es saber quién es el adversario. Uno de los problemas de este país es la identificación del adversario o del enemigo para saber contra quién se dispara. Los comunicadores que lo tienen identificado ante su audiencia obtienen muchos éxitos de crítica. Los que no, pasan por ser frívolos o cazadores que disparan al aire a ver lo que cae. Con los políticos ocurre lo mismo. Por eso lo primero que hacen al iniciar la carrera electoral es señalar a quién se ataca. Por eso cuando hacen debates políticos precisan un contrario al que cercar. Si no lo tienen, parece que tampoco tienen ideas. Y, si se equivocan en la designación, corren el riesgo de equivocarse también de electorado. Por eso es por lo que se pierden y se ganan elecciones. Lo tiene muy claro Pablo Iglesias, cuyos susurros llenaron la noche del debate: «Que no soy yo, Pedro, que yo no soy el adversario».

Ahora mismo estoy observando cómo la derecha española utiliza la técnica de la designación de adversario para ganar el día 26. No la ha revelado ningún dirigente del Partido Popular, sino que es la conclusión que inspiran sus exégetas en las tertulias y esos articulistas que antes se llamaban terminales de Génova. Están metidos en una auténtica cruzada contra los partidos que le pueden restar votos al PP: el PSOE y Ciudadanos. Sus artículos e intervenciones son una descalificación constante de todo lo que lleve el apellido socialista y tratan de destrozar cada mañana y cada noche a Albert Rivera. La sorpresa alcanza su cénit cuando, al mismo tiempo, ensalzan a Podemos, su atractivo personal y su inteligencia política. Y algo más llamativo todavía: disfrutan atacando al PSC, porque entienden que, si Pedro Sánchez no levanta cabeza en Cataluña, tampoco gobernará España.

Todo esto estaría muy bien, si no fuese por tres detalles. Primero, se combate y deteriora a la única fuerza política con la cual el Partido Popular comparte el pacto constitucional. Sus efectos en Cataluña y quizá en el País Vasco pueden ser demoledores para la unidad nacional. Segundo, se regala a los populistas una expectativa de poder que no tendrían si no hubiese esa postergación del PSOE con fines electoralistas. Sus efectos sobre los valores constitucionales aceptados desde 1978 pueden ser devastadores. Y tercero, se ahuyentan las pocas posibilidades que existen de una gran coalición para un Gobierno fuerte que quizá necesitemos más que nunca si se confirma que se empieza a formar una nueva tormenta financiera. Pero nada de eso se tiene en cuenta. Aquí se funciona en el cortísimo plazo de unas elecciones que hay que ganar. No es Pedro Sánchez el único que se equivoca en la designación de adversario.

la campaña del 26j