¿Qué es bastante?

OPINIÓN

17 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Tomo prestado el título del editorial de uno de los últimos ejemplares de la revista Chasing Silver Magazine, publicación nórdica de escasa difusión en nuestro país. Su autor reflexiona en él, a través de una conversación con un amigo pescador de salmón, sobre la esencia de la pesca y sobre las razones por las que éste ha dejado de pescar. Tras una primera lectura confieso que me impactó el hecho de que se plantee la idea de limitar el número de salmones que se pueden pescar para ser devueltos con vida al agua. En definitiva, limitar el catch and release. De algún modo su protagonista no acaba de entender cómo pueden capturarse docenas de salmones en un solo viaje a Rusia, y que esa abultada cifra sea el único atractivo para el pescador.

Que nadie piense que por tratar de analizar el hecho de esa posible restricción doy motivos a los que utilizan como único y fútil argumento el del sufrimiento del pez para oponerse a la pesca sin muerte. A estos recomiendo la lectura del ensayo de Alexander Schwab «Hook, line and thinker», auténtico tratado filosófico en el que se abordan con un inusual tino esta y otras muchas cuestiones que atañen a la esencia misma de la pesca.

Sin embargo, lo que en principio puede resultar carente de justificación,  esa limitación de la pesca sin muerte,  esconde una reflexión mucho más profunda sobre cuáles deban ser las razones que nos lleven a acercarnos al río, en pleno siglo XXI,  provistos de una caña con el único y primitivo objetivo de saciar este atávico instinto que acompaña a la especie humana desde la noche de los tiempos, que es la pesca.

Llegados a este punto resulta obligado traer las reflexiones que el maestro Ortega y Gasset hizo sobre el origen y la justificación de la caza que, compartiendo ese origen ancestral, son aplicables igualmente a la pesca. Aquellas vacaciones de humanidad y aquel sentirse paleolítico por un rato deben seguir siendo las verdaderas razones que nos muevan, en un mundo civilizado en que la visita al río no obedece a la necesidad de proveerse de proteínas.

 ¿Cómo si no se puede entender que todavía hoy continuemos peregrinando, temporada tras temporada, a los incomparables ríos cantábricos, conscientes de la escasez que desde hace ya demasiado tiempo nos ofrecen, y aun así esperemos con tanta ilusión una varada de mosca en cualquier pozo del Narcea como mojar las botas en alguno de los más reputados ríos islandeses,  escoceses, o en las sobrecogedoras soledades de la lejana Rusia?

 Admitamos sin ambages que ello obedece a que el hecho mismo de la pesca se justifica por muchas más razones que la propia captura. Aquella escasez e incertidumbre que el maestro Ortega situaba como principal justificación de la caza natural, despojada de cualquier artificio, adquieren si cabe tanto o más valor en la moderna pesca de salmón. Ahora sí resulta fácil entender que se mueva el foco de la captura, entendida como único y exclusivo resultado y justificación última de la pesca, a todo lo que dicha actividad supone, y a todo lo que la rodea. Eso, que es mucho, ¡ya de por sí es bastante!

Quizá entonces dejaremos de mirar hacia instancias oficiales para pedir que salven a nuestros salmones. Llevamos demasiado tiempo haciéndolo sin apenas resultado, y seríamos el primer país del mundo en que eso ocurriera. Sinceramente,  no creo que vayamos a tener ese dudoso privilegio. Somos los pescadores, como suele repetir cada vez que abordamos esta cuestión Orri Vigfusson, responsable de NASF, los únicos que podemos salvar al salmón atlántico de su preocupante declive. Pero no olvidemos que ello no ocurrirá hasta que superemos debates estériles sobre modelos de gestión que ya han sido aplicados en países con tradición salmonera, y que reclaman su implantación en nuestros ríos con urgencia, como son la pesca sin muerte y el acceso ordenado y limitado a un recurso escaso y de incalculable valor.

 Lamentablemente, de otro modo nunca creceremos como pescadores y no lograremos contribuir a que el milagro que cada año hace retornar, movidos por la llamada del amor, a los mágicos salmones a nuestros ríos cantábricos, siga siendo posible.