El «brexit» amenaza la Unión Europea

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

16 jun 2016 . Actualizado a las 08:52 h.

Aumenta la probabilidad de que los británicos opten el próximo día 23 por separarse de la Unión Europea. Los partidarios del brexit han tomado la delantera en las encuestas, el nerviosismo comienza a incrustarse en el tuétano de los mercados y las calculadoras de los analistas echan humo en su búsqueda del algoritmo que dé respuesta a la cuestión capital: ¿Cuáles serán los costes y cuáles los beneficios, para el Reino Unido y para sus socios actuales, de un eventual divorcio? ¿Supondría la ruptura una catástrofe o, por el contrario, reportaría ventajas al menos para una de las partes?

Advierto al lector de que, pese a la riada de ecuaciones y de pronósticos aireados estos días, nadie ofrece una solución concluyente al acertijo. De que alguno acertará no tengo duda, porque todo el abanico de posibilidades ha sido cubierto por los pitonisos: desde los que auguran el cataclismo hasta los que vaticinan ganancias para unos u otros, incluyendo entre ambos extremos todos los grados intermedios imaginables.

Cuando una pareja se divorcia, los costes de ambos por lo general crecen. Hay que sostener dos viviendas, pagar sendos recibos de la luz y eliminar la economía de escala que supone compartir el mismo menú. Pero eso no significa que uno de los cónyuges, el que se queda con el piso o el que acapara el grueso de los ingresos, no pueda salir favorecido por la escisión. Lo mismo sucede, aunque elevado a la enésima potencia, cuando un país se desengancha del tren que compartía con 27 socios.

Veamos con un ejemplo la enorme dificultad para hallar el saldo entre costes y beneficios. Si el Reino Unido abandona la Unión Europea, el valor de la libra esterlina se desplomará. Y esto es bueno y es malo. Bueno para las empresas británicas: ganarán competitividad, incrementarán ventas y beneficios, mejorará la balanza comercial. Malo para los consumidores británicos: subirán los precios y los productos de importación se volverán prohibitivos. Malo para las finanzas británicas: se encarecerá su monstruosa deuda externa -contraída en euros, dólares y otras divisas- y la amenaza de una trombosis planeará sobre la City. Malo también para los socios: Alemania venderá menos automóviles y manufacturas en la isla, a España llegarán menos turistas británicos... Calcular todos esos efectos combinados, establecer los plazos en que se producirían y adivinar la futura relación entre los divorciados -casi el 45 % de las exportaciones del Reino Unido tienen por destino la UE- se me antoja misión imposible. E inútil, porque en realidad nos asusta más la incertidumbre, el miedo cerval a lo desconocido, que las profecías apocalípticas.

Pero al margen del impacto económico del brexit, más allá del hipotético reparto de costes y beneficios, todo divorcio plasma el fracaso de un proyecto de vida. El de la Unión Europea, también. Que un país -llámese Reino Unido, llámese Grecia- decida abandonar la obra, significa que el tapiz europeo comienza a deshilacharse.