El minuto de plomo

OPINIÓN

17 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«¿Yo hace cuatro años que prometí que no iba a recortar qué?». Ante la repregunta del periodista Vicente Vallés, Mariano Rajoy se trastabilló y nos legó esa imposible construcción lingüística. Ese fue uno de los pocos momentos interesantes de un debate tan esperado como insustancial, tan cacareado como nulo. Y eso que la producción televisiva le puso interés: una cortinilla musical barroca que remitía a Eurovisión, un estruendo causado supuestamente por la caída de una escalera y una calidad de sonido que oscilaba entre mala y peor. Viendo cómo se las gastaba la terna de periodistas, Rajoy decidió pertrecharse tras una nube de pósits para evitar que le volvieran a pillar en un renuncio y el marcador no se movió del cuádruple empate a cero. Más de dos horas en las que los cuatro actores principales de la política española se dedicaron a escaparse de sus fobias y a intentar vender sus filias. Había dos que a priori tenían mucho que ganar -Pedro Sánchez y Albert Rivera- y dos mucho que perder -Mariano Rajoy y Pablo Iglesias-, poco pareció importar. Cuesta escoger vencedores y vencidos entre el muestrario de grises.   

Cada vez que le tocaba hablar, Pedro Sánchez colaba su único mensaje: «Podemos y PP la misma cosa es». Ni una crítica a Ciudadanos, no vaya a ser Rivera se enfade y dé sus escaños a los malos. Al menos, hay una cosa positiva para el PSOE: parecen haberse dado cuenta de que su única esperanza pasa por movilizar a los votantes de más de 55 años. De ahí esa llamada de Sánchez en su última intervención a que la gente piense en sus hijos y sus nietos. Yo, como no tengo nada de eso, ni me di por aludido. El otro integrante del supuesto tándem centrista, Albert Rivera, intentó estar un poco más incisivo a base de una estrategia cimentada en mostrar una retahíla de carteles. Eso sí, dudo de su efecto. A los votantes del PP, a estas alturas, poco les va a importar una docena más o una docena menos de casos de corrupción en su partido. Y a los de Unidos Podemos, es reiterar la supuesta relación del partido morado con Venezuela y entrarles aún más ganas de votar. Por su parte, Pablo Iglesias estuvo en su versión corderil más anodina. Las encuestas le han dado una confianza que provocó que saliera a empatar. Además, de acuerdo a su bipolar manera de hacer política, el lunes tocaba amigarse con Pedro Sánchez. Hasta el punto de arrogarse el papel de voz de la conciencia del socialismo -resultaba entre inquietante y cansino escucharle repetir eso de «el enemigo no soy yo, Pedro»-. Menos mal que siempre nos quedarán los tres huevos duros. 

Y de Rajoy, ¿qué más se puede decir? Desde la seguridad que le dio librarse de la encerrona de Vallés, se dedicó a retirar los carnets de presidenciable a sus compañeros de debate, alegando -ahí es nada- la necesidad de venir con los deberes hechos y los datos aprendidos. Y no se sonrojó. Tampoco lo hizo cuando durante el minuto de oro -¿existirá nombre más hortera?- se dedicó a vender como logro de su gobierno los setenta millones de turistas y los Erasmus que vienen, lo cual, en su opinión, se debe a los servicios de este país. Surrealismo puro. Pero, por desgracia, significativo del modelo que Rajoy quiere para España. Aquí lo que importan son las cifras, y entre todas, la capital es la del paro. Mientras esta baje, aunque sea mediante la creación de contratos basura en hostelería, todo estará bien. Así que, que vengan más turistas y más Erasmus, nuestros estudiantes tendrán trabajo en bares y hoteles y no tendrán que irse de este maravilloso lugar.