¿Qué es hoy ser socialdemócrata?

Cristian García Fernández

OPINIÓN

23 jun 2016 . Actualizado a las 11:36 h.

Escribía Jessica Castaño hace unos días en este mismo diario que «claro» que ella es socialdemócrata, al tiempo que posponía para otro día la reflexión sobre qué es la socialdemocracia hoy en día, pero no sin dejar un recado a quienes al mismo tiempo hacen bromas sobre la socialdemocracia sin dejar de disfrutar las ventajas de un buen hospital público. Hoy me propongo responder a su artículo y dar mi visión sobre qué es ser socialdemócrata en España en 2016.

Para poder entender la socialdemocracia vamos a hacer dos ejercicios: uno de retrospección y otro de deconstrucción del término. El término «socialdemocracia» surge en Francia durante la revolución de 1848, también conocida como la Primavera de los Pueblos, de la mano de Louis Blanc. En Francia, cuna de algunas de las revoluciones intelectuales y demostraciones de soberanía popular, la Revolución francesa nos enseñó que la política podía transformar la existencia y que el Estado no debía limitarse a defender y administrar la sociedad, sino que debía configurarla y conducirla. A pesar de no haber un acuerdo claro en torno a las formas o los objetivos, quedó definida la idea de que el Estado es soberano y, por lo tanto, un campo de disputa, una relación de fuerzas antagónicas que luchan por la hegemonía para ostentar el poder. Esta tensión, este campo de disputa en torno al Estado, posibilita imaginar formas de intervención política constituyentes por las que los desfavorecidos reclamen el sentido común. En este marco, la socialdemocracia es una corriente política dentro del socialismo que defiende la transformación de la sociedad, lo que hoy acuñamos como «cambio», desde la revolución democrática y no desde el conflicto.

Ha despertado ciertas filias y fobias entre buena parte de los dirigentes socialistas un artículo de Pablo Iglesias, candidato a la presidencia del Gobierno por Unidos Podemos, en el que lanza al aire la pregunta de si es el momento de abrir un debate ideológico en torno a una cuarta socialdemocracia, en la cual debe ser un actor implicado el Partido Socialista como máximo referente de la socialdemocracia en nuestro país hasta el día que José Luiz Rodríguez Zapatero capituló de forma definitiva ante los intereses de los grandes poderes financieros. El 23 de agosto de 2011 significó el principio del fin para la conocida como «Tercera Vía», que supuso una enmienda neoliberal a las políticas de corte socialdemócrata puestas en marcha anteriormente. En esta corta legislatura hemos vuelto a ver al Partido Socialista, adalid de la socialdemocracia española, caer en una reminiscencia del espíritu de Zapatero al sellar un pacto de Gobierno, El Abrazo, con quienes unos meses antes no eran más que «las Nuevas Generaciones del Partido Popular».

También entre quienes quieren etiquetar un fenómeno político sin precedentes como es Podemos hay cierto debate en torno a si la socialdemocracia es, o no, una etiqueta del pasado. Hay que tener en cuenta que los significantes son siempre cuestionables, y la socialdemocracia en particular es un claro ejemplo de lo que Ernesto Laclau denominó como significantes vacíos. Tras su asunción, de facto, de las políticas neoliberales y de austeridad, es un significante que no tiene significado. Y hoy está en disputa.

Por tanto, ser socialdemócrata en España en 2016 no es «sinónimo de buenismo y cursilería política», sino apostar por la constitución de un nuevo campo político alternativo a los que no quieren que nada cambie. A juzgar por los datos del CIS preelectoral publicado hace unos días, hoy el espectro político de corte progresista, el espectro político antagonista con las políticas aplicadas por Mariano Rajoy, crece en España. Y, como decía Karl Marx, puede haber armonía entre los anhelos de la desaparecida clase media y las pauperizadas clases populares en torno a la exigencia de unas instituciones democrático-republicanas.