La desorientación de Podemos

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

29 jun 2016 . Actualizado a las 09:55 h.

Los que se iban a comer el mundo se han quedado como tontos. Los que habían descubierto cómo cambiar España están metidos en la reflexión de su propio cambio. Los que pensaban que el régimen se había agotado meditan ahora qué falló en su diagnóstico, intelectualmente tan sólido. Los que iban a dejar sin habla a la vieja política se quedaron ellos mudos. La prueba es que no saben qué decir. Pablo Iglesias se ha retirado a meditar en frío. Echenique tuvo que confesar que no sabían explicar por qué habían perdido más de un millón de votos. Juan Carlos Monedero resultó algo cruel: los podemistas habían pecado de infantilismo y confundieron el márketing con la ideología. Al final, Carolina Bescansa tiene que hacer el estudio sociológico para conocer qué ha pasado y por qué ha pasado. Entienden que algo hicieron mal, pero no saben qué.

Sin la cultura sociológica ni la altura intelectual de Bescansa, se puede arriesgar un criterio general: a Podemos se le quiere en la política, pero no se le quiere en el Gobierno. En la política quedan muy bien y se valora su aportación: tienen el discurso más fresco; son el azote del gobernante romo y acomodado; combaten unas costumbres políticas adocenadas; son la voz de la España del desencanto, su cauce de representación dentro del sistema, y son la nueva izquierda real y peleona, necesaria para denunciar privilegios y abusos. Como actores del escenario político se hacen querer. Y en muchos casos admirar.

Pero entregarles la gobernación del país ya es otra historia. Es encomendarles la política económica, y sus afectos a Tsipras no inspiran confianza. Es encargarles la gestión de la política social, y el contribuyente no acaba de creer a quien un día promete 90.000 millones de gasto y después los rebaja a 60.000. Es tener algo de experiencia acreditada, y ahí tropezaron con el Rajoy que hizo de los inexpertos una de las bases de su propaganda. Es tener consagradas las leyes del mercado, y el fantasma de Venezuela les persigue. Es examinar la gestión de sus alcaldes y muchos de ellos son vistos como un freno a los proyectos innovadores de las ciudades. Es verles respaldando un referendo en Cataluña, y eso asusta a la gente. Y, si se quiere ser socialdemócrata, serlo, pero es una contradicción meter a los comunistas en ese Gobierno templado.

Sumen los podemistas de España, los comunes de Cataluña y las Mareas de Galicia todos esos datos e indicios y empezarán a tener un primer diagnóstico: su adversario no era el PSOE ni la vieja política; era algo muy parecido al miedo. «Miedo al cambio», dice Echenique; «miedo al riesgo», dicen los más conservadores; pero miedo. El miedo casi nunca es racional, pero impide llegar al poder.