La horrenda historia de un abuso sexual

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

07 jul 2016 . Actualizado a las 07:52 h.

Hay historias que congelan el alma. Historias que nos hacen preguntar cómo es posible tanta brutalidad humana. Pienso en esas frecuentes redadas de pederastas, comunicados entre sí por las nuevas tecnologías, que son capaces de tener archivadas miles de fotografías de niños retratados como actores de escenas pornográficas. Pienso en los que agreden sexualmente a niños y niñas y en muchos casos esas agresiones se producen en el ámbito familiar. Pienso en la cantidad de criaturas que quedan traumatizadas para toda su vida, porque abundan los ejemplos de mayores que delinquen y lo justifican en el hecho de que ellas y ellos sufrieron acoso sexual.

Y pienso en esa niña de nueve años de Madrid que ha sufrido un auténtico calvario porque su padre -¡su propio padre!- le hacía tocamientos obscenos, nadie le hizo caso y al final tuvo que hacer una grabación que denuncia los acosos de su progenitor. Esa niña, hija de matrimonio roto, no quería ir con su padre cuando le tocaba a él recogerla en el colegio. Vivía tal drama que llegó a provocar un conflicto de orden público que obligó a la policía a vigilar su salida de clase y garantizar el derecho del agresor a llevársela consigo... para seguir abusando de ella. Causa escalofríos esa historia y todavía más comprobar cómo el sistema protegió al delincuente y actuó en contra de su víctima.

Entiéndase por sistema todo esto: unos peritos judiciales incapaces de detectar los abusos; un juzgado que archiva el caso por falta de pruebas; una Audiencia Provincial que lo da por bien archivado; un servicio médico de urgencias al que acude la niña con una infección y por escozores cuando orina y el detectar síntomas de abuso sexual no tiene ningún efecto. Frente a las quejas de la criatura funciona la inhumana lógica de dar más crédito al mayor, de pensar que la mala es la madre o de considerar que la niña actúa así por influencias externas. Hasta que esa cría utiliza una grabadora, recoge una conversación con su padre sobre los tocamientos, entrega la grabación a su madre y se confirma su drama.

Eso acaba de ocurrir en Madrid. Ocurrió ante los ojos de psicólogos, jueces, maestros, familiares y policías. Y no pasó una tarde desgraciada. Pasó de forma continuada. Pasó al mismo tiempo que se descubren tramas de abusos infantiles. Pasó al mismo tiempo que se publican estadísticas de esa cruel realidad. Y pasó cuando creíamos que existía un clima de prevención y repulsa hacia el agresor sexual. ¡Qué fracaso colectivo! He querido detenerme en esta historia para aviso general y para que no parezca que solo nos conmueven los movimientos de cuatro políticos que seguramente menosprecian estas historias porque les parecen un asunto menor.