Para el diálogo que va a venir

OPINIÓN

14 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La palabra diálogo es un concepto bien articulado que sirve para preguntarse por los asuntos que ocurren en el mundo. Para dialogar se asume que las partes que participan conocen lo que es la moralidad y que, por tanto, ya no se necesita sacarla a relucir antes de comenzar a hablar. Además las partes son conscientes de que para avanzar hacia el final es necesario partir de lo concreto y de lo tangible para llegar a lo abstracto. Y que los acontecimientos sociales y políticos han sido reconocidos por las partes de la manera en la que sucedieron y que los pensamientos y sentimientos sin información no sirven para llegar a conclusiones.

En el diálogo político hay que identificar todos los motivos que han mandado a dialogar a los distintos partidos. Más aún, la posibilidad de dialogar debe percibirse desde una perspectiva ética que envuelva a los representantes que van a llevar las conversaciones y que éstos se deben a la sociedad a la que representan.

En las conversaciones que se van a llevar a cabo habrá que alejarse de la idea de que la institución política a la que represento es la mejor. Que es la más ética y la más encomiable, siguiendo esa idea sobre los combates ideológicos que señalan que «mejor demasiado al principio que poco o muy poco». Habrá que separarse de la noción de que el representante de tal o cual partido no se relaciona con el otro o los otros, puesto que los sentimientos y emociones sobre las ideas abstractas a definir se han trasgredido y no ha habido remordimiento, ni vergüenza, ni siquiera posibilidad teórica de que las haya habido. Y que las transgresiones realizadas por otros miembros de tal o cual partido político no deberían delimitar los objetivos del diálogo, ya que haber quien tira la primera piedra si se realiza una investigación comparada.

Es verdad que se debe esperar otra moralidad, otro sentido ético de la política en el que se eliminen los viejos vicios y se elija el camino de la virtud. Tienen que surgir conceptos morales en la comunidad con valores ideales e instrumentales que traten de combatir la corrupción, y nos conduzcan a la responsabilidad individual y colectiva.

El nuevo discurso político con todas sus estrategias y objetivos debe ser ético y producido de forma sistemática, rechazando cualquier sospecha de desviación de las reglas morales de una conducta humana virtuosa. Se necesita una administración renovada éticamente y un gobierno abierto y coral con las cosas que ocurren en el país. Y este gobierno, producto del diálogo, tendrá que aportar argumentos para combatir los modelos de comportamiento político inapropiado, buscando el consenso y el compromiso, y tratando de que la nueva senda se aparte de una burocracia que no deje ver los árboles de detrás del bosque, que ya nunca va a ser inanimado.