La ecuación

OPINIÓN

16 jul 2016 . Actualizado a las 09:56 h.

Funciona casi como una ecuación matemática. Cuanto peor pagado es un empleo, peores son sus condiciones laborales y el trato dispensado por los jefes al trabajador. El sentido común, en cambio, dicta lo contrario: que un sueldo bajo sea compensado con unas condiciones de trabajo más humanas, más sensibles al trabajador y más escrupulosas con la legislación laboral. Pero en España los empleadores actúan exactamente al revés y aquellos empleados que peor pagados están tienen que soportar además el trato displicente de jefes malhumorados, maleducados y que piensan que sus trabajadores son máquinas que ni sufren ni padecen.

Hace tan solo unas semanas, un trabajador de la factoría de Renault en Palencia, tuvo la valentía e inteligencia de grabar a uno de sus jefes mientras le echaba la bronca por olvidarse de poner un obturador en la puerta de un automóvil. El trato al trabajador fue tan insultante, tan denigrante y tan injusto que la grabación acabó apareciendo en los medios de comunicación para ilustrar lo que era un claro caso de acoso laboral de un jefe hacia el empleado, que denunció los hechos. Finalmente, y gracias a la proyección pública que tuvo el caso, el mando intermedio que se dedicó a insultar y vejar durante casi quince minutos al trabajador, fue despedido fulminantemente por la compañía francesa.

Este caso ha sido excepcional tan solo porque ha aparecido en los medios de comunicación. Pero la situación vivida por ese trabajador no es en absoluto extraordinaria. Cada día miles de empleados tienen que soportar las vejaciones de sus jefes. Y curiosamente son los trabajadores peor pagados quienes más tienen que soportar ese tipo de terrorismo laboral en empresas donde la legislación parece quedar suspendida de puertas para adentro.

En un país con más de cinco millones de personas desempleadas y con un número alarmante de contratos basura, en ocasiones parece que el trabajador tiene que agradecer al empresario por haber sido contratado. Particularmente en un país donde la buena parte de los contratos se producen por enchufe y donde quien reclama los derechos laborales que recoge la legislación es considerado un desagradecido que muerde la mano que le da de comer.

Los empresarios españoles, además, desconocen el significado de la palabra reciprocidad. Y es que no se le puede exigir el mismo nivel de compromiso al trabajador que cobra el salario mínimo que a aquel otro que tiene un sueldo digno. Pero los empleadores de este país aprovechan esa precariedad y esas condiciones de trabajo indignas para pagar sus propias frustraciones y sus propios errores con el eslabón más débil de la cadena laboral. Ya es hora de que los empresarios españoles se pongan las pilas. Los trabajadores hace ya tiempo que las tenemos bien puestas.