Los secretos de Ana Pastor

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

20 jul 2016 . Actualizado a las 07:39 h.

Las emisoras de radio se instalaron ayer en el Congreso de los Diputados para transmitir las emociones de los primeros pasos de la 12.ª legislatura. Sus señorías tenían ganas de hablar y estaban largando hora y media antes de comenzar la sesión. Pasaban de emisora a emisora con la misma facilidad con que los oyentes cambiamos el dial. Y así, podías escuchar a Soraya Sáenz de Santamaría en directo en Onda Cero, pero si te pasabas a la Ser también estaba allí, y después la encontrabas en Cope o en Radio Nacional. Cuando un político tiene ganas y oportunidad de hablar, no hay cristiano que lo contenga. Ayer parecía que tuviesen el don de la ubicuidad, como alguna vez sospeché que lo tiene Ana Pastor, a la que he visto en unas obras del AVE en la provincia de Ourense y a continuación, como por arte de magia, apareció en un acto de gallegos en Madrid.

Y ya que cito a Ana Pastor, a todos los entrevistados les preguntaron por ella, y todos se deshicieron en elogios a su persona, a su talante, a su forma de ser y a su eficacia como ministra. Incluso el socialista Antonio Hernando, que tenía su propio candidato a la presidencia de la Cámara, dedicó grandes piropos a quien le iba a birlar el puesto a Patxi López. Parecía que fuese el PSOE, y no Ciudadanos, el partido que proponía a la señora Pastor. No recuerdo, francamente, un caso de tanta aceptación personal. Llegué a la conclusión de que, si alguien puede dar un empujón final para culminar felizmente la investidura de Rajoy, es ella.

¿Qué hizo Ana Pastor para ganar esas adhesiones? ¿Acaso alguna vez mostró simpatías por el PSOE, Podemos o los nacionalistas? No, que yo sepa. Si hay alguien purasangre del PP, lleva su nombre. Si hay alguien leal a Rajoy, también es ella. Y, sin embargo, Ana es aceptada y respetada por quienes hasta ahora han sido su oposición. Creo que el prodigio es muy sencillo: además de ser eficaz, trabajadora y tener el don de la ubicuidad, tiene unos comportamientos públicos que no parecen de partido. Es templada en la expresión de sus convicciones. Como ministra, supo repartir protagonismo con las demás Administraciones. Está muy lejos del vedetismo de otras damas y señoritos de la política. No ofende cuando habla, aunque sea parcial en el canto de las excelencias de su Gobierno. Sabe escuchar y transmite sensación de ser una mujer de diálogo y consenso?

¡Qué fácil!, ¿verdad? Pues debe de ser lo más complicado del mundo, cuando tan pocos políticos reciben y merecen esa calificación de sus competidores. Quede anotado como juicio a la persona y como guía de comportamiento para otros. Quizá todos los problemas políticos de España se deban a la escasez de personalidades como la de Ana Pastor.