Europa, noqueada

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

21 jul 2016 . Actualizado a las 07:30 h.

Conmocionada por el terror incesante, convaleciente de la crisis económica, incapaz de reaccionar al unísono, sometida a fuerzas centrífugas y disgregadoras, rehén de aliados de dudosa catadura moral y de vocación autoritaria y con cada país afanado en levantar empalizadas defensivas y extirpar todo brote solidario. Europa está noqueada. Crecen como la espuma, en ese invernadero, las tentaciones proteccionistas, los movimientos nacionalistas y xenófobos, los partidos de ultraderecha. Caldo de cultivo que históricamente alimentó los fascismos e inundó de sangre el continente. Dos o tres generaciones después, ya hemos olvidado que la Comunidad Europea, engendrada sobre las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, nació precisamente, y sobre todo, para evitar que se repitieran los horrores del siglo XX.

Desde que algunos países europeos -con Blair y Aznar a la cabeza- se hicieron cómplices de la invasión de Irak, manipularon a la opinión pública, aplastaron el único Estado laico de Oriente Medio y lo sustituyeron por un polvorín todo ha ido de mal en peor. Se incendió después Siria y la zona se transformó, ante la pasividad de Occidente, en fábrica de terroristas y manantial de refugiados. Y Europa, la vieja Europa timorata e insolidaria, aturdida por las bombas y el alud de desplazados, no supo distinguir entre víctimas y verdugos. Se impuso la filosofía de monseñor Cañizares, quien se preguntaba si los huidos de la guerra eran «trigo limpio». Se levantaron alambradas, que cierran el paso a los refugiados pero no a la semilla yihadista, en vez de plantearnos una pregunta clave: ¿Por qué un joven francés o belga, tal vez hijo o nieto de inmigrantes, se fanatiza de repente, abjura de la sociedad y los valores en que se amamantó y opta por irse en busca de las 72 vírgenes del paraíso? Algo habremos hecho mal.

Europa deambula por el cuadrilátero como un púgil sonado. Incapaz de protegerse con una política exterior común o de cumplir el mezquino compromiso de recolocar a 160.000 refugiados, concede barra libre a los países que la integran. Y estos tienden a replegarse sobre sí mismos. El Reino Unido hace mutis y abandona el club. Hungría flirtea sin tapujos con el fascismo. Austria cierra la ruta de los Balcanes. Todo el espacio europeo de libre tránsito se desmorona, olvidando la advertencia de Jean-Claude Juncker: si muere Schengen, «también morirán el euro y el mercado interior».

Párrafo aparte merece la Turquía del presidente Erdogan. A este señor, con quien Mariano Rajoy compartió en su día vibrante mitin islamista, lo nombró Bruselas alcaide del lazareto de refugiados rechazados en Europa. A este señor, atareado en una feroz represión tras el fallido golpe de Estado que quizás él mismo promovió, le paga la UE 6.000 millones de euros para resarcirlo de los gastos de alojamiento. A este señor, que apoya al frente terrorista Al Nusra, socio de Al Qaida, lo ha puesto Europa a cuidar de las víctimas. Definitivamente, Europa está tumbada en la lona. Noqueada.