Lo que echo en falta en el rey

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

23 jul 2016 . Actualizado a las 09:54 h.

Quiero ser piadoso y pensar que Albert Rivera no dijo lo que quería decir y, sin embargo, se publicó: «Voy a decirle al rey que le pida a Sánchez la abstención». Quiero ser piadoso, porque a Rivera se deben los únicos pactos de los últimos siete meses. Si no salieron, ha sido por culpa de otros. Y quiero ser piadoso porque me gusta su discurso y, en el panorama general de rechazos al partido que ganó las elecciones, él al menos está en disposición de abstenerse y le gustaría que el PSOE se abstuviera. Es la única forma de salir del monumental atasco en que se encuentra este país.

Pero a lo que iba: queriendo o sin querer, Rivera dijo algo perfectamente inconstitucional. No sería preocupante si esa alusión al rey fuese única, y no lo es. Durante los últimos días hubo abundantes referencias informativas del tipo «la hora del rey», «el rey toma las riendas», «el rey entra en juego» o «el rey evitará otra investidura fallida». Son cuatro pequeños ejemplos de contenidos en forma de noticias, sin contar la multitud de artículos que transmitieron una imagen ejecutiva de la Corona.

Pues no hay nada de eso. La función real se limita a «proponer el candidato a la presidencia del Gobierno». Se supone que no puede proponer a quien le dé la real gana, sino a quien reúna más escaños para su investidura. Las consultas son exclusivamente para conocer las intenciones de cada grupo y actuar en consecuencia. Pero no puede, de ningún modo, ni impedir una investidura fallida, ni pedir a nadie que vote de determinada forma, por mucha que sea la presión externa, ni decidir por su cuenta quién es el candidato, aunque piense que hay uno que resolvería los problemas del país. Esa es la grandeza y la servidumbre del sistema. Me quedo con la grandeza, que evita los caprichos reales que hemos padecido en nuestra historia.

Pero hay una función que la Constitución sí atribuye al rey: moderar y arbitrar el funcionamiento de las instituciones. ¿Y eso cómo se hace? Se lo pregunté a Juan Carlos I y no me quiso responder: «Para no condicionar la forma de reinar de mi hijo». No hay un libro de normas, pero entiendo que se hace con discursos (siempre vaporosos), con conversaciones privadas, con manejo sutil de resortes de comunicación, con personas intermedias y mucha información. Reinar es dedicar la mitad del tiempo a informarse de fuentes directas y la otra mitad a hablar. ¿Y por qué no?: dedicar la hora número 25 de algunos días a reunirse con varios líderes a la vez. Con este gesto se bordean los límites de la Constitución, cierto. Pero se liman asperezas, se acercan posiciones y se gana proximidad. Y, si me lo permite Su Majestad, es lo único que echo en falta en el comportamiento real.