La cruel resaca que nos espera

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

26 jul 2016 . Actualizado a las 07:53 h.

Por más que me esfuerzo, no consigo sintonizar con esos ciudadanos que se preguntan quién nos gobernará, quién pactará con quien y si habrá o no habrá terceras elecciones. Por más que me esfuerzo, no consigo liberarme de esa amarga sensación de que los políticos andan a lo suyo, mercadeando cuotas de poder, regateando chuminadas en la feria, y que la casa sigue sin barrer. Tengo la impresión de que el espectáculo nos distrae o nos aburre, que la fiesta va por barrios, pero que la función tiene un efecto narcotizante: nos permite aplazar la cruel resaca que nos espera. Por eso, cuando el amigo jubilado me interpela por enésima vez, fiado quizás de la autoridad que me atribuye por haber sido antes político que fraile, acerca de unas nuevas elecciones o de si Feijoo repetirá mayoría absoluta en las autonómicas, me mira con cara de lástima cuando respondo a la gallega y por peteneras:

-¿Cuántos trabajadores de 500 u 800 euros de salario mensual se necesitan para pagar una pensión de dos mil euros? ¿Cuántos médicos o maestros habrá que despedir para que tú sigas cobrando el retiro?

Y mientras el amigo se compadece de mí, aunque piadosamente lo disimule -piensa: «Este Salgado que parecía espabilado ya roza la demencia senil»-, intento farfullar una sofisticada teoría política que explique, de una tacada, la sibilina estrategia de Mariano Rajoy para hacerse con el mando, los vaivenes de Albert Rivera para no diluirse en el océano de la derecha, la resistencia numantina de Pedro Sánchez y la vigilante espera del depredador Pablo Iglesias para lanzarse al pescuezo del PSOE.

Pero no hay tu tía. Mi cabeza no está para exquisiteces florentinas ni maquiavelismos de baja estofa. Solo veo la hucha de las pensiones vacía, a Bruselas reclamando un ajuste presupuestario de 10.000 millones de euros -mínimo anticipo de lo que vendrá después- y a mi amigo Xosé Carlos Arias, economista sagaz y prudente, anunciando en La Voz un próximo batacazo de la banca italiana. El resto del tiempo lo paso rebuscando obsesivamente en los Presupuestos del Estado los gastos prescindibles por superfluos, no porque pretenda sustituir a Montoro o a De Guindos, sino porque soy uno de sus beneficiarios y de sus víctimas. Y en esa labor me dejo la piel y la última gota de optimismo. Ya sé que hay mucho despilfarro, una enorme bolsa de fraude fiscal y bastante latrocinio, pero a la hora de la verdad, para efectuar los recortes como Dios manda y Bruselas exige, habrá que aplicar el bisturí en los tres órganos financieramente más nutridos del Estado: pensiones, sanidad y educación.

Y sin anestesia: los ajustes son dolorosos. Y con secuelas: mutila usted el gasto público y el crecimiento económico -ese glorioso 3 por ciento que no acaba de enderezar las cuentas y el déficit- se va a hacer puñetas. Pero no me hagan mucho caso. Lo que toca en este momento es convencer a Pedro Sánchez de que permita a Rajoy proyectar la película de Garci Volver a empezar.