Libros que le prohibiré leer a mi hija de doce años (Carta a María Frisa)

Javier García Rodríguez. Profesor de literatura en la Universidad de Oviedo TRIBUNA

OPINIÓN

29 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ni las tenebrosas películas de Disney, ni los programas de niños cocineros expuestos al escarnio o de niñas artistas expuestos a la humillación, ni los videojuegos más sanguinarios, ni los debates con políticos faltosos? Lo que les molesta, María, a estos inquisidores.com incapaces de entender la distancia que media entre la realidad y la ficción es tu libro para adolescentes. Tengo una hija de doce años que los ha leído. Confío en su criterio. No la veo ni más machista ni más entregada al bullying. Pero por si acaso, nos hemos sentado en esta nubosa tarde de julio para hablar de todo ello y nos hemos fijado una serie de lecturas que no debe hacer para que no se vea entorpecido su futuro como mujer que debe tomar decisiones y explicarse el mundo para poder cambiarlo. Tú sabrás entenderlo.

La Vida del Lázaro de Tormes y de sus fortunas y adversidades porque hay una evidente crítica social y de las instituciones. Y muy poco respeto por el ciego, ese cariñoso hijo de Dios. Lolita de Nabokov porque en ella a veces los adolescentes son adultos y los adultos son adolescentes. Moby Dick porque mueren innecesariamente muchas ballenas, pobres mamíferos defendidos con toda razón por beneméritas organizaciones no gubernamentales. La voz a ti debida de Pedro Salinas porque todos sus versos los creíamos incendiados de amor marital y ha resultado que todo salió de una reprobable relación adúltera. Tom Sawyer y Huckleberry Finn porque esos niños engañan a otros niños para que les hagan su trabajo, se escapan de casa y seguro que fuman a escondidas y hablan con señores negros o afroamericanos. La cabaña del tío Tom, tan contentadiza, según les parece a algunos, con determinadas prácticas de esclavitud de alta y baja intensidad. Diez negritos porque nunca salen diez negritos. Todas las novelas de Philip Roth en las que un profesor se folla a sus alumnas y ellas se lo follan a él: un escándalo. Un relato de David Foster Wallace en el que el protagonista hace figuritas con sus propias heces a medida que estas van deslizándose a través de su intestino. Y su novela La escoba del sistema, en la que un estudiante universitario hace como que estudia pero en realidad trafica con marihuana que esconde en su pierna ortopédica: una persona con discapacidad convertida en camello. El libro de la selva de Kipling porque no hay autoridad ni nada por el estilo. Casi por el mismo motivo, Las alegres aventuras de Robin Hood de Pyle, una apología de la lucha de clases. La metamorfosis de Kafka por ser tan kafkiana. Las aventuras de Oliver Twist de Dickens, un retrato poco realista de la pobreza. La Celestina de Rojas, un nido de putas y de golfos y donde no se respetan ni los muros de los conventos ni los muslos de las doncellas. La poesía de san Juan de la Cruz y los escritos de santa Teresa porque a saber qué se habían fumao para decir lo que decían sobre un no sé qué que quedan balbuciendo y sobre el vivo sin vivir en mí. El burlador de Sevilla de Tirso (o de quien sea) por blasfemo. El Don Juan Tenorio por lo mismo y porque su autor es de Valladolid. La regenta de Clarín porque parece que sí y que no y que todo lo contrario pero se toman un chocolate con picatostes y eso no puede ser bueno. La poesía completa de Sylvia Plath por si acaso. La casa de Bernarda Alba porque solo salen mujeres, y porque andan todas más salidas que el pico de una plancha; y porque Pepe el Romano monta un garañón con un miembro descomunal detrás de la cancela. Los versos de Gloria Fuertes porque son a veces graciosos y a veces profundos. Por supuesto, El club de la lucha de Chuck Palahniuk, evidente apología de la violencia y de la esquizofrenia. Los relatos de Lorrie Moore, sobre todo el titulado Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica de su libro Pájaros de América, porque se habla con toda crudeza de una madre que enloquece día a día mientras cuida de su hijo enfermo de cáncer. Cien años de soledad porque es muy fantástica y porque Remedios la Bella vuelve locos a los hombres. Toda la serie de antepasados de Italo Calvino: ni barón rampante, ni vizconde demediado, ni caballero inexistente: menuda tropa (a ver lo que hacemos con Si una noche de invierno un viajero, no sé, no sé). Borges, sin duda. Y sin duda Safo, Catulo y Marcial (aunque lo haya traducido mi amigo Pedro Conde). No sé si La Execración contra los judíos de Quevedo, antes de que desaparezca de los programas académicos como ya sucede en muchas universidades de los Estados Unidos.

Ya estoy más tranquilo, María. Tú sabrás entenderlo.