La fiesta de los héroes anónimos

Antón Bruquetas EN 100 METROS

OPINIÓN

04 ago 2016 . Actualizado a las 08:34 h.

Es complejo explicar la magia que envuelve a unos Juegos, lo que se siente dentro de un evento en el que se dan cita miles de personas llegadas desde todos los puntos del planeta donde los deportistas son el foco sobre el que pivota el resto del mundo. Para algunos la sensación no es nueva. Rafa Nadal, Pau Gasol o Neymar viven constantemente en la primera línea de la información. Están acostumbrados a ser el centro del debate, de que sus actuaciones se desmenucen gracias a profundos -y en muchas ocasiones no tan profundos- análisis y de que cada paso que dan en sus carreras provoque una mezcla casi a partes iguales de admiración y decepción a una legión de seguidores.

Pero a quienes les cambia la vida son a los héroes anónimos. Es su fiesta. La de quienes derraman sudor durante años con el único reconocimiento de la satisfacción personal, de saber que se están entregando al máximo para encontrar sus límites, para demostrar que son los mejores en algo que les ha apasionado desde que eran unos críos. Llegan a la treintena y apenas han cotizado a la Seguridad Social. Inventan horas para compaginar los estudios o el trabajo con la rutina diseñada para moldear su cuerpo. Sus viajes a las competiciones de medio mundo se sostienen con el respaldo de algún patrocinador y los fondos de la federación a la que representan. El dinero casi siempre aparece cuando hay resultados, pero para dibujar grandes resultados hace falta dinero. El círculo vicioso que estrangula a los minoritarios. A los que se esfuerzan más que ninguno, pero a quienes ni siquiera una proeza les asegura saltar a la portada.

En los Juegos todo es distinto. Los grandes y los pequeños comparten sueños y emociones. Forman, por unos días, parte del mismo equipo, de una ilusión colectiva. «No me los perdería ni aunque hubiese una guerra». No puede haber mejor resumen que el de Miguel Alvariño.