Juegos (olímpicos) para aplazar la muerte

OPINIÓN

08 ago 2016 . Actualizado a las 08:59 h.

El primer recuerdo que tengo de unos Juegos Olímpicos es el de unas imágenes de televisión en blanco y negro. No tiene nada que ver con actividades deportivas, con récords, con hazañas o con atletas famosos. Durante la ceremonia de inauguración mi padre nos llamó la atención sobre el hecho de que los Juegos se celebraban cada cuatro años y a mí, aquella nueva cronología, esa medición temporal tan poco previsible, me pareció un misterio. Fuimos entonces haciendo el cálculo de cuándo se celebrarían las siguientes ediciones y cuántos años tendríamos cada uno de nosotros cuando se celebraran. Estábamos viendo el comienzo de Múnich-72. 76, 80, 84, 88, 92, 96? Entonces le pregunté a mi padre «¿Y cuántos tendré yo en el año dos mil? ¿Y tú?»

De Múnich no recuerdo nada más, ni siquiera la masacre tantas veces narrada. Montreal aun está pagando la deuda de sus Juegos pero dejó el DIEZ de Nadia Comaneci y la tradición doméstica incorporada de seguir los Juegos con dedicación y disciplina. Moscú debió ser lo del osito Misha y el boicot estadounidense y los quince, quince, años, años, tiene mi amor. Los Ángeles fueron los Juegos del baloncesto de madrugada. Nada recuerdo de Seúl: debía yo estar atendiendo otros juegos menos olímpicos pero no por ellos menos importantes. Barcelona fue el orgullo de un país, o de dos países, según se mire: amigos para siempre naino naino naaaaaa. Atlanta fue un pequeño desastre norteamericano dominado ?más que habitualmente? por intereses meramente económicos. Sidney los vimos bocabajo. Atenas vino con llantos infantiles. Beijing antes era Pekín y un tipo volando en el estadio olímpico. Londres fue unas vacaciones con todo incluido en Lanzarote.

Y los años, y las medallas, y los aplausos, y los records, todo ha ido ardiendo en un pebetero constante. Juegos olímpicos para aplazar la muerte, como quería de la poesía el mayor y más discreto de los Panero: «Vivir es ver morir, envejecer es eso, [?] / Ver morir a los otros, a aquellos, / pocos, que de verdad quisiste, [?]». Pónganle, si quieren, a estos versos música flamenca y al toque el Habichuela y al cante Menese o Lebrijano. El sueño del barón de Coubertin travestido en las pesadillas de varón con Bertín Osborne. Los Juegos Olímpicos son siempre el pasado: sofás de escay, veranos pegajosos, televisiones encendidas a horas poco previsibles, expertos en deportes con normas que desconocemos, emociones a distancia, triunfos vicarios. Los Juegos son, para los niños de Múnich 72, nuestros festivales de verano, esa mezcla de romería para hípsters y fuego de campamento interminable (yo iría al Sonorama solo por ver a Fuel Fandango. También al Dúo Dinámico). Pero hemos llegado tarde, todos menos el profesor G punto, erudito en música popular. Que programen a María Jesús y su acordeón en un festival de verano en la misma sesión que a José Luis Perales. Y a Xuxa en la apertura de los juegos de Río cantando a dúo con Roberto Carlos: que hagan un sampleado de yo quiero tener un millón de amigos y es la hora es la hora es la hora de bailar.

De todos los deportes, el más duro es la vida. Más alto, más fuerte, más rápido. No hay otro camino. Nuestras vidas son los Ríos de Janeiro que van a dar a la mar. “Vivir es ver morir y es frágil la materia / y todo se sabía y no había engaño [?]”, escribió Juan Luis Panero. Tan frágil la materia, que Hillary Clinton no contrata becarios.