El territorio de lo imposible

Antón Bruquetas

OPINIÓN

07 ago 2016 . Actualizado a las 09:11 h.

A trescientos metros de la llegada, nadie jamás habría apostado que lo volvería a lograr. En la calle siete de la pista de Ethon Dorney David Cal peleaba por alcanzar al grupo de canoístas que se habían distanciado desde la salida. Demasiado retrasado para aspirar al podio, al que había sido su hábitat natural en los Juegos de Atenas y Pekín. Se diluía la leyenda. Pero, de pronto, el hijo de los panaderos avivó el ritmo de paladas. Y comenzó una remontada de película. Se fue abriendo paso como si se tratase de Moisés a punto de abrir las aguas. Al único que no pudo echar el guante fue al alemán Sebastian Brendel. Medalla de plata. Prodigioso. Una de esas historias que sólo se dan cada cuatro años, en el mayor evento del planeta. Es el territorio de lo imposible.

En ninguna otra cita se podría reunir en el mismo equipo a Jordan, Magic, Bird, Ewing, Barkley, Malone,... Una constelación de estrellas que iluminó en 1992 el cielo de Barcelona. De una colección de jóvenes prodigios universitarios se desembocó en la selección de talento más grande de la historia. Un compendio de baloncesto, de estilos, de virtudes como jamás se había presenciado en el universo de la canasta. Una mezcla enormemente conmovedora por la cantidad de piezas con distintas formas exitosas de entender un mismo deporte. El mayor regalo para los ojos de cualquier espectador.

Que tampoco pasaría por alto hazañas como la de Denis Pankratov en la piscina de Atlanta 96. Cuando se tiró al agua en el 100 mariposa, donde terminó batiendo el récord del mundo, nadie habría adivinado que en el primer largo se pasaría más metros bajo el agua que aporreando la superficie. En el segundo, minimizó su nado subacuático, que quedó reducido a 15 metros, pero era estratosférico comparado al de sus rivales. Aquello parecía inimaginable. Pero eran unos Juegos.