La política y sus emociones

OPINIÓN

10 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Las emociones, los sentimientos, los afectos han sido el centro de algunas teorías filosóficas que tratan de la moral en general. El amor, la compasión, la culpa, la vergüenza, o el odio se han estudiado bastante desde la perspectiva de la antropología, dado que esta disciplina hace más hincapié en el individuo y en la comunidad social de que se trate. Por eso, aquí no hablaremos de la moral en general, sino de ética individual. Nos encontraremos así ante personas que actúan en el mundo del día a día dentro de una dinámica que entiende de formas distintas de convivencia.

La convivencia nos lleva a emplear a la virtud que nos impele a actuar y a sentir de una manera particular, es decir, virtuosa y sabia. ¿Cómo debemos vivir? De una forma completa, es decir, disfrutando de aplicar nuestras virtudes a la gente que nos rodea. Y para hacerlo tenemos que actuar de manera desinteresada, con sensibilidad y con interés sobre las necesidades y sufrimientos de los otros.

En estos momentos sentimientos como la simpatía, la benevolencia, la compasión casi han desaparecido de la vida diaria. Pero se ha dicho que las pasiones son las que nos hacen actuar en el mundo en donde tenemos que portarnos siguiendo las virtudes naturales de una manera imaginativa. Una virtud natural es la simpatía, que parece imperar en contra de todo lo que no nos gusta.

En nuestros días se habla también del «instinto de la consciencia» que proviene de nuestra memoria, de lo que hemos visto y aprendido, y que tiene que ver con el poder que podamos ejercer sobre los demás. Así, este instinto parece empujarnos hacia la pelea, lo hemos visto en la política, aunque sea de una forma momentánea. Es la búsqueda de un poder más grande que el que uno posee para ejercerlo sobre los demás. Esta idea es parte de la ideología neofascista de hoy en día tan extendida aún entre los que dicen ser demócratas.

Pero se puede actuar de forma diferente sí empleamos nuestros sentimientos de manera distinta. Las emociones, los deseos, las sensaciones deben considerarse dentro de una educación ética que controle las manifestaciones de nuestra personalidad. Nuestro tono emocional debe de estar de acuerdo con una ética social que muestre las normas de la conducta de una sociedad o de un pueblo. Por ello debemos de tonificar nuestro comportamiento público que exageramos porque nos van a ver en la televisión.

Volver a la actitud natural es olvidarse de la idea de que hay que «ser como yo», sobre todo cuando lo dice un «transformer». La virtud de tratarse bien a sí mismo, para poder hacerlo a los demás, requiere privacidad, confidencialidad y un mundo interior individual, en donde se ha meditado sobre los sentimientos y las opiniones. Para lograrlo hay que aprender a estar solo y a pensar sobre uno mismo, ayudándose de la lectura y de lo mejor de los avances tecnológicos actuales.