Gustavo Bueno, demiurgo español de la filosofía académica

OPINIÓN

11 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Me sumo a los escritos que glosan la figura del Filósofo Gustavo Bueno, con motivo de su fallecimiento, el día 7 de agosto. Es necesario y es un deber moral recordarlo y enaltecer a quien ha sido uno de los grandes filósofos de la historia de España, y de la propia historia de la Filosofía. Y no se puede negar que algo bueno habrá tenido la España del siglo XX para que surja una figura del inmenso calibre de Gustavo Bueno. Porque no es flor de un día. Su obra, su grandeza iluminan a nuestra patria con la luz de la esperanza porque ciertamente hay, ¡tiene que haber!, ese humus necesario fértil y poderoso, capaz de alzar esta figura magnífica. España es hoy un país debilitado y envilecido, pero nadie nace aprendido. Sin duda es el español, nuestra lengua, la civilización hispana, la que alberga ese potencial capaz de alzarnos tan lejos, a las cimas de la sabiduría y de «lo humano».

Su sistema se comienza a construir in media res, no por sí solo, ni formalmente, o de manera exenta («la filosofía no es un álgebra»), sino en el contexto de los conflictos ideológicos, políticos y filosóficos que sacuden el presente («filosofía sin tocador»). Ese presente histórico es el que corresponde a la España que se va configurando a través de lo que se ha llamado la Transición y el régimen de 1978. Un período histórico en el que en virtud de los cambios que se estaban prefigurando en el contexto de la biocenosis de los estados y la voracidad de las ideologías que dirigían esos conflictos, particularmente, la Guerra Fría, era un hervidero confuso de ideas claramente polarizadas entre el Materialismo y el Idealismo. Pero este cuerpo de doctrina se construye desde la perspectiva que da la civilización hispana, y el contexto de un estado potente y modernizado que entonces estaba siendo zarandeado violentamente por multitud de fuerzas ideológicas, intereses políticos, económicos y estratégicos que han comprometido seriamente su fortaleza (de hecho Bernal, por ejemplo, en su clasificación entre Mundo desarrollado y Mundo en vías de desarrollo, consideraba que España e Hispanoamérica constituían una realidad a parte e inclasificable; puede que en gran medida disolver esta «anomalía» haya sido la pretensión de la transición). Era inevitable que desde esa perspectiva tuviera que dar cuenta del marxismo y del idealismo. Así surge, en tramos dispersos, el Materialismo filosófico, siempre rectificado por la Realidad (porque «la Filosofía no tiene verdades propias») y dirigido contra las especulaciones vanas, contra las nebulosas ideológicas religiosas, científicas, políticas, contra los delirios de las filosofías gnósticas, los mitos sociales y las ideas espontáneas y acaso atractivas, pero confusas, que aturden y confunden, y ponen en peligro? ¿qué?; -pues, sin duda, la Nación española. Porque si Platón quiso intervenir en política no fue en tanto que filósofo, sino en tanto que ateniense; por pura prudencia política («Si yo defiendo a España, por ejemplo, no es en cuanto filósofo. Yo parto de España»).

Y así como la corriente del río mueve el tornillo que eleva el agua «contra su voluntad», cuando el técnico sabe dominarla con su ingenio, como Juanelo Turriano, así también las tribulaciones cada vez más complejas de la nación española han sabido ser aprovechadas por el Demiurgo hispano, para elevar su crítica y depurarlas a través de su propio sistema materialista. Cuanta más basura y ponzoña enturbia el cauce del río de la vida de España, más elevado, clarividente, eficaz y preciso se ha hecho su sistema filosófico, más audaz, más decidido, pero también más apremiante y necesario. Y, de la misma manera que sin caudal el artefacto se para, así también, sólo sometido a la procelosa y confusa realidad envolvente, el sistema se mantiene en marcha y se rectifica con vigor.

En ese compromiso político hubo de llevar el materialismo hasta sus raíces, en la ontología pluralista y crítica, proyectar el pluralismo filosófico a la república de las ciencias en su teoría de la ciencia, reconstruir desde el materialismo racionalista la idea de hombre contra el idealismo de la conciencia luterano, arraigar el núcleo materialista de la religión, reorganizar la filosofía de la historia y la filosofía política, e incorporar, articular, estructurar y comprender la tradición filosófica, la historia de la ciencia y la tecnología en la construcción de su propio sistema, otorgándole al conjunto un orden, sentido y perspectiva novedoso, sintético y crítico.

Quienes quieran entregarse a la Filosofía académica y servirla, tendrán ahora ya los fundamentos bien asentados, los argumentos a punto, el instrumental necesario para seguir ejerciéndola de modo sistemático; el cuerpo de doctrina que ha destilado las esencias de la larga tradición del pensamiento filosófico en español. Muchas gracias, Maestro, y hasta siempre. Honraremos tu legado. Que la tierra te sea leve.