La paradoja de los incendios

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

18 ago 2016 . Actualizado a las 09:02 h.

No sé si los lectores recordarán los mapas que había en las antiguas escuelas y colegios. Estaban enrollados en un rincón y, cuando tocaba geografía, se desplegaban colgados de una punta en la parte superior de la pizarra. Uno de aquellos mapas era del clima peninsular y tenía solo dos colores: el verde para la España húmeda y una especie de marrón claro para la seca. Esa separación, aunque matizada en sus fronteras, sigue vigente hoy y separa los territorios atlánticos del Norte (Galicia, Asturias, Cantabria, etcétera) del resto del territorio español, de carácter mediterráneo.

Sin entrar en cuestiones técnicas, la principal diferencia entre ambos territorios es la ausencia en el mundo atlántico de una época de sequía acusada en el verano. Esa es la razón por la que la gente tiende a veranear en el sur y por la que los turistas que vienen, por ejemplo, a Galicia, están encantados al dormir con una mantita y salir por la noche con una rebequita. Es también la explicación de fenómenos tan extraordinarios como la trashumancia, en la que el ganado de Castilla o Extremadura migra cada año hacia los pastos de montaña del Norte.

Pues bien, cuando uno trata de explicar a los alumnos las características bioclimáticas de la Península, estos no dejan de sorprenderse por lo que he denominado «la paradoja de los incendios». La pregunta inmediata que se hacen cuando ven los datos de incendios del Ministerio de Medio Ambiente, desglosados por provincias, es la siguiente: ¿Por qué, salvo excepciones, el número de incendios es mayor en las provincias menos secas en el verano, como A Coruña o Asturias, que en las otras?

Es evidente que la cuestión exige matizaciones, pero en general ellos lo atribuyen a las siguientes causas: política forestal errónea, plantaciones con especies inadecuadas, abandono del medio rural, el negocio de la extinción y los pirómanos. Yo añadiría -ya saben que el profesor tiene que decir algo- que todo eso se podría englobar en una única causa: la ausencia de una estrategia de ordenación y desarrollo territorial.

Me gustan mucho los mapas de las escuelas. Recuerdo uno de la España política que hacía de mantel en la pensión de O Courel en la que viví en mis años predoctorales y en el que, entre plato y plato, nos divertíamos localizando villas como Baza, Motilla del Palancar o Béjar; algo muy recomendable. Obviamente, no pretendo con estos recuerdos resolver la paradoja, pero no estaría de más que los nuestros responsables políticos repasaran el mapa de la España húmeda y la España seca y se preguntaran, como en mi clase, qué está pasando. Claro que los fuegos de estos días fueron provocados, pero, ¿a ver si mis alumnos van a tener razón?