Trump-antojo

OPINIÓN

31 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Sin necesidad de extenderse con la alegoría de la caverna de Platón, para ilustrar nuestra condición de prisioneros forzados a ver el mundo a través de las representaciones que de él hacen nuestros captores, podemos percibir la principal función de las fuentes de información patrocinadas, directa o indirectamente, por el poder financiero; es decir, por el poder. Fuentes de información que pueden ser medios de comunicación, organizaciones políticas, sociales, sindicales o patronales, o simples opinadores.

No hace falta tampoco recurrir al determinismo tecnológico de McLuhan (somos lo que vemos) para vislumbrar que el medio es, al menos, una parte sustancial del mensaje y que la fascinación mediática del pueblo es la fe por la que venderían hoy su alma las religiones.

Fe que no es exclusiva de los aborígenes digitales; los sobrevenidos somos capaces de dar más verosimilitud a la temperatura que nos muestra un widget del móvil que a nuestra propia sensación térmica.

Recuerdo una excursión con niños por la Sierra de Guadarrama en la que al asomarnos a las praderas de Canto Cochino por el collado de Quebrantaherraduras, la riqueza cromática del paisaje, con la Cuerda Larga y las graníticas Torres de la Pedriza, orladas por pinares, recortándose al fondo contra un intenso cielo salpicado por esponjosos cumulonimbos, un niño exclamó embelesado: ¡Hala!, ¡esto es más que Full HD! Como al prisionero huido de la caverna de Platón y cegado por el sol, la verdad hizo añicos el espejo que tomaba como referencia de lo real o más bien, en un mundo tecnológico como el nuestro, lo hiperreal.

Sin embargo, el ente económico-político-mediático no exhibe sus representaciones en Full HD como en Matrix, sino que dibuja un surrealismo, más que pixelado, en bloques, como en Minecraft, que no engaña pero sí engancha y, además, te hace creer dueño de tu mundo. En esta tosca representación puedes deformar la realidad a tu antojo y funciona. Así, la corrupción es parte inevitable de la sensatez y la precariedad del camino correcto hacia la recuperación económica; la desigualdad es moderación y la equidad radicalismo; el Síndrome de Estocolmo (financiero, o de Berlín) es, en esa realidad, responsabilidad. Funciona hasta el punto de que, para perplejidad de muchas, se cumple al pie de la letra lo que advertía un personaje de El Roto; un encorbatado busto, ataviado con bombín y gafas oscuras, decía dedo índice en ristre: ¡Os bajaremos los sueldos, os quitaremos derechos, nos llevaremos la pasta y, además nos votaréis!

Un trampantojo de democracia en el que, ocasionalmente, aparecen histriones que adquieren -nunca mejor dicho- cuerpo político y atraen como un imán las expectativas populares con discursos que suscitan pulsiones atávicas como el miedo, con el consecuente desprecio a «los otros». Egos superlativos como Berlusconi, Gil en modesta versión ibérica o, el nuevo paradigma, Donald Trump. Personajes cuya cualidad más destacada es la codicia, que es inversamente proporcional a la ética o la empatía, y que, por lo tanto, los hace refractarios a una responsabilidad que escapa por completo a su muy limitado entendimiento, que no va más allá de los intereses de su grupo de influencia.

Episodios que quedarían en anécdotas lamentables si no fuera porque el caso de Trump constituye un imprevisible impulso a la inestabilidad mundial. Tanto que hace poco, medio centenar de ex altos cargos republicanos publicaron una carta en la que afirman que Trump, por sus aptitudes y actitudes, representa un peligro para su país y el resto del mundo. No es que esos ex responsables de la seguridad nacional o las finanzas americanas me parezcan ejemplos de lucidez o responsabilidad social, pero, si a su gesto de llevarse las manos a la cabeza con el candidato presidencial de su propio partido unimos la trayectoria del personaje en cuestión, podemos pensar que la representación made in USA produce en ocasiones spin-off, o «versos sueltos», que escapan al control de los guionistas.

Porque no es que Clinton no suponga una amenaza al bienestar y la seguridad de millones de personas; es que, probablemente, no se sale del guión.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.