Peor que una investidura fallida

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

01 sep 2016 . Actualizado a las 09:07 h.

No pudo ser. Rajoy perdió la votación y, según el anuncio de Pablo Iglesias, la volverá a perder mañana. Lo que ocurra después dependerá de dos factores: de las elecciones vascas, cuando el PNV deje de estar sometido a presión electoral, y de la actitud que mantenga el Partido Socialista. Si Rajoy consigue atraer a los nacionalistas y un cambio del PSOE, volverá a presentarse y ganará de forma incontestable. La otra posibilidad, que Pedro Sánchez atienda las ofertas de Pablo Iglesias y los nacionalismos y se decida a encabezar otra vez una alternativa, no sería la mejor solución. Políticamente, porque no es razonable, aunque sea legítimo, que 85 escaños le arrebaten el poder a 132. Operativamente, porque un Gobierno de tantas siglas no sería un equipo manejable ni coherente. Y económicamente, porque la suma de izquierda radical e independentistas podría producir pánico inicial entre inversores.

En medio de ese laberinto, España se puede encontrar en una situación tragicómica: obligada a repetir elecciones de forma indefinida, con el agravante de empezar la ceremonia el día de la Navidad. Ni al más perverso diseñador de escenarios irracionales se le ocurriría un dibujo peor. Y, sin embargo, es posible. Lo escuchado en la investidura de Mariano Rajoy indica que la facilidad de formar gobiernos locales y autonómicos se convierte en dificultad insuperable para formar Gobierno de la nación. Menos mal que existen Ciudadanos y Albert Rivera. Menos mal que su talante centrista permite facilitar cualquier Gobierno razonable, sea del PSOE o del PP. Si Ciudadanos no existiese, España sería hoy prácticamente ingobernable.

De lo ocurrido estos días se desprenden unas cuantas lecciones. La primera es que el poderosísimo PP tiene un grave problema: sigue necesitado de ganar por mayoría absoluta, un peligro para el país cuando quizá las mayorías absolutas han dejado de existir. La segunda es que los líderes nacionales de ese partido siguen suscitando rechazo y los demás líderes huyen de cualquier contaminación con su contacto. Es injusto para un hombre de la talla y el carácter de Rajoy, pero lo escuchado en el Congreso ha sido más un no a Rajoy que a su partido. La tercera es que los nacionalismos, sobre todo el catalán, han desaparecido como aliados, y su precio es el referendo o la independencia. Y la cuarta, que se agigantan las diferencias entre derecha e izquierda, con una peligrosa tendencia a la formación de bloques.

Eso es lo que puso de manifiesto, más allá de las posiciones puntuales, el debate que se acaba de celebrar en el Congreso. Creo que el diagnóstico muestra unos males políticos de fondo bastante peores que el hecho ocasional de la investidura de Rajoy.