Caso Soria, qué gran error

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

06 sep 2016 . Actualizado a las 08:23 h.

No se pudo hacer peor. Acababa de votarse el no a Rajoy, con razón o sin ella. Varios portavoces acababan de injuriar al PP llamándole «el partido de la corrupción». Poco antes, Ciudadanos había firmado con el PP un acuerdo en el que figuraba el rechazo a comportamientos como las puertas giratorias. Y al ministro de Economía, obviamente consentido por el presidente del Gobierno, no se le ocurre otra cosa que comunicar la designación de José Manuel Soria como candidato del Reino de España a una de las direcciones del Banco Mundial. No lo hizo el día anterior al debate de investidura. No dejó que pasara un día o una semana más. Lo hizo prácticamente mientras los diputados votaban. ¿Imagináis cuál sería la situación si Pedro Sánchez hubiera sufrido un ataque de responsabilidad y hubiera votado a Rajoy? ¿Qué haría en ese momento con su voto? 

No quiero ser injusto con don José Manuel Soria. Quizá reúna todas las condiciones técnicas exigidas para su alto puesto. Si no hubiera ocurrido el escándalo de los papeles de Panamá, posiblemente no habría ni la menor discusión. Pero el señor Soria tuvo que abandonar el Ministerio de Industria de forma vergonzante por haber olvidado la verdad de sus negocios. Se convirtió en símbolo de cómo un paraíso fiscal puede salpicar a todo un Gobierno. Parte de la opinión publicada no le perdona siquiera que haya solicitado la pensión de exministro. ¿Y en esas condiciones el Gobierno le indulta políticamente y lo premia con el Banco Mundial?

Sí, señores: así ha sido. Solo lo puede explicar la bondad humana de un hombre llamado Mariano Rajoy. Rajoy tiene tan buen corazón que, cuando uno de los suyos se encuentra en dificultades, no tiene inconveniente en ponerle un mensaje de ánimo del tipo de «sé fuerte, Luis» o de entender el calvario que está pasando y lo consuela con el Banco Mundial. Es una condición natural del presidente, qué le vamos a hacer, y hace ostentación de ella. Es su forma de ejercer la amistad y, en el caso de Soria, es incluso una necesidad de premiar la lealtad o recompensar lo sufrido durante el tiempo que estuvo acusado en Las Palmas de una corrupción de la que era inocente.

Pero esa bonhomía no vale en política. El caso Soria pasará a la crónica de este tiempo como una provocación; como un nombramiento por amiguismo; como una puerta giratoria habilitada por el Gobierno; como la pérdida de respeto de los poderes públicos ante la demanda social de ejemplaridad; como el menosprecio a los principios de transparencia que se habían regulado y prometido, y como un ejemplo de que este Gobierno todavía no aprendió a valorar el clamor de la opinión pública. En definitiva, este sí que ha sido un inmenso error.